<h6><strong>Eduardo González</strong></h6> <h4><strong>Entre el Parque Cerro Almodóvar y la Vía Carpetana, en el barrio de Aluche, en el suroeste de Madrid, se encuentra la calle León V de Armenia. Igualmente, muy cerca del Palacio de Santa Cruz, sede del Ministerio de Asuntos Exteriores, se halla el restaurante León V. En ambos casos se rinde homenaje a uno de los personajes más peculiares de la historia de la ciudad. Destronado en 1375 por los mamelucos egipcios, sus desesperados intentos por recabar apoyos para reconquistar su reino lo condujeron hasta la actual capital de España, en la que ejerció, entre 1383 y 1391, como único señor feudal de la historia de la Villa.</strong></h4> León residió apenas unos meses en el Alcázar de Madrid, ubicado en el actual Palacio Real, antes de lanzarse de nuevo a la aventura de intentar recuperar un trono que había quedado vacante para siempre. Por esas casualidades de la vida, en la calle Mayor 81, junto al conjunto histórico de la Catedral de la Almudena y del Palacio Real, se halla desde septiembre de 2010 la Embajada de Armenia, una antigua república soviética cuyo territorio sólo ocupa una pequeñísima parte de aquel reino que en el año 301 se proclamó el primer Estado confesional cristiano de la historia, una década antes de la conversión del emperador Constantino. Los preludios de la historia de León V comenzaron en el siglo XI, cuando los armenios que huían del avance de los turcos seliúcidas se refugiaron en la costa meridional de la actual Turquía, bajo la protección del Imperio Bizantino, y fundaron el Principado Armenio de Cilicia. Había nacido la Pequeña Armenia, que mantuvo su independencia durante casi 300 años, en los que, enarbolando la bandera del cristianismo como rasgo de identificación nacional, se implicó en las grandes Cruzadas occidentales de los siglos XII y XIII. Las Cruzadas atrajeron al país a numerosos aventureros, entre ellos los Lusignan, una poderosa familia feudal del Poitou francés a la que las leyendas de la época hacían descender del hada Melusina, mitad mujer y mitad serpiente. Entre desastres y aventuras, los Lusignan se convirtieron en reyes de Chipre y Jerusalén a finales del siglo XII, hasta que en 1341 uno de sus vástagos, Guido de Lusignan, se alzó con el trono de Armenia como Constantino II. Aún debieron pasar otros dos Constantinos hasta la aparición en escena de nuestro León V, un miembro de la rama chipriota de los Lusignan que fue coronado en septiembre de 1374 y a quien, apenas medio año más tarde, le cupo el triste honor de convertirse en el último rey de la historia de Armenia, después de que los mamelucos del Soldán de Babilonia (que es como llamaban las fuentes castellanas al sultán mameluco de Egipto) se apoderaran de Sis, la capital del Reino. León V, de 32 años, se negó a apostatar, lo que le hubiera permitido conservar el trono, y fue trasladado prisionero a El Cairo, donde consiguió contactar con algunos peregrinos que acudían a Tierra Santa para, por mediación de ellos, pedir ayuda a los príncipes cristianos. Después de acudir a Pedro IV el Ceremonioso de Aragón, los emisarios de León V consiguieron llegar al rey castellano Juan I, quien se comprometió a interceder por él ante el Soldán y a enviar una comitiva para liberar al monarca armenio. León V consiguió la libertad en septiembre de 1382, tras lo cual comenzó un periplo por Rodas, Venecia, Avignon (sede del antipapa Clemente VII) y Barcelona para recabar, infructuosamente, los apoyos materiales necesarios para reconquistar su Reino. A mediados de 1383, su peregrinaje lo llevó a Badajoz, donde pudo entrevistarse con el rey de Castilla gracias a la ayuda de su cómplice e intérprete Juan Dardel (León desconocía completamente cualquiera de los idiomas de la Península), el franciscano francés que había sido su principal valedor durante el cautiverio en El Cairo. Las gestiones con Juan I para intentar recuperar el trono fueron tan frustrantes como las anteriores, pero al menos fue compensado con una concesión feudal muy particular. En octubre de 1383, las campanas de la Iglesia de San Salvador (situada frente a la actual Plaza de la Villa) convocaron de forma extraordinaria al Concejo de Madrid, al que se dio cuenta de la sorprendente decisión de Juan I de conceder a León V (según se lee en la Crónica del canciller Pero López de Ayala) el señorío sobre la Villa de Madrid, "para en toda su vida (...) con todos sus pechos e derechos e rentas". La donación incluía, además, las localidades de Andújar y Villarreal (actual Ciudad Real), con sus respectivas rentas, y una pensión de 150.000 maravedíes. León V no fue elegido "rey de Madrid", como han repetido tantos autores a partir del error inicial del cronista Gil González Dávila en el siglo XVII, pero sí se convirtió en el primer y único señor feudal de la historia de una Villa que, desde su conquista por parte de Alfonso VI en 1085, siempre había sido de realengo. Durante una reunión extraordinaria convocada al toque de las campanas de San Salvador, el Concejo de Madrid se comprometió, por una parte, a acatar la orden del rey Juan I de hacer "omenage al Rey de Armenia", pero, por otra parte, expresó su malestar por una concesión que violaba los privilegios forales de la ciudad. Para acallar las protestas, el monarca castellano se comprometió a que, una vez fallecido León V, el señorío de Madrid regresaría a su anterior condición de realengo. <h5><strong>León V en el Alcázar</strong></h5> Aclarados los términos, el rey desterrado de Armenia se asentó en el Alcázar, ubicado en el emplazamiento del actual Palacio Real, y ordenó la reconstrucción de las torres del edificio, que habían quedado muy deterioradas a raíz de un incendio en tiempos del primer rey Trastámara, Enrique II. Pese a los tópicos tan extendidos incluso entre los propios madrileños, Madrid ocupaba por entonces una posición relativamente importante en el conjunto de Castilla. La Villa (que no "Ciudad", ya que este título se reservaba a las localidades con catedral) contaba con alrededor de 10.000 habitantes (una cifra nada despreciable para la época) y había sido sede de las Cortes del Reino en varias ocasiones, como las reunidas en 1309 por Fernando IV o las celebradas en 1329 y 1341 a instancias de Alfonso XI, convocatorias que solían ir acompañadas de la concesión de nuevos privilegios y exenciones a Madrid. En 1346, Alfonso XI aprobó la creación del Regimiento de la Villa, para mayor gloria de las ambiciones políticas de la oligarquía urbana. A partir de la subida al trono de la dinastía Trastámara, los reyes de Castilla residieron con frecuencia en el Alcázar de Madrid, en el que impulsaron numerosas reformas, y convocaron nuevas Cortes en 1390, 1393, 1419 y 1433. En el siglo XV, la Villa de Madrid fue incluida en el selecto grupo de 17 ciudades con derecho a voto en las Cortes de Castilla. En todo caso, León V apenas permaneció unos meses en Madrid (únicamente los de su primer invierno). Obsesionado por su deseo de recuperar el trono de Armenia, emprendió un nuevo periplo que le llevó a Navarra para entrevistarse con el rey Carlos el Malo, a Lleida para recabar el apoyo del rey de Aragón, a Avignon para acceder al Papa y, finalmente, a París, donde se reunió con el rey de Francia, Carlos VI. El resultado del viaje fue el esperado: en plena crisis del siglo XIV y con Francia enfrascada en sus propias guerras con Inglaterra (León V incluso llegó a encabezar una embajada de Carlos VI a Londres para intentar lograr una tregua), Armenia bien podía esperar. Desde entonces, León V residió en Francia, la patria de sus ancestros Lusignan. Murió en noviembre de 1393 en el palacio real de Tournelles de París, tras lo cual su primo, el príncipe chipriota Jacobo I de Lusignan, pasó a encabezar una larga lista de pretendientes insatisfechos al trono armenio. León fue enterrado en el Convento de los Celestinos, cerca de la Plaza de la Bastilla, en cuya lápida se le mencionaba como Príncipe León de Lusignan, quinto rey latino del reino de Armenia. Sus restos fueron profanados y se perdieron para siempre durante la Revolución Francesa, pero su tumba fue trasladada a la basílica de Saint-Denis, en las afueras de París. Tras su marcha de Madrid, el rey de Armenia sólo se desplazó en una ocasión a Castilla, concretamente en febrero de 1391 para asistir a los funerales por Juan I, celebrados en Toledo. En abril de ese mismo año, los regidores de Madrid consiguieron que Enrique III (un niño de doce años) reconociese que su padre se había equivocado y que, en consecuencia, revocase la donación de la Villa. León V había sido destronado por segunda vez en su vida.