Pedro González
Periodista
Aunque haya ganado contra pronóstico las elecciones denominadas PASO (Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias), es poco probable que el anarcoliberal -como él mismo se define- Javier Milei acabe ocupando la Casa Rosada tras las verdaderas elecciones del próximo 22 de octubre. Cabe constatar no obstante que ya ha provocado un auténtico terremoto político en Argentina, susceptible de extenderse a otros países de América Latina en donde el avance del populismo de izquierdas parecía imparable.
“No vine a guiar corderos sino a despertar leones, a sacar del poder a patadas en el culo a la casta que parasita el país”, proclamaba un eufórico Milei en sus acalorados mítines e intervenciones en radio y televisión. Acabó convenciendo a más de un 30% del electorado, que le dio una victoria fruto de la “bronca”, esa mezcla de rabia y descontento que arrastra el país desde que el peronismo se hiciera con la inmensa mayoría de los resortes del poder.
Desde finales de los años cuarenta del pasado siglo, esa versión argentina del colectivismo ha llevado a Argentina de ser una de las diez grandes potencias económicas del mundo a hundirla en las profundidades de la miseria. Una inmensa y prácticamente impagable deuda con el FMI, un 40% de la población por debajo del umbral de la pobreza, una inflación galopante permanente, que este año rebasa el 115%, y un dramático descenso de los servicios públicos, especialmente sanidad y educación, componen a grandes rasgos el dramático cuadro de un país, apenas aliviado por el chispazo de orgullo colectivo de un Campeonato del Mundo de fútbol con su icono nacional, Leonel Messi, a la cabeza.
Ese peronismo, rebautizado como kirchnerismo, encarnado en la candidatura del ministro de Economía Sergio Massa, ha sido tercero en estas elecciones (27%), lo que viene a demostrar que, pese al desastre, las instituciones están bien infiltradas y manejadas por la “casta”, especialmente por los supuestos descamisados de los sindicatos y piqueteros, en especial los de la muy poderosa CGT, y por la Cámpora, la organización de corte político-cívico-mafioso, encargados de convencer, disuadir o amedrentar a los que no se avienen a reconocer los logros y beneficios del Estado-providencia peronista, generoso en subvenciones destinadas a mantener al máximo número posible de “corderos” en niveles de pobreza que les hagan dependientes para siempre del poder.
El virulento discurso de Javier Milei, en realidad el único de los candidatos que ha presentado un proyecto de país, ha venido a demostrar que el presunto asalto a los cielos no es monopolio dialéctico exclusivo de la extrema izquierda.
Su propuesta de minimizar el elefantiásico tamaño y poder del Estado; recortar drásticamente el descomunal tamaño del empleo público creando paralelamente las condiciones para favorecer la libre empresa y la creación de empleo privado; reprimir con contundencia la delincuencia y en especial el crimen organizado; liberalizar la compraventa de armas y la venta de órganos; derogar la actual ley del aborto; vetar el adoctrinamiento LGTBIQ+ en las aulas; restablecer la seguridad jurídica e incluso cerrar el Banco Central y dolarizar la economía, ha sacudido los cimientos del sistema.
Como afirma el expresidente uruguayo Julio María Sanguinetti, “tal programa es de muy difícil aplicación, salvo que fuera en condiciones revolucionarias”.
Es quizá por ello que, aunque el economista que es Javier Milei se autodefine como acendrado partidario del libre mercado, éste saludó su triunfo en las primarias con otro derrumbamiento suplementario de las maltrechas finanzas argentinas: 22% de devaluación del peso y una subida hasta el 118% de la tasa de política monetaria del Banco Central.
Un discurso tan disruptivo es tan radical que en las elecciones de octubre muy probablemente no logre imponerse, y sí en cambio dejar paso a la exministra macrista Patricia Bullrich, partidaria también de la “mano dura” pero sin cargarse el sistema, tal y como promete Milei, al que enseguida han motejado de ultraderechista en todas las latitudes que simpatizan con el Grupo de Puebla o el Foro de Sao Paulo.
Pero, precisamente es el programa de Milei, triunfador de estas primarias el que puede despertar a todo el continente frente al avance del social-comunismo, llámese castro-chavismo, peronismo-kirchnerismo o incluso el sandinismo-orteguismo, todos con el apellido “revolución” como presunto y cínico denominador común.
Milei no es un astro fuera de órbita. Ya han empezado a verse destellos de esta contraofensiva en Chile, donde Gabriel Boric ha tenido que recular; en Colombia, cuyo presidente Gustavo Petro puede ser encausado, además de judicialmente, por el Parlamento por robo, lavado de dinero y fraude electoral a tenor de lo revelado por su propio hijo; en Perú, cuya presidenta y Parlamento siguen resistiendo los coletazos del autogolpe de Estado fracasado de Pedro Castillo, e incluso en México, donde al presidente Andrés Manuel López Obrador le ha salido respondona una mujer indígena y empresaria de éxito, Xóchitl Gálvez, que desmonta todos los días las homilías matutinas de AMLO. La que se perfila como candidata de la oposición a las elecciones presidenciales de 2024, con su suave lenguaje, pero afilado como una flecha de obsidiana, acusa a López Obrador de haber aumentado con sus políticas en 30 millones los mexicanos que viven en la pobreza; de haber cosechado en su mandato el mayor número de asesinatos y desapariciones de la historia del país, y de no haber impedido que el 80% del territorio de México esté en manos del crimen organizado. El presidente, que ha designado con su “dedazo” a Claudia Sheinbaum como candidata a sucederle en el Palacio Nacional, intenta hacerla pasar por una mujer de izquierdas frente a Xóchitl, quién se limita a sonreír sarcásticamente replicando que ella ya ayudaba a su familia como vendedora ambulante a los nueve años para poder pagarse la escuela, la misma edad a la que Sheinbaum recibía clases exclusivas de ballet.
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