En el marco de PHoto España 2024, la Fundación Casa de México presenta del 20 de junio al 1 de septiembre próximos la exposición En el ombligo de la luna, de Miguel Soler-Roig.
El fotógrafo retrata México a través de la lente de su cámara desde hace más de treinta años, cuando visitó por primera vez el país, siendo un joven que se enamoró de México y lo recorrió en posteriores viajes de norte a sur y de este a oeste.
El título de la muestra, En el ombligo de la luna, también es un homenaje a México. Acorde con una cultura respetuosa con la naturaleza y los astros, el nombre proviene de la unión de tres palabras: metztli, que significa ‘luna’; xictli, ‘ombligo’ o ‘centro’, y co, ‘lugar’, es decir, ‘en el ombligo de la luna’. Tal designación responde a la similitud entre la forma de los antiguos lagos de la cuenca de México y la silueta de las manchas lunares vistas desde la Tierra: ambas recordaban la figura de un conejo, cuyo centro sería el ombligo o la gran ciudad de Tenochtitlán.
Por otro lado, México también se relaciona con el vocablo ānāhuac, que puede traducirse como ‘circunvalado por agua’. Todas estas referencias nos sitúan en una clave simbólica relacionada con la luna y el agua y, por lo tanto, con las emociones, el pasado y el subconsciente, elementos fundamentales de la exposición. Para el desarrollo del proyecto, Soler-Roig se introduce en su amplio archivo fotográfico y se deja llevar por un proceso intuitivo que desemboca en una síntesis visual y afectiva.
La exhibición, comisariada por Nerea Ubieto, está dividida en dos núcleos temáticos que presentan dos estilos fotográficos. El primero consiste en collages digitales a partir de diapositivas de su primer viaje por México en 1986, siendo adolescente, cuando las ruinas arqueológicas aún no habían sido encontradas por el turismo y pudo captar instantáneas privilegiadas. Ya entonces, sintió una energía única y nutritiva que le interpeló personalmente y sembró en él una semilla de retorno cíclico. Las imágenes plasman la sucesión irregular de etapas en México a través de varias intensidades y elementos yuxtapuestos. Todas parten de un registro antiguo y son intervenidas por capas, cual palimpsestos, con recursos líquidos y fotografías privadas ligadas a un recuerdo o huella sentimental. Cada composición es un compendio de experiencias cruzadas que tiene su anclaje en un tiempo pretérito.
El segundo núcleo es una suerte de capilla oscura con cuatro inmensos paisajes donde sumergirse. Cada uno de ellos es el epítome estético de una de las últimas vivencias reveladoras de Soler-Roig en México, aquellas que han conseguido trasladarle hasta su epicentro interno: un impasse meditativo, un momento de celebración identitaria, un viaje espiritual mediado por la vegetación o por la sensación de unidad con el cosmos. Los horizontes de atmósferas mágicas y naturaleza en estado salvaje expresan la imbricación de las realidades físicas del entorno mexicano y la subjetividad del autor.