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Roberto Veiga González
Abogado y politólogo. Colaborador de la Fundación Alternativas. Editor de la revista «Espacio Laical» (2005-2014) y director del Laboratorio de Ideas «Cuba Posible» (2014-2015)
El acontecer ha roto el «orden mundial» proveniente de la posguerra de 1945, debilitando sus instituciones y normas, y resultan evidentes las naciones que serán las dos potencias mundiales prevalecientes, es decir, Estados Unidos y China. Ello de conjunto con otras potencias de segunda, como Alemania, Japón, la Unión Europea y Rusia.
En este nuevo contexto mundial, tal vez habrá bloques como en otras épocas; recordemos aquellos dos, respectivamente, alrededor de Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), entre 1945 y 1991. Pero puede que ocurra de otro modo, o sea, que ambas potencias principales y otras secundarias convivan en países y regiones teniendo, indistintamente, según circunstancias locales y ocasionales, mayores influjos unas y otras.
Esto junto a un decurso histórico en el que convergen un cambio de época, inclusive cultural, y una crisis de la democracia. Para sectores de diversas sociedades, ésta se ha convertido sobre todo en una técnica de élites y burócratas a su servicio, y eso ha conducido a que perciban una escasa empatía de la política democrática con sus problemáticas.
La respuesta a ello está siendo el populismo, de derecha e izquierda, en todos los casos nostálgicos de lo absoluto, la homogeneidad y la unanimidad. Si bien el populismo de izquierda padece un desgaste y el de derecha suele estar considerado por tales sectores con capacidad para resolver sus dificultades.
Sin embargo, también en esta época la necesidad del desarrollo, cuando no de la sobrevivencia, demandará reunir esfuerzos globales, pues los recursos económicos y políticos de todos los países son limitados. En este sentido, quizá América Latina y el Caribe pueda proponerse constituir un factor estabilizador del «orden mundial» que emerge y así beneficiar su propio desarrollo y equilibrio.
II
Lo anterior puede parecer un «delirio» o quizá serlo realmente, de algún modo. No obstante, el espacio latinoamericano será importante para el desarrollo «de» y la competencia «entre» las potencias principales y secundarias; lo cual constituirá un desafío para la región, pero acaso igual una oportunidad.
Europa podría dejar de depender de China para el litio que demanda, recibiéndolo de Chile, Argentina y Bolivia. Podría recibir los cereales que necesita desde Suramérica, en vez de Ucrania. Podría proveerse de hidrógeno verde para la configuración de una estructura productiva basada en energía renovable de México, Chile, Argentina, Perú, Bolivia y Brasil. América Latina y el Caribe, a la vez, tendrían un mercado propicio para todo ello, del que hoy carece.
Esto exigiría un acuerdo birregional estratégico y beneficioso, capaz de aceptar que el libre comercio trae más crecimiento, más inversión, más exportación y costos más bajos, y que ello demanda gestionar con madurez política las tendencias proteccionistas desde ambos lados del Atlántico.
Las preferencias de importación de Estados Unidos desde América Latina y el Caribe pudieran resultar un recurso mayor para el desarrollo de la región. Este país importa de Latinoamérica, por ejemplo, aceites de petróleo, minerales bituminosos, circuitos integrados monolíticos, emisores receptores de radiotelefonía, radiotelegrafía, televisión, radiodifusión, partes y accesorios de máquinas de la partida 84.71, gas natural en estado gaseoso, minerales de cobre y sus concentrados, minerales de hierro y sus concentrados, habas de soja y oro para uso no monetario. Al mismo tiempo, América Latina y el Caribe es un mercado importante para las exportaciones de Estados Unidos, especialmente en bienes como maquinaria, productos químicos y automóviles.
Tales intereses pudieran incrementar la inversión y concesión de finanzas estadounidenses para estas áreas, y esto contribuiría al mejoramiento de la infraestructura de producción de bienes y servicios, del empleo, los salarios y el bienestar social. Existen en Estados Unidos instituciones financieras y organizaciones privadas que ofrecen préstamos a individuos y empresas en la región, como, Avant, Loan Provider, OneMain Financial, Rocket Mortgage, Upgrade y Upstart.
También esto exigiría un acuerdo de América Latina y el Caribe con Estados Unidos sobre inversión, créditos, protección de las empresas, libre comercio, derechos laborales y seguridad jurídica y del entorno. Pero ello requeriría una previa concertación latinoamericana, sustentada en el presupuesto de que el desarrollo de cada país de la región será de algún modo causa y efecto del desarrollo de los otros países.
Esta concertación intra latinoamericana para hacer posible tales acuerdos estratégicos, con Europa y Estados Unidos, demandaría de intereses compartidos, y no sólo de principios políticos o éticos. Sería conveniente a la sazón incorporar cuáles serían en este caso lo que fue para la Unión Europea la comunidad del carbón y del acero como elemento de aproximación y desarrollo compartido. Algunos señalan, entre otros supuestos, la agricultura y la industria alimentaria.
Todo ello, desarrollando además la cooperación económica, por ejemplo, con Canadá, China, Rusia, India, Reino Unido y Japón.
III
Sin embargo, algunos replican que tal proyección puede constituir un «delirio» porque demanda de políticos con extraordinaria altura humana, política y estratégica. No obstante, a veces, cuando la sobrevivencia es el reto, lo imposible puede resultar posible.
Ciertamente, en el actual contexto global prevalecen un populismo que procura anular la distribución de la renta, los derechos laborales, la equidad social y el compromiso con el bienestar general, así como la cooperación internacional, excepto el libre comercio; también unas fuerzas democráticas que parecen empeñadas más bien en sobrevivir; y una clase política con escasa cualidad, ampliamente convertida en un «oficio» para sustentar avaricias o ambicioncillas.
Por ello, sería favorable la presencia cada vez más significativa de una política democrática, con estrategias sólidas y agendas efectivas, que opte de manera «radical» por:
- Un Estado democrático y buena gobernanza, que garantice la libertad y los derechos humanos, y unas sociedades civil y política democráticas y pluralistas.
- Una estrategia económica democrática que asegure la centralidad del trabajo y esté orientada al desarrollo y el bienestar general.
- El acceso universal a una educación integral, la atención a la salud, un sistema sostenible de pensiones y seguridad social, el desarrollo de la infancia y la adolescencia, y una política medioambiental cualitativa.
- El empoderamiento de los grupos sociales vulnerables, la atención a las personas con discapacidad, el cuidado de las personas mayores, la lucha contra todo tipo de violencia y una defensa civil que responda a las catástrofes de toda índole.
- Unos institutos militares y policiales -de carácter «civil»-, igualmente con responsabilidad internacional por la paz y contra el crimen organizado, de acuerdo con las normas constitucionales y legales locales y al Derecho internacional.
- Unas relaciones internacionales basadas en la defensa de los derechos humanos, la cooperación y la paz.
Refiero a una política que además necesitaría capacidad para avanzar su proyección con legitimidad creciente en unos contextos con disímiles y poderosos «valores» adversos, inclusive a veces en sí misma.
El «mapa político» de América Latina y el Caribe no muestra esas proyecciones políticas con capacidad suficiente y tales fuerzas también padecen déficits en todo el orbe. Entonces el desafío primero sería la aproximación de éstas y la posibilidad de alcanzar estrategias y gestiones compartidas, con el compromiso «radical» de establecer una «nueva política», no al centro ni a los extremos sino adelante.