La Sala Hipóstila de la Biblioteca Nacional de España (Paseo de Recoletos, 20-23) acoge hasta el próximo 8 de diciembre la exposición Unamuno y la política. De la pluma a la palabra, en la que se analizan los vínculos indisolubles que unen a Miguel de Unamuno (1864-1936) con la historia de España a lo largo de más de cincuenta años a partir de la selección de numerosos documentos iconográficos y textuales a veces olvidados o inéditos (cartas, artículos de prensa, discursos, conferencias…).
La elección deliberada de un enfoque cronológico pone de realce la coherencia del pensamiento político de un intelectual reacio a cualquier clase de dogma pero a menudo presentado como contradictorio y “paradojista”.
Esta exposición deja constancia de la vigencia del pensamiento político de Miguel de Unamuno, intelectual comprometido que analiza y denuncia a menudo el colonialismo, la censura, la alianza del Trono y del Altar, los nacionalismos vascos y catalán, el fascismo y el comunismo, la violencia de la vida pública; también enjuicia el papel del Parlamento, de los partidos, de la prensa e incluso las relaciones entre España y Europa.
Por su voluntad constante de no dejarse encasillar en cualquier partido, Unamuno nunca fue un político en el sentido literal de la palabra. Con todo, se erige muy temprano en agitador de espíritus, determinado a remediar los males de la patria, incluso en actor o guía durante las horas trágicas que vivió su país. Expresa su constante deseo de “hacer opinión pública” en su ingente obra periodística desperdigada en casi 300 revistas y diarios. Con motivo de la guerra de Cuba y de los procesos de Montjuic, se impone en el paisaje político de España por sus posturas pacifistas y anticolonialistas.
Durante su largo rectorado (1900-1914), Unamuno actúa como “predicador ambulante”: denuncia el poder de la Iglesia y sus campañas agrarias contra los terratenientes de la provincia de Salamanca provocan en gran parte su destitución. También empieza a oponerse a la monarquía en la persona de Alfonso XIII y al papel del Ejército durante la guerra de Marruecos.
Durante la Gran Guerra, la neutralidad de España atiza su antimonarquismo y es cada vez más víctima de una censura implacable. Se refuerza su postura de intelectual europeo cuando se alza en contra de la barbarie del Ejército alemán a través de la prensa española, francesa e italiana; también se consolida su figura de tribuno. En septiembre de 1923, el manifiesto del general Primo de Rivera que inaugura una dictadura constituye un nuevo giro en su vida.
Entre 1924 y principios de 1930, se alza como primer y feroz oponente al régimen militar, al que aborrece. Desde Paris y luego Hendaya, Miguel de Unamuno incentiva la resistencia al dictador colaborando en revistas clandestinas, recibiendo a políticos españoles antimonárquicos y se vale de la poesía como arma de combate. Asimismo, no vacila en denunciar el fascismo de la Italia mussoliniana y su acción como conspirador, hasta ahora inédita, señala claramente su compromiso político contra la dictadura y a veces contra el Gobierno francés, que quiere en varias ocasiones exiliarlo al norte del Loira.
En 1931, después de su vuelta triunfal a España el año anterior, sale elegido diputado de la joven república, pero abandona pronto su escaño en las Cortes, defraudado por los diferentes gobiernos, en disconformidad con la política emprendida y la “brutalización” de la vida política.
Cuando se produce el golpe militar, Unamuno, hundido en un torbellino de violencia y de confusión, se adhiere durante unas semanas a los insurgentes. Pero después de su momentáneo apoyo, amplificado por la propaganda mediática de los sublevados, se alza firme y públicamente en contra de ellos durante la sonada celebración del 12 de octubre de 1936. Ratifica esta postura cuando apunta en su último borrador que “los hotros” -los rebeldes- son peores que “los hunos” -los marxistas-. También presagia que se avecina “una dictadura militar” y escribe poco antes de morir que “hay que renunciar a la venganza”.