<h6><strong>Eduardo González</strong></h6> <h4><strong>En julio 1873, hace 150 años, Otto von Bismarck, canciller y artífice del recién nacido Imperio alemán, decidió enviar sus barcos al sureste de España para intentar frenar el levantamiento cantonal de Cartagena, una sublevación revolucionaria y militar que precipitó la caída de la primera República Española y que, a juicio del Canciller de Hierro, podría convertirse en un foco desestabilizador para toda Europa.</strong></h4> En julio de 1873, unos meses después de la abdicación del Rey Amadeo I y de la proclamación de la primera República Española (1873-1874), el llamado Comité de Salvación Pública planeó el levantamiento de las provincias para imponer una República Federal “desde abajo” sin esperar a que las Cortes Constituyentes, elegidas en mayo de ese año, elaboraran y aprobaran la nueva Constitución Federal. <strong>La revuelta, que comenzó el día 12 de julio en Cartagena y se extendió a otras ciudades, sobre todo del sur y del levante, fue breve y fácilmente derrotada a causa de los excesos y de la falta de organización y coordinación de los sublevados</strong>. La excepción fue Murcia, donde Antonio Gálvez Arce, <em>Antonet</em>e, proclamó el <strong>Cantón Murciano. </strong>Desde entonces, con el apoyo de los barcos de la escuadra, 15.000 hombres en armas y más de 500 piezas de artillería, la muy fortificada ciudad de Cartagena, base naval de la Armada y epicentro de la revolución, protagonizó la mayor parte del conflicto desde agosto hasta el 12 de enero de 1874, cuando capituló ante las fuerzas gubernamentales. En cualquier caso, la revuelta cantonalista no se produjo en el vacío. Tal como recuerda el investigador <strong>Luis Álvarez Gutiérrez</strong>, del Centro de Estudios Históricos del C.S.I.C, Madrid (“El marco internacional del Cantonalismo: el naciente Imperio alemán frente a Cartagena y el Cantón murciano”, <em>Anales de Historia Contemporánea</em>, 1994), el contexto internacional del momento estaba condicionado, entre otros factores, por <strong>la reciente formación del Imperio Alemán</strong> tras la guerra franco-prusiana, que modificó substancialmente el juego de fuerzas en Europa; <strong>el coetáneo episodio de la Comuna de París</strong> y su coincidencia con el auge de la Primera Internacional obrera (AIT), que despertaron el temor al contagio revolucionario en todo el continente; <strong>el interés de la diplomacia bismarckiana por lo que ocurría en España desde la “Gloriosa Revolución de 1868”</strong>, especialmente por su posible incidencia en el flanco meridional de su gran rival, Francia; <strong>el creciente acercamiento entre las tres potencias centro-orientales de Europa, Prusia, Austria y Rusia, para hacer frente a eventuales convulsiones revolucionarias</strong>; y la paulatina <strong>aproximación entre el Imperio Alemán y Gran Bretaña</strong> con vistas a mantener el equilibrio y preservar la paz general de Europa frente a posibles focos revolucionarios. En estas circunstancias, <strong>la proclamación de la República en España (11 de febrero de 1873) y su deslizamiento hacia formas federalistas suscitaron, según el investigador, no pocos temores en las cancillerías europeas</strong> por la posible implantación de regímenes republicanos en Portugal e Italia y por la eventualidad de una unificación entre Portugal a España para formar una Confederación Ibérica de base revolucionaria. <h5><strong>Bismarck toma la iniciativa</strong></h5> Ante las noticias poco tranquilizadoras que los representantes diplomáticos y consulares alemanes hacían llegar a Berlín sobre los acontecimientos en España, y con el argumento de garantizar la seguridad y los intereses económicos de los súbditos alemanes residentes en la península, Otto von Bismarck decidió dejarlo todo preparado con vistas a conseguir la aprobación del emperador Guillermo I a una posible intervención militar en España en caso de necesidad. <strong>Por ello, se dirigió en marzo de 1873 al jefe del Almirantazgo Imperial, el general Albrecht von Stosch, para preguntarle si podría contar con algunas unidades de la Marina imperial para enviarlas a las costas españolas</strong>. En su respuesta, el almirante anunció al Canciller de Hierro que haría volver a Europa al grueso de las fuerzas navales desplazadas al Caribe a fin de poder disponer de ellas donde y cuando se considerase oportuno. Aunque no se precisaba la zona española en la que debían desplegarse las fuerzas navales alemanas, Bismarck decidió atender a los requerimientos de algunas colonias de alemanes en el sureste de España, especialmente a los comerciantes germanos de Málaga, que reclamaron una expedición naval a las costas mediterráneas a causa de la anarquía reinante y con el argumento de que Inglaterra, Francia e Italia ya habían hecho lo propio. <strong>Con la aprobación del emperador, Stosch ordenó el envío de tres barcos a Málaga para “proteger a los súbditos alemanes y sus bienes en aquella ciudad”. </strong>Fue así como comenzó la presencia naval alemana en aguas españolas, que habría de dar lugar a la posterior implicación directa del Imperio Alemán en el conflicto del Cantón Murciano. En un primer momento, según el autor citado, los navíos alemanes se dedicaron a surcar las aguas españolas entre Barcelona y Cádiz, deteniéndose en Málaga y otros puertos para recoger informaciones sobre los problemas de orden público causados por las agitaciones socio-políticas y las insurrecciones. Gracias a estos contactos, los cónsules y los comandantes navales alemanes informaron regularmente a Berlín sobre los vínculos entre los agitadores y las ideas de la Internacional y sobre su similitud con la Comuna de París de 1871, como quedaba demostrado con la proclamación de una <em>Commune</em> en Sevilla. <h5><strong>El Cantón Murciano</strong></h5> <strong>La calma inicial se vino abajo el 20 de julio de 1873, días después del comienzo de la insurrección cantonal en Cartagena, cuando el Gobierno español declaró como “barcos piratas” a los navíos de la Armada que se habían amotinado en favor de los revolucionarios y pidió a los Gobiernos de otros países que los trataran como tales.</strong> En estas circunstancias, Bismarck ordeno el envío de una escuadra alemana a España para <strong>intervenir en la revuelta del Cantón Murciano a partir de una base de operaciones navales en Gibraltar</strong>, una decisión que generó una amplia correspondencia diplomática entre el emperador, el Canciller de Hierro, el Ministerio alemán de Exteriores, el Almirantazgo, los representantes diplomáticos y consulares del Imperio en España y las embajadas y legaciones alemanas en Londres, San Petersburgo, Viena, Roma, Lisboa, Bruselas, La Haya, Estocolmo, Copenhague y Constantinopla. <strong>En cumplimiento del decreto recién aprobado por el gobierno de Nicolás Salmerón que declaraba “piratas” a todos los barcos que enarbolaran la bandera roja cantonal</strong>, la fragata alemana <em>SMS Friedrich Carl </em>interceptó el 23 de julio al buque de vapor español <em>Vigilante</em> cuando estaba a punto de entrar en Cartagena y el capitán del mismo navío alemán reclamó a la Junta de Cartagena, por los mismos motivos, la entrega de la fragata <em>Vitoria</em>. El <em>Vigilante</em> fue enviado a la base en Gibraltar para su posterior devolución a las fuerzas gubernamentales. El Cantón Murciano se planteó entonces la posibilidad de declarar la guerra a Alemania a causa de la captura de este barco, pero finalmente dio marcha atrás por considerar que la operación se había llevado a cabo sin el permiso de Berlín. <strong>En cualquier caso, en toda esta operación (que contribuyó, a medio plazo, a la derrota del Cantón Murciano), el Gobierno alemán se cuidó mucho de inmiscuirse en las luchas entre los bandos y ordenó a las unidades navales que mantuvieran la más estricta neutralidad y que evitasen cualquier apariencia de apoyo al gobierno republicano de Madrid</strong>, al que Bismarck consideraba tan pernicioso como la mismísima AIT a causa de su proximidad con algunos importantes líderes republicanos y socialistas de Europa, como el francés Léon Gambetta. <strong>En todo caso, Alemania no actuó sola, sino que incluso fue inducida por el Foreign Office británico a enviar la escuadra (de ahí, el centro de operaciones en Gibraltar) y recibió una petición de ayuda de Portugal para frenar la pretensión de los revolucionarios españoles de crear una Confederación Ibérica</strong> de base republicana que resultara atractiva para los propios revolucionarios portugueses. Aparte, Bismarck tuvo muy en cuenta <strong>los acuerdos entre los emperadores de Alemania (Guillermo I), Austria (Francisco José) y Rusia (Alejandro II)</strong> para acabar con los movimientos republicanos socialistas, procedentes, sobre todo, de Francia. Por si fuera poco, Bismarck se encontraba por entonces en pleno conflicto político con la Iglesia Católica, que se enconó especialmente en la primavera de 1873. En esas circunstancias, el canciller hizo todo lo posible para frenar la otra gran insurrección española, aunque de signo muy contrario a la cantonalista: la Guerra Carlista, cuya victoria hubiera reforzado a los sectores más ultramontanos y afines a la Iglesia en Alemania. <strong>Ese factor, unido a las sospechas alemanas de que su gran rival, Francia, apoyaba a los carlistas, animaron al canciller a respaldar el reconocimiento internacional del general Francisco Serrano, quien se hizo con la Presidencia del Gobierno en enero de 1874, inmediatamente después del golpe de Estado del general Manuel Pavía que puso fin, de hecho, a la República</strong>. Serrano acabó con los cantonalistas en Cartagena (con los gobiernos de Francia, Alemania o Gran Bretaña ejerciendo de intermediarios), derrotó a los carlistas en el sitio de Bilbao en 1874 y propició la restauración de los Borbones, que se aceleró en diciembre de 1874 con el golpe de Estado del general Arsenio Martínez Campos. El plan de Bismarck para España había triunfado.