Jorge Dezcallar
Embajador de España
Como si no tuviéramos bastante con el bajo nivel de los golpes que nuestros políticos se intercambian en la arena doméstica, estos últimos días el ambiente se ha enrarecido aún más con dos decisiones polémicas que ha adoptado el Gobierno en el ámbito de las relaciones exteriores.
La primera se refiere al reconocimiento del Estado palestino y la segunda tiene que ver con el presidente de la República Argentina.
El reconocimiento del Estado palestino no debía ser cuestión de debate interno pues lo han defendido los dos grandes partidos PSOE y PP que, como no pueden estar sin discutir, han decidido hacerlo no en cuanto a la decisión en sí, sino al momento elegido para tomarla. De acuerdo con el Derecho Internacional, la realidad es que Palestina no reúne los requisitos necesarios para ser un Estado: no tiene una población definida, su territorio está ocupado por otro país y desde luego carece del monopolio del uso de la fuerza sobre esa población y ese territorio.
La decisión es, pues, más simbólica que real sin que tampoco sea novedosa pues ya la han tomado 143 países y entre ellos once europeos, aunque no los tres de mayor peso en la UE. Pero es un simbolismo importante porque envía dos mensajes muy fuertes: uno de apoyo a los palestinos que lo necesitan por lo mucho que están sufriendo últimamente, y otro de castigo a Israel por llevar a extremos intolerables su indiscutido derecho a la legítima defensa. Y estos mensajes cobran más fuerza por provenir de los dos países europeos que más se han significado en la búsqueda de una solución política para el conflicto que desde hace 75 años enfrenta a palestinos e israelíes: Noruega, que impulsó el Proceso de Oslo, y España que acogió en Madrid la Conferencia de Paz de Oriente Medio, que ha sido la única vez en que palestinos, árabes e israelíes se han sentado en la misma mesa.
¿Es el momento de dar un paso que a Israel ha molestado hasta el punto de llamar a consultas a sus embajadores en Madrid, Oslo y Dublín? Lo primero que hay que decir es que, para Israel, que no quiere oír hablar de un Estado palestino y que cada día ocupa más tierra palestina (los asentamientos están desatados), nunca habrá momento oportuno para hacerlo, y lo segundo es que en este momento su Gobierno se siente acosado interna y externamente (manifestaciones exigiendo la liberación de los rehenes y la dimisión del primer ministro, Tribunal Internacional de Justicia, Tribunal Penal Internacional) y eso es peligroso porque un gobierno débil y acosado tiende a sobrerreaccionar en su respuesta. Pero si el momento elegido no es bueno para Israel, es el mejor para los palestinos, que lo están pasando peor que nunca desde la Nakba, la tragedia que supuso la expulsión de sus tierras cuando las Naciones Unidas crearon el Estado de Israel, y necesitan oír que tienen derecho a un Estado. Lo que no es de recibo son las acusaciones de genocidio por parte de la ministra de Defensa, o de genocidio y de una Palestina “desde el río hasta el mar” por parte de toda una señora vicepresidenta del Gobierno que revelan ignorancia y sectarismo y que en Israel se entienden como favorables a su desaparición física. Alguien debería hacerlas callar.
Pero la decisión de reconocer al Estado palestino me parece correcta. Con frecuencia nos quejamos de tener un Gobierno tan absorbido por problemas internos que no ocupa la Europa el lugar que corresponde a un país que es la cuarta economía de la Eurozona. Esta vez lo hemos hecho con ambición de liderazgo y eso me satisface porque estoy convencido de que no habrá seguridad para Israel, la única democracia en todo Oriente Medio, sin justicia para los palestinos.
La otra crisis es la provocada por el presidente argentino, señor Milei, que es un maleducado, aunque también él haya recibido antes insultos de nuestro Gobierno. Los insultos delatan la categoría del que los profiere. Pero retirar a nuestra embajadora me parece un grave error diplomático, un error de principiantes en política exterior. Porque el Gobierno ha sobrerreaccionado anteponiendo sus intereses políticos sobre los nacionales (también han padecido antes insultos el Rey o Rajoy, entre otros sin retirar a embajadores) y porque le han regalado a Milei el control de la crisis: un día -más pronto que tarde- tendremos que nombrar a otro embajador en Argentina y Milei le tendrá que dar el plácet y lo dará o no lo dará o lo retrasará el tiempo que quiera.
Con la decisión de retirar definitivamente a nuestra embajadora en Buenos Aires, el ministro Albares le ha permitido al presidente Milei tener a partir de ahora la sartén por el mango y eso es un gravísimo error. La República Argentina no es Beluchistán, es un país amigo y hermano donde viven 400.000 españoles, donde somos el segundo inversor solo detrás de Estados Unidos y donde tenemos intereses familiares, culturales, comerciales y de todo tipo que ahora quedan sin la protección que da un embajador. Añora uno a ministros como Francisco Fernández Ordóñez, Javier Solana, Josep Piqué… porque ellos no le habrían dejado a Pedro Sánchez hacer lo que ha hecho.
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