Frédéric Mertens de Wilmars
Profesor y coordinador del Grado de Relaciones Internacionales de la Universidad Europea de Valencia
Corea del Norte disparó el pasado viernes, 14 de enero, al menos dos misiles balísticos desde su costa occidental, el tercer lanzamiento en menos de dos semanas, tras advertir de una fuerte respuesta a las recientes sanciones estadounidenses contra el régimen de Pyongyang. Mientras que algunos ven estas maniobras como parte de los ejercicios de invierno del ejército norcoreano, en realidad deben ser vistas como un mensaje a Estados Unidos.
El Mando Indo-Pacífico del ejército estadounidense afirma que, aunque no creía que el lanzamiento supusiera una amenaza inmediata para Estados Unidos o sus aliados, ponía de manifiesto el impacto desestabilizador del programa de armas ilícitas del país norcoreano. Por su parte, Corea del Norte defiende sus lanzamientos de misiles como un derecho legítimo de autodefensa, al tiempo que afirma que Estados Unidos está agravando intencionadamente la situación al imponer nuevas sanciones contra ella.
Más allá de una demostración de fuerza contra el presidente Joe Biden y sus aliados –en primer lugar, Corea del Sur–, estos tres lanzamientos de misiles parecen ser un medio para desviar la atención de la población norcoreana de las crecientes dificultades internas y, concretamente, de la escasez de alimentos.
Ahora bien, el ejemplo de las manifestaciones en las calles de Kazajistán contra el aumento excesivo del precio de los recursos energéticos demuestra que cualquier régimen, por muy duro y totalitario que sea, resiste mal a la ira de un pueblo que pasa hambre o frío. En este sentido, durante su discurso del 1 de enero pasado, el líder norcoreano, Kim Jong-un, optó por destacar la importancia de luchar contra la escasez de alimentos, al tiempo que seguía reforzando su defensa. Además, la presión sobre su maltrecha economía se ha visto incrementada por el estricto cierre de fronteras ordenado para combatir la pandemia de coronavirus.
El primero de los tres lanzamientos de misiles precedió en pocas horas a la inauguración por parte del presidente surcoreano, Moon Jae-in, de la construcción de una vía férrea en el este de Corea del Sur, primer paso para el establecimiento de un enlace ferroviario entre las dos Coreas, con el objetivo de conectar con el ferrocarril transiberiano. El proyecto fue uno de los compromisos adquiridos al final de la innovadora reunión de 2018 entre Moon y el líder del Norte, Kim Jong-un, para reactivar el diálogo intercoreano. El fortalecimiento de las relaciones intercoreanas sigue siendo una prioridad para el líder surcoreano cuando se acerca el final de su mandato en mayo. A pesar del interludio de 2018-2019, salpicado por varias reuniones con Kim Jong-Un, los esfuerzos no han conducido a un progreso real. Su deseo de declarar oficialmente el fin de la Guerra de Corea (1950-1953) –interrumpida por un simple armisticio– ha chocado con la intransigencia de Pyongyang que decía estar de acuerdo en principio, pero exigía el fin de la “política hostil” de Estados Unidos.
Por su parte, Washington ha condenado el lanzamiento de los misiles, al tiempo que ha reiterado su “compromiso con un enfoque diplomático” hacia Corea del Norte, a la que ha llamado a “dialogar”. Un discurso que se repite en cada lanzamiento de misiles –siete disparos en 2021– de una administración estadounidense que parece tener otras prioridades. Las conversaciones entre estadounidenses y norcoreanos están estancadas desde el fracaso de la cumbre de Hanói en 2019 entre Kim Jong-un y Donald Trump.
Finalmente, el régimen norcoreano, con cierta racionalidad, no se considera en una posición débil frente a la Casa Blanca. En primer lugar, Kim Jong-un cree que no podría lograr mayores beneficios a través de la negociación que los que obtendrá una vez que tenga una disuasión nuclear operativa. En segundo lugar, su régimen ha apostado por que sus pruebas balísticas por sí solas no sean capaces de desencadenar una intervención estadounidense. Sin embargo, no está claro que Pyongyang esté gestionando adecuadamente el riesgo de una escalada accidental. La hipótesis de un ataque estadounidense en respuesta a un lanzamiento de misil no puede excluirse totalmente, ya que Joe Biden debe dar garantías a sus aliados asiáticos. Este escenario tendría graves consecuencias, sobre todo en un contexto tenso entre la administración estadounidense y China, principal apoyo de Corea del Norte.
En definitiva, el comportamiento de los estadounidenses plantea dudas sobre su capacidad para proponer una hoja de ruta legible para la península coreana. La organización de una negociación que establezca tanto los parámetros técnicos de un acuerdo sobre los programas nuclear y balístico de Corea del Norte como los primeros pasos hacia el retorno a la estabilidad regional (condición para que la “congelación de la situación peligrosa” conduzca a una solución a largo plazo), parece a estas alturas inalcanzable. No sólo la administración estadounidense es incapaz de orquestar la estrategia de Biden (si tiene una como su predecesor), sino que la debilidad geopolítica de Estados Unidos acentúa la pérdida de confianza de sus aliados regionales en la disuasión ampliada. En estas condiciones, existe un riesgo real de que los lanzamientos norcoreanos generen una dinámica de proliferación nuclear regional.
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