Ángel Ballesteros
Instituto de Estudios Ceutíes
Terminadas las negociaciones sobre el Brexit, un tanto atípicas por lo que se refiere a Gibraltar y consúmese o no la salida británica, permanecen incólumes una serie de consideraciones sobre la situación colonial que constituyen casi un corpus.
El primer concepto es de fondo. Los tres principales contenciosos de la diplomacia española están totalmente interrelacionados en una madeja sin cuenda, hasta el punto de que al tirar del hilo de uno surgen inevitablemente los otros dos, nucleando así un juego de alta diplomacia en el área hipersensible del Estrecho, donde “ninguna potencia permitirá que un mismo estado detente sus dos orillas”, en la formulación de Hassan II (aunque el aserto no puede tener el mismo valor con España miembro de la OTAN).
De ahí que “cuando Gibraltar sea español, Ceuta y Melilla deberán volver a Marruecos”, que es el leit motiv estratégico del vecino del sur y que se completa desde la doctrina táctica alauita con la incidencia saharaui: “la reivindicación de las ciudades, que es imprescriptible, depende en buena parte de la resolución del asunto Sáhara”.
Segundo, Gran Bretaña, que es pionera en instituciones representativas, campeona de la democracia y, a ese título, garante de los llanitos, se erige en paladín de su causa. Ahora bien, quizá haya base suficiente, vistos los antecedentes, como para sospechar que la noble postura inglesa esté lastrada por una manifiesta carga interesada, cifrada en las contrapartidas que la posesión del Peñón puede suministrar al Reino Unido, fiel a su mejor tradición mercantilista.
Y en este punto, que puede resultar clave, ya se ha apuntado que Londres atenuará su postura sobre el Peñón cuando disminuya su rentabilidad. Sin embargo, al mismo tiempo habría que reconocer su valor, a la baja pero con entidad suficiente, como base militar en los esquemas occidentales.
Y tercero, se alza como jalón fundamental el posibilismo, la realpolitik, como baza de futuro para poner a la soberanía donde corresponde e indica la doctrina internacional.
España podría ser generosa, flexible, comprensiva, hasta donde lo permitan la dignidad y el interés nacional. Si el Reino Unido sale, Gibraltar sale por definición. Y entonces, los llanitos, que antes o después terminarían quedando si no ‘in the lurch’ desde luego en sus proximidades, si quisieran seguir integrados en el mercado europeo, por la cuenta que les tiene, tendrían que ir considerando mutar el ‘link’ británico por el hispánico.
Consúmese o no el Brexit, más de tres centurias de situación colonial facultarían para invocar a Gondomar: “A Ynglaterra metralla, que pueda descalabrarles”. Y eso que faltaba un siglo para que los ingleses, en una maniobra espectacularmente heterodoxa, se apoderaran de Gibraltar. La línea dura no debería descartarse del todo, visto un cierto grado de inverecundia planeando sobre el contencioso. Su implementación y alcance, corresponde al gobierno de turno.
Ya he recogido varias veces que del elenco de distinguidos embajadores que ha tenido España ante la Corte de San Jaime, quizá el más elocuente haya sido el marqués de Santa Cruz, de quien se cuenta que todas las mañanas y es de suponer que también por las tardes como corresponde, llevaba a su perrita ante el mismísimo Buckingham para exteriorizar así su protesta de forma más que simbólica.
P.S. Escribo esta postal desde la misma biblioteca que lo hice hace días (Los contenciosos diplomáticos españoles) del muy británico Reform Club, y como la anterior, con la memoria viva de sus ilustres miembros, Churchill, Gladstone, Russell o Palmerston, que todos ellos se ocuparon y cantaron como Fox, a the Rock.
14/12/2018. © Todos los derechos reservados