Jesús González Mateos
Periodista y presidente de EditoRed
Cuando hace seis meses el Partido Socialista perdía estrepitosamente las elecciones autonómicas y locales a manos del Partido Popular, nadie daba un duro por el futuro de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno español. Había perdido casi todas las Comunidades Autónomas y las alcaldías de las principales ciudades de España y, sin pensárselo dos veces, disolvió las Cortes y convocó elecciones generales. Audacia suma, cuando prácticamente todas las encuestas le daban perdedor y anunciaban un gobierno de coalición entre el Partido Popular y los ultraderechistas de Vox.
No era la primera vez que Sánchez sorprendía a propios y extraños. El reelegido presidente del Gobierno ha fraguado su figura a base de ganar batallas imposibles. La primera, nada menos que contra sus propios compañeros de partido, cuando tras ser expulsado de la secretaria general en 2016, logró vencer en las primarias de su partido y renacer de las cenizas al año siguiente. En 2018, se convierte en el primer presidente de la democracia española que llegó al cargo a raíz de una moción de censura contra el entonces jefe del Ejecutivo, el popular Mariano Rajoy. Y también ha sido el primero en formar un gobierno de coalición y llevar al gobierno a un partido de orientación comunista, Podemos en 2020.
Un gobierno que tuvo que hacer frente a una pandemia y una crisis económica fruto de la guerra de Ucrania. A todos los avatares Sánchez se ha enfrentado sin complejos y con una enorme capacidad de cambiar de opinión, sin importarle los principios que se iba dejando por el camino. Eminentemente táctico, su estrategia consiste en vivir al día y fajarse con todos para mantenerse en el poder. Todo ello le ha granjeado éxitos personales, aunque su partido ha ido perdiendo poder en todos los territorios y, en los últimos comicios se quedó a dieciséis escaños del PP. Una travesía tejida en la inestabilidad política, donde su principal virtud es dividir a los adversarios, para liderar desde la minoría y el caos.
Pero no cabe duda que el principal elemento que ha alimentado la permanencia en el poder de Sánchez, es la existencia de un partido de extrema derecha en el escenario político español. Sin Vox seguro que hoy no sería presidente del Gobierno. La movilización de la izquierda que logró in extremis en las pasadas elecciones generales del 23 de julio se fraguó gracias a los pactos de gobiernos autonómicos entre el PP y Vox, error de libro del presidente popular, Núñez Feijóo, y el miedo que entre los nacionalistas e independentistas inspira la posibilidad de ver en Moncloa un consejo de ministros de la derecha y la ultraderecha. Ese mismo pánico que les tiene atados a Sánchez y que imposibilita cualquier opción de moción de censura contra él, pues, nunca votaría junto a Vox.
La amnistía, su último salto mortal
El pasado jueves, Pedro Sánchez era elegido presidente por el Congreso de los Diputados con una holgada mayoría. 179 a favor, cuando necesitaba 176. Ha logrado sumar a sus 121 escaños el apoyo de 58 diputadas y diputados de la izquierda radical, nacionalistas e independentistas. Un conglomerado aparentemente imposible de gestionar que vislumbra una legislatura incierta. Rizando el más difícil todavía, Sánchez ha mandado a sus huestes a pactar los imprescindibles votos de los independentistas catalanes de Junts per Catalunya a Bruselas, cara a cara con el ex president de la Generalitat, Carles Puigdemont, fugado de la Justicia española. Ha pasado de la amnistía nunca, a la amnistía mañana, bajo el sólido argumento egoísta de hacer de la necesidad virtud.
Contra él ha salido en tromba buena parte del Poder Judicial, de los medios de comunicación de línea editorial de centro derecha y millones de españoles que se manifiestan un día sí y otro también contra lo que consideran una traición a la patria o, al menos, lo que ellos entienden por España. La realidad es que ha partido en dos al país, con un nivel de tensión que no sufríamos desde hace mucho tiempo. Pero la realidad es tozuda y en un régimen parlamentario como es el español, Sánchez y su gobierno ostentan legítima y democráticamente el poder. A partir de aquí, se enfrenta a un tortuoso camino político. Los votantes de derechas indignados y dispuestos a no parar en sus manifestaciones. Demandas contra la ley de amnistía que tendrá que pasar por distintos tribunales hasta llegar finalmente al Tribunal Constitucional, donde en teoría tiene el control. Y, finalmente, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea que también previsiblemente tendrá que dictaminar sobre la ley.
Por otro lado, su alambicada mayoría parlamentaria puede verse a prueba, votación a votación, en el Congreso y frenadas sus iniciativas, una y otra vez, en el Senado, la Cámara Alta, donde el PP tiene mayoría absoluta. Sin embargo, es cierto que, tras la anterior legislatura de gran producción legislativa, ha cubierto los hitos de reformas solicitados por Bruselas y va a contar con nada menos que 90.000 millones de euros de ayudas europeas. Además, la economía española es en estos momentos la que más crece y con la inflación más baja de los grandes países de la UE.
Nadie sabe hacia dónde camina la legislatura que se inició en agosto y hoy cuenta ya con nuevo gobierno y con Sánchez una vez más al frente. A cualquier dirigente político le daría respeto cuando no miedo la situación a la que el Ejecutivo se va a enfrentar. Pero precisamente la palabra miedo es una de las que no existe en el vocabulario de Sánchez. En esa mezcla suya de arrogancia y osadía, no hay límites y menos si se los intenta imponer el adversario. De momento ya es presidente y mañana será otro día… o julio será otro mes y quién sabe si no le veremos aparecer por Bruselas.
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