Coronel Pedro Sánchez Herráez / IEEE
Polarización, desunión, falta de fe en las instituciones y gobiernos y búsqueda de «hombres fuertes» comienzan a ser unas constantes también en sociedades hasta el momento estables y aparentemente casi modélicas. Ante esa situación, la narrativa antioccidental crece en gran parte del planeta, alentada ciertamente por potencias revisionistas, Y naciones de todo el mundo, especialmente en África y en el Sahel, reniegan de manera creciente tanto de las razones como de las obras de Occidente… incluso sin un claro modelo alternativo.
Si las cosas resultan complejas en naciones ricas, en el resto del planeta la narrativa se centra en dos aspectos: Occidente juega siempre con una «doble moral». Esa doble moral tiene en la actualidad dos grandes referentes en relación con las acciones y declaraciones —obras y razones— esgrimidos frente al conflicto en Ucrania y en Gaza, pues aunque pueden ser interpretados desde muy diferentes causas polemológicas y argumentales, también pueden establecerse un sinfín de similitudes. Por ello, el llamado Sur Global —esencialmente, el hemisferio sur y países no occidentales— acusa a los Estados Unidos de tener un doble rasero con Ucrania y con Gaza… de hecho, el término empleado en ocasiones es «hipocresía».
Y todo ello, lógicamente, mina ese real o supuesto liderazgo en abanderar derechos humanos y democracia, en el marco de esa narrativa relativa a los esfuerzos realizados en pro de un mundo mejor, cuando gran parte del planeta —de hecho, la mayor parte del mismo— se ve imbuida de «la percepción de un doble rasero y de la frustración por el hecho de que otras cuestiones no reciban el mismo sentido de urgencia y los mismos recursos masivos que se han movilizado para Ucrania».
La sempiterna doble moral occidental, se señala constantemente: «malas obras» frente a «buenas razones». Así, también se trae a colación que ante los afanes de varias naciones, desde hace años, por unirse a la Unión Europea (UE), se argumenta que Ucrania solicitó la adhesión a la UE el 28 febrero de 2022 —solo 4 días después de la invasión sufrida por parte de tropas rusas— y obtuvo el estatus de país candidato en junio de 2022, pese a los ingentes costes que pude suponer la inclusión de dicha nación y sin olvidar que también se afirma que «Ucrania sigue siendo demasiado corrupta para unirse a Occidente». Frente a esas aparentes prisas, Turquía se encuentra «cansada» del eterno proceso de adhesión a la UE, pues lleva esperando décadas, ya que pese a que Ankara obtuvo el estatus de candidato a finales del año 1999, cuestiones tales como derechos fundamentales, Estado de derecho y democracia llevaron a que las negociaciones alcanzaran un punto muerto en junio de 2018.
Ciertamente, la aplicación de ese «doble rasero» que en ocasiones ha practicado, entre otras naciones, Estados Unidos —basta traer de nuevo a colación la divergencia de acciones y razones realizadas y esgrimidas en los casos de Ucrania y Gaza—, tiene también como efecto colateral denostar y descalificar los sinceros esfuerzos realizados durante décadas, sirve para proporcionar argumentación para atacar el «poder blando» estadounidense y occidental en su conjunto y motivar que se pierdan apoyos y aliados en África y otras partes del planeta… espacios que son rápidamente aprovechados por China y Rusia —entre otros—, con un planteamiento de apoyo a los gobiernos de las naciones que lo soliciten absolutamente distinto al prestado por Occidente, y que apoyan y alientan esa «narrativa antioccidental».
Y eso lo aprovechan nuevas potencias con narrativas antiimperialistas, sin poner condiciones —aparentes o directas— a las peticiones formuladas y mostrando estas nuevas potencias, también de manera aparente, un nulo afán de injerencia en los asuntos internos —o lo que en ocasiones es interpretado como tal— de esas naciones. Y por eso están desplazando a Occidente, o simplemente siendo llamadas como alternativa por estas naciones, en muchos espacios. Y uno de ellos, capital por constituir la frontera sur de Europa, es el Sahel, la amplia franja de tierra al sur del Sahara y espacio clave de movilidad continental.
En esta zona, especialmente en el Sahel occidental y centrado en Malí, Burkina Faso y Níger, Occidente ha sido expulsado en gran medida de estas tres naciones, que han creado una confederación que pretende ampliarse como un cierto elemento de «resurgimiento panafricano» frente a las —reales o supuestas— imposiciones y normas occidentales.
Estos gobiernos han adoptado un discurso soberanista, antifrancés y antioccidental, que se alinea perfectamente con la ideología —con las razones— de Putin; y la democracia es acusada de constituir «un sistema impuesto desde el exterior, inadecuado para las tradiciones africanas o ineficaz».
Así, expresiones como «salir de la subordinación», alejarse de Occidente y «marchar hacia la soberanía» constituyen una constante; e incluso se señala que no se debe pretender que los derechos humanos se instrumentalicen o politicen, y que «países que practicaron la esclavitud o la colonización hoy dan lecciones a otros de derechos humanos»; y, siguiendo esa línea, el presidente burkinés señaló que rechaza los préstamos del Fondo Monetario Internacional, acción creciente en África, citándose la «soberanía financiera» como un nuevo aspecto a recuperar respecto a las instituciones de Occidente, potenciando la independencia económica frente a las presiones y la ayuda exterior, y evitando así una suerte de trampa de la deuda eterna. Incluso el término «esclavos financieros» sale a relucir en comunicados en redes sociales de cargos del gobierno de Burkina Faso… el desapego hacia Occidente, y «sus razones», es creciente.
La petición de armamento, además de otro tipo de apoyo, pero sobre todo de armamento para luchar contra el terrorismo, había sido una constante por parte de los Estados sahelianos, petición que por parte de la UE y de otros países occidentales había sido sistemáticamente denegada, para enfado y desencanto de las autoridades africanas, que ante las razones que Occidente esgrimía para no proporcionarles armas que pudieran ayudarles contra el terrorismo señalaban que para concedérselas a Ucrania no había tantas salvaguardas. Y, de hecho, el propio JEMAD (Jefe del Estado Mayor de la Defensa) español ha señalado recientemente que «los países del Sahel no solo necesitan adiestramiento, también armamento», y que esa quizás sea la causa más importante de que, al sentirse amenazados y no obtener respuesta a tiempo (de Occidente), hayan virado hacia Rusia.
Y el hecho es que —si bien estas naciones sahelianas siguen constituyendo el epicentro del terrorismo regional y global—, a modo de ejemplo, Burkina Faso ha recuperado del poder de los yihadistas un 29% de su territorio, pues si en el año 2022 los terroristas controlaban el 61% del país, en la actualidad es «solo» el 31 %. Además de las tácticas y estrategia empleada por la Junta Militar que gobierna, además del creciente apoyo de los países de la Alianza Sahel, la compra de armas y el apoyo de Rusia parece haber sido clave en el refuerzo de capacidades burkinesas… nación que además no hace sino plantear la cuestión de cómo ahora se produce una recuperación de territorio y como esto no fue posible durante el tiempo de despliegue —una década— de miles de efectivos del ejército francés en misión antiterrorista. Parece, por tanto, que no existe, o va desapareciendo, el apego a las «razones» de Occidente… ¿y a sus «obras»?
En una acción de combate acontecida en el norte de Malí a finales de julio de 2024, rebeldes tuaregs y terroristas yihadistas infligieron un duro castigo a una columna formada por personal de la empresa de contratistas rusos Wagner y soldados del ejército maliense, con un balance estimado de cerca de un centenar de contratistas y casi medio centenar de soldados muertos. Y respecto a dicha acción, que supuso un duro golpe para Malí —y para Rusia/Wagner— desde las autoridades de Ucrania se afirmó haber apoyado la realización de la misma46, si bien posteriormente se desmintieron los diferentes comunicados emitidos por distintas autoridades y en diversos canales. La percepción en tierras sahelianas es que, en esa reconfiguración global, la guerra desatada en la frontera este de Europa, aparentemente, crea un nuevo frente de lucha abierta en la frontera sur… y Occidente —a través de esa Ucrania que pugna por ser parte del mismo— ha apoyado la muerte de soldados malienses.
Las reacciones son rápidas y contundentes, contando con las capacidades de estas naciones sahelianas, pobres entre las pobres de la Tierra: Malí rompe relaciones con Ucrania como lo hace a continuación Níger. E incluso la propia CEDEAO (Confederación Económica de Estados de África Occidental), a la cual renunciaron —y acusan de ser una herramienta de Occidente— tanto Malí como Níger y Burkina Faso han mostrado «su firme desaprobación y enérgica condena a cualquier injerencia extranjera en la región que pueda constituir una amenaza para la paz y la seguridad en África Occidental, así como a cualquier intento encaminado a provocar violencia en la región en los actuales enfrentamientos geopolíticos».
La narrativa creciente en gran parte del planeta —y no solo en el Sahel— es que Occidente predica valores y prosperidad económica mientras obtiene beneficios de un mundo colonizado, por lo que es preciso no solo el fin de la hegemonía occidental, sino incluso del aprecio a Occidente, por muy mitificado que esté. Y por ello, desde determinados ámbitos se afirma sin ambages: «El futuro es postoccidental. Este capítulo actual de la historia humana dirigida por Occidente debe cerrarse de golpe». ¿Será así?
Que llegue a ser así o no es cuestión de todos, ciertamente. De todos. La inexistencia real de un modelo alternativo impide la existencia de un dilema real, si bien la dinámica global siembra poderosas incertidumbres en personas y naciones, en grupos humanos y países… e incluso hace dudar de cuestiones, de razones —derechos, libertades…— que se daban por sentado como acervo humano, como acervo global.
Si donde nació el modelo, si donde se consiguió —con mucho esfuerzo y sudor— alinear adecuadamente «buenas razones y buenas obras» éste es cuestionado, quizás sea necesaria una profunda reflexión. Quizás, y solo así, se pueda recuperar su fuerza y vigor.
Y si, además, se es consciente que el planeta discurre a diferentes velocidades y ritmos, que las necesidades se encuentran en diferentes estadios y que atenderlas y ayudar a cubrir las mismas debe realizarse de una manera muy cuidadosa y consensuada, y teniendo absolutamente claro que un camino de siglos no se puede recorrer en unos pocos años o décadas, hay sin duda esperanza de que las buenas razones y buenas obras se difundan, de nuevo y de manera creciente, por el planeta, y que el modelo sea aceptado, con las matizaciones necesarias, a escala global. Quizás fuera necesario recordar y recuperar la necesidad de «obrar», y hacerlo todos a una, más que de «filosofar» y cada uno por su cuenta. Ciertamente, no es fácil, no es barato y no está exento de esfuerzo y sacrificio. Pero sin duda, creyendo y trabajando, es posible. Ya se ha hecho en otros momentos. ¿Esa podría ser una de las grandes obras del siglo XXI? La alternativa…
© Este es un resumen del análisis publicado por el Instituto Español de Estudios Estratégicos. Puede acceder a la versión íntegra a través de este enlace.
Pedro Sánchez Herráez
Coronel de Infantería de Estado Mayor, es doctor en Paz y Seguridad Internacional y analista del Instituto Español de Estudios Estratégicos.
Sirvió en la Legión durante 15 años, con la que participó en misiones internacionales en Bosnia-Herzegovina, Albania y Kosovo. Es doctor en Paz y Seguridad Internacional y analista en el Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE) donde publica sobre el Magreb y el Sahel, entre otros.
Es profesor en la Escuela de Guerra del Ejército de Tierra y del Instituto Universitario ‘General Gutiérrez Mellado’ y profesor asociado de la Universidad Complutense de Madrid. También colabora con varias universidades, centros e instituciones.