José Antonio Gurpegui
Director del Instituto Franklin-UAH y Catedrático de Estudios Norteamericanos en la Universidad de Alcalá
La más que esperada noticia de la retirada de Joe Biden en la carrera presidencial que concluirá el próximo 5 de noviembre se ha producido. Una noticia que, tal como expresé hace unas semanas en esta misma publicación, era cuestión de tiempo que se produjera. Habrá quien considere el atentado sufrido por Trump como la causa de su renuncia, pero el desenlace que se produjo ayer se fraguó en el desastroso debate con su contrincante republicano todavía no hace un mes. Aún más, los rumores, los dimes y diretes sobre su eventual renuncia vienen sucediéndose desde el mismo momento en que anunció su intención de presentarse a las primarias demócratas en noviembre del año pasado.
En cualquier caso, todo ello es historia en este momento, y lo mismo es si la decisión de retirada tiene que ver con asuntos de la precaria salud mental y física del presidente, con los pésimos resultados que le pronosticaban las encuestas, o debido al penoso debate y execrable atentado contra Trump. Lo mismo da si Barack Obama le había pedido que se hiciera a un lado, como aseguraban los medios, o si tal extremo nunca llegó a ocurrir, como aseguraba el equipo del presidente; tampoco importa si los donantes habían congelado sus aportaciones a la candidatura de Biden. Lo verdaderamente importante es qué va a ocurrir en el Partido Republicano.
El hecho de que todavía no se haya celebrado la convención nacional implica que, aunque Joe Biden disponía del número de delegados necesarios para alcanzar la nominación, no había sido oficialmente designado candidato demócrata. La de Chicago será, por tanto, una Open Convention para cualquiera que se postule para la nominación al no disponer de delegados. Algunos medios de comunicación recogen la supuesta demanda de Nancy Pelosi —al parecer Biden está molesto con ella por retirarle su apoyo— para celebrar una suerte de mini-primarias; otros abogan por una candidatura Gavin Newson —Gobernador de California—, Gretchen Whitmer —Gobernadora de Michigan—, también los gobernadores de Wisconsin, Pensilvania… suenan como “presidenciables”. Dudo mucho que cualquiera de estas opciones llegue a sustanciarse, y si así fuera, resultaría un error para los demócratas de consecuencias incluso peores que la continuidad de Joe Biden.
Aunque la candidatura de la actual vicepresidenta Kamala Harris sea un futurible, cualquier análisis con visos de éxito demócrata pasa, indefectiblemente, por Kamala. La mala prensa y baja popularidad que ha tenido durante sus años de vicepresidenta están olvidadas en las actuales circunstancias. Como vicepresidenta y como candidata que lo fue en su momento a la nominación presidencial, la teoría de la navaja de Ockham revela que la suya es la opción más natural. Además, el tuit del presidente apoyando su candidatura, figuras fundamentales como los Clinton y casi la mitad de los congresistas ya le han expresado su apoyo. También podrá disponer de los casi 100 millones de dólares donados a la candidatura Biden/Harris que se “perderían” en caso de no ser ella la nominada.
Pero, más allá de lo que se esté cociendo en las cocinas demócratas, la candidatura de Harris se antoja la mejor posible para el partido. El problema más grave que estaba enfrentando Biden era la fuga de votos en ciertos “nichos” tradicionalmente demócratas como las mujeres, las minorías étnicas, los jóvenes, y, aunque no tan numerosos, pero sí determinantes, los votantes musulmanes. Kamala Harris supondría un poderoso revulsivo para estos grupos que veían con pesimismo la candidatura de Biden. Sus políticas favorables a los derechos de la mujer, aunque puedan parecer excesivamente radicales en asuntos como los del aborto, le reportarán un beneficio electoral. Lo mismo en cuanto a los grupos étnicos —ella misma encaja en este segmento— y los jóvenes que tomaron las universidades americanas.
Tan solo me queda una duda, aún a riesgo de errar en mis predicciones, relativa al candidato que la acompañará en el Ticket como vicepresidente. Un candidato, estimo, que responderá a un perfil social ciertamente similar al candidato republicano J.D. Vance. El voto de los hombres blue collar es el otro segmento de población que ambos contendientes intentarán conquistar.