Pedro González
Periodista
Paul Kagame, el hombre que gobierna con mano de hierro Ruanda desde que él mismo detuviera el baño de sangre que asoló su país en 1994, no está dispuesto a que la comunidad internacional le dé lecciones y le acuse de ser el principal instigador y sostén del Movimiento 23 de Marzo, la guerrilla que mantiene en jaque el este de la República Democrática del Congo (RDC).
Kagame aprovechó la conmemoración del trigésimo aniversario del comienzo del genocidio contra los tutsis para ajustar cuentas pendientes con una comunidad internacional, especialmente Francia, que contempló impasible cómo los hutus mataban a machetazos a más de 800.000 ruandeses y dejaban amputados al menos a otros 200.000.
El presidente ruandés no se dio por satisfecho con el paso dado por el presidente francés, Emmanuel Macron, que pocos días antes de la triste efeméride reconocía que “Francia pudo detener el genocidio con sus aliados occidentales y africanos, pero faltó voluntad para hacerlo”. Hubiera querido Kagame que Macron fuera el primer presidente en ejercicio de Francia en asistir a la conmemoración de la masacre en estos treinta años, y no que le enviara solamente a su ministro de Asuntos Exteriores, Stéphene Sejourné, a la ceremonia de encendido de la llama del Memorial de Gisozi, en el que reposan los restos de un cuarto de millón de las víctimas del genocidio.
En París se considera por el contrario que Macron ha ido ya bastante lejos, y que la declaración de este año complementa la que él mismo hizo en 2021, cuando reconoció “la incontestable responsabilidad [de Francia] en el engranaje que desembocó en lo peor”.
La frase sirvió para que París y Kigali pusieran fin a su mutua crisis diplomática, y para que los analistas y politólogos compararan el gesto de Macron con el que ya tuviera Jacques Chirac en 1995, cuando reconoció la responsabilidad de Francia en el apresamiento y deportación de los judíos en 1942, lo que se conoce como “la Rafle du Vel´d´Hiv”, responsabilidad que por su parte siempre negó François Mitterrand en sus catorce años de mandato en el Palacio del Elíseo.
En este aniversario, Paul Kagame se ha reivindicado no solo como el líder que detuvo la masacre, al frente del Frente Patriótico de Ruanda (FPR), sino también de la puesta en fuga y persecución de quienes idearon y llevaron a cabo el genocidio.
Quienes huyeron se refugiaron precisamente en la zona oriental de la RDC, desde donde continuaron lanzando continuos ataques contra Ruanda. Aquel éxodo gigantesco desembocó en una desestabilización y un desafío permanente al Gobierno de Kinshasa, de nuevo reavivado por los rebeldes del Movimiento 23 de marzo.
Sin desmentir su ayuda a los insurgentes congoleños, sostiene el dirigente ruandés que en la RDC aún quedan ejecutores del genocidio, a los que no permitirá, ni a ellos ni a quienes les secunden, volver a cometer sus crímenes. Kagame no ha dudado en señalar a la comunidad internacional, acusándola preventivamente de “indiferencia” ante el “derecho de Ruanda a defenderse”, dando por supuesto que las Fuerzas Democráticas para la Liberación de Ruanda (FDLR), integrada por viejos dirigentes hutus y algunos de sus jóvenes descendientes, no renuncian a invadir el país. “Las fuerzas genocidas -clamaba Kagame- han realizado centenares de ataques [contra Ruanda] en los últimos cinco años, y la realidad de que no hayan sido desmanteladas es pura y simplemente porque sirven a intereses inconfesables”.
Actualmente, los combates entre el Ejército congoleño y los rebeldes atraviesan por una de las fases más encarnizadas. Kigali sostiene descaradamente a los rebeldes so pretexto de que el Movimiento 23 de Marzo goza del apoyo de “genocidas” ruandeses, que pudieron escapar de la justicia penal internacional y consiguieron incluso el estatuto de refugiados. Fue precisamente a finales de aquel trágico 1994 que se creó el Tribunal Penal para Ruanda, pero Francia, en donde encontraron acomodo algunos presuntos genocidas, no se empezó a juzgarlos hasta 2014. Desde entonces, solo veinte acusados se han sentado en el banquillo, a un ritmo de dos por año.
La consecuencia geopolítica es que gran parte de aquella zona de los grandes lagos se ha convertido en el mayor campo de refugiados del mundo, y que los medios de información han dejado de contar los muertos y heridos que provocan los combates, además de todo tipo de exacciones y violaciones de derechos humanos, en un conflicto al que la comunidad internacional apenas presta atención pese a su amplitud.
A sus 66 años, Paul Kagame optará a un cuarto mandato en las elecciones presidenciales del próximo mes de julio. Lleva treinta años en el poder ruandés y no tiene candidatos con visos de desbancarlo. Los visitantes del país señalan que Ruanda, y especialmente su capital, exhiben el esplendor de una economía boyante en la que florecen muchos grandes proyectos. Un escaparate que ha hecho que amainen las voces que en el exterior le acusan de dictador implacable.
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