<h6><strong>Ángel Collado </strong></h6> <h4><strong>Los comicios autonómicos del 13 de febrero en Castilla y León, feudo tradicional de la derecha, son para Pedro Sánchez una incómoda parada en la legislatura, con una derrota segura, cuyos efectos intenta paliar ya con la división del adversario. </strong></h4> <strong>A Pablo Casado las elecciones le otorgan una nueva oportunidad de asentarse como presidente del PP y jefe de la oposición</strong>, después de la oportunidad perdida con la victoria de Isabel Díaz Ayuso en Madrid al derivar el éxito de los populares en una pelea interna por celos aun sin resolver del todo. <strong>Sánchez parte de una posición muy desfavorable</strong>. Además del desgaste acumulado por formar gobierno y pactar con la extrema izquierda de Podemos, los grupos separatistas y los herederos políticos de ETA, el jefe del Ejecutivo llega a estos comicios regionales con el listón muy alto, pues hace menos de tres años el PSOE estuvo cerca de hacerse con la Junta de Castilla y León. Fue el partido más votado, con un porcentaje del 34,8 % y 35 procuradores, y dejó en segundo puesto al PP por primera vez en 30 años. <strong>La irrupción de Ciudadanos en las elecciones de 2019, con el 15 por ciento de los votos y 13 procuradores, partió a la derecha y al electorado tradicional del PP, pero el equipo de Pablo Casado ganó por la mano a los socialistas en los pactos posteriores.</strong> La suma de populares y Cs (formación entonces con Albert Rivera al frente) dio la Presidencia de la Junta al candidato del PP, Alfonso Fernández Mañueco, sobre la base de un gobierno de coalición. Los números -los 35 escaños del PSOE más los 13 de Ciudadanos- daban para un ejecutivo de socialistas y riveristas, pero Ciudadanos se decantó entonces por la continuidad del PP en el poder. Castilla y León, como Madrid o Murcia, entró posteriormente en las maniobras de Sánchez para recuperar poder autonómico y dar el golpe de gracia a los populares vía mociones de censura de la mano de Cs una vez que se retiró Rivera y fue relevado por Inés Arrimadas. Mañueco no se acabó de fiar nunca de sus socios y, visto el declive de Ciudadanos, replicó por sorpresa la operación de Isabel Díaz Ayuso al convocar elecciones anticipadas. <strong>Todas las encuestas, menos la gubernamental del CIS, dan ahora por hecho una clara victoria del PP</strong> al recuperar el grueso del voto perdido en beneficio de Ciudadanos y colocan a Mañueco más o menos cerca de la mayoría absoluta según la variable del ascenso de Vox. En cualquier caso, el derrumbe del PSOE se da por descontado. <strong>Pedro Sánchez procura alejar su imagen de la derrota prevista y</strong> limita su presencia en la campaña electoral en la región, la más extensa de España, a lo imprescindible: apertura, cierre y fin de semana intermedio. Sus aliados de Podemos, con apenas el 5 por ciento de los votos en 2019, están fuera de juego en la Comunidad Autónoma y sólo aspiran a obtener uno o dos procuradores. El frente principal de los comicios está en la derecha. <strong>Pablo Casado se lo toma como un reto personal y participa en la campaña todos los días, más en paralelo que junto a Mañueco</strong>. El PP aspira a acercarse a la mayoría absoluta que se cifra en 41 escaños, lo suficiente como para no depender de Vox a la hora de la investidura del presidente de la Junta ni para formar gobierno. Su objetivo es repetir el resultado de la Comunidad de Madrid, donde si la extrema derecha quiere hacer valer sus votos contra Díaz Ayuso se ve obligada a sumarse a las iniciativas de la izquierda. <strong>La aspiración del partido que preside Santiago Abascal es evitar otro fiasco, como el experimentado en Madrid</strong> el año pasado, condicionar un futuro gobierno en Castilla y León y exigir su entrada en el nuevo ejecutivo autonómico. Vox solo obtuvo un procurador en las anteriores elecciones. En una región que siempre huye de los extremos, las encuestas auguran a los de Abascal una importante subida que, si al final se parece a la de Ciudadanos de 2019, complicaría el futuro a Casado. <strong>Un PP dependiente del apoyo de la extrema derecha es la figura clave del argumentario de Sánchez para seguir en el poder,</strong> aunque él esté en el Gobierno con comunistas y avalado por todos los grupos separatistas. Ya lo utilizó en Madrid, igual que Pablo Iglesias y sin ningún éxito, para frenar a Isabel Díaz Ayuso. Pedía el voto para frenar a la extrema derecha desde la izquierda y abonó el respaldo a la candidata del PP. <strong>Un Casado dependiente de Abascal serviría a Sánchez para disimular el previsible rechazo en Castilla y León a su gestión</strong> y, sobre todo, una inversión de argumentario para la siguiente parada electoral de la legislatura: los comicios en Andalucía previstos para el próximo trimestre.