González Barcos
Ceñidos por la autoridad de la Sunna, los ciudadanos del territorio saudí se sumergen en el nuevo proyecto de diversificación de la economía del reino. El guarismo que traduce a valor la prolífica industria del petróleo de los saudíes tiene un futuro cada día más incógnito y su suerte se postra al papel que el Estado pueda interpretar en el juego de la IA que está por emerger a escala internacional. Arabia Saudí ha creado un fondo de 100.000 millones de dólares para invertir en IA y otras tecnologías, con la intención de hacer más versátil la procedencia de su riqueza y competir con las grandes industrias tecnológicas. En este punto es capital comprender la suficiencia que un Estado como el saudita pueda tener para encarar esta grave empresa.
SINOPSIS DE UN SUPUESTO IMPOSIBLE
LA ESCENA INTERNACIONAL (.)
El destino de la tecnología a nivel global ha tenido una jurisdicción dividida entre China y los Estados Unidos durante años. Ahora, Arabia Saudí – que ya es clave para la política en Oriente Medio y en el suministro mundial de energía- trata de ser el eje regulador de estas dos grandes entidades aventajadas en la evolución del mercado de la técnica. Si bien el Estado Suní porta un apellido ilustre para el panorama económico mundial, lo cierto es que probablemente no suponga sino una de las varias inversiones licuadas que acaben por favorecer el poderío de Estados Unidos. Y es que pareciera que los americanos están tratando de atraer el gran capital Saudí hacia su terreno, para distraerlo así de la industria china.
A pesar de que China percibe todavía a Arabia Saudí como un potencial inversor, han rehusado las grandes demandas del petrodólar y han centrado sus esfuerzos en favorecer la producción -masiva – de silicio: agente imprescindible en la elaboración de artilugios electrónicos. Asimismo, quieren ser partícipes del mayor rendimiento de capital humano en labores ingenieriles. Aunque en esto le lleva la ventaja Estados Unidos, que tiene una de las sociedades más volcadas en estudiar y promover el desarrollo tecnológico. No creen que esto sea suficiente y desde hace años, además, son pioneros en elaboración de microchips desde una de las empresas más potentes de este producto: Nvidia. Compañía que, por cierto, está ya financiada por los beneficios del petróleo, pero no tiene un sólo trabajador cubriendo las ambiciones de su país.
EL INSUMO (.)
Arabia Saudí carece absolutamente de estos medios productivos para ser un verdadero competidor en la faena industrial de tecnología. Sus universidades están abarrotadas de extranjeros y los jóvenes nativos no conciben otros estudios que no sean los teológicos o filológicos arábigos. Según su ministerio de Educación, el porcentaje de matrículas en estudios humanísticos, tanto en universidades privadas como públicas, queda cerca del 54% y el porcentaje de saudíes dentro de ese mismo número rebasa de largo el cuarenta. De igual forma, el porcentaje de nuevos estudiantes matriculados en el sector de ingeniería, manufactura y construcción no asciende del 1.9 en los últimos años. En obtención de silicio, por otra parte, quedan al margen del grupo de los mayores veinte productores.
EL SUPUESTO IMPOSIBLE (.)
El grueso de la sociedad es totalmente ajeno al desarrollo de la IA, a sus potencialidades y a la razón de ser de la misma. Incluso, podemos denominar una apuesta contradictoria esta inversión ingente en un campo que contrasta en todas sus aristas con el tradicionalismo práctico de las dinámicas sociales árabes. No obstante, determinados expertos proponen que el gran poder adquisitivo Saudí es suficiente – junto con su energía -, para una próspera inversión y un negocio fructífero en la nueva industria de la tecnología. Nada más lejos de la realidad, lo cierto es que la bisagra ‘money-energy’ es cada día más voluble. A pesar de que los últimos dos años de bonanza le han proporcionado al Estado una burbuja de estabilidad, el precio del petróleo se desploma y el barato coste de extracción que los había mantenido durante años entre las mayores potencias económicas no podrá en este caso sostener la moneda saudí. Todo esto, al margen de la cada día más patente escasez del principal producto de comercio que ha tintado de negro los billetes de Arabia.
No hay argumentos reales para pensar que la IA pueda integrarse orgánicamente en la hermética e integrista sociedad del mayor reino en Oriente Medio. La colectividad, encargada en estos casos de asumir y llevar a cabo las proyecciones gubernamentales, está desvinculada de un gobierno con pretensiones seculares y comprometida con la instancia religiosa que lleva por losa el país desde los primeros períodos de globalización.
CONCLUSIÓN: LA DILUCIÓN DEL PETRODÓLAR
El vasto proyecto de diversificación de capital de la península arábiga viene de lustros pasados, cuando Emiratos Árabes Unidos y Qatar encabezaron la occidentalización que hoy día pretenden. Siendo honestos, EAU y Qatar han sido, además de pioneros, unos grandes artífices de los propósitos saudíes. El primero de ellos priorizó la pronta inversión en empresas extranjeras punteras de cada sector e hizo de su capital (Dubai) una localización imprescindible tanto en el mapa logístico, como en el turístico. Qatar, por su parte, ha realizado una política burocrática impecable, con una incursión mucho más delicada y paciente en los deportes y consta de una limitada – y por limitada dichosa – masa social, que lo exime de las grandes gestiones y problemática que incordian al gobierno de Arabia Saudí.
Al día en que se escribe este texto, la gran inversión en inteligencia sintética parece no ser más que otro de los elementos heterogéneos de ese intento tan deslavazado por diversificar su economía. Llenos de ambages y planes fastuosos, los árabes no alcanzan las cotas de beneficios que debieran para auxiliar sus arrebolados números. Proyectos como ‘The Line’ o la embestida a la escena futbolística forman parte del delirante y poco cauto emprendimiento saudí hacia su epílogo.