José María Peredo
Catedrático de Política Internacional / Universidad Europea de Madrid
Al cumplirse el primer año de la guerra del Peloponeso, Pericles aprovechó el funeral en el que se honraba a las víctimas recordando su sacrificio, para hacer un discurso político memorable sobre la superioridad del sistema político de Atenas y el valor de la democracia. Ensalzó la memoria de los caídos y las virtudes de la tolerancia democrática para reforzar la moral de los atenienses y de sus aliados durante las siguientes etapas del conflicto. Pero la prolongación de la guerra entre los griegos terminó desgajando su civilización, desunida por la rivalidad de intereses entre las ciudades – estado, aun cuando todas juntas habían vencido al todopoderoso Jerjes, pocos años antes.
Después del primer año de guerra en Ucrania, la unidad de los países democráticos atlánticos y europeos en su apoyo a la soberanía ucraniana no se ha visto debilitado, a pesar de los intentos de Putin por provocar alguna brecha en las convicciones de los socios. Primero con los cortes del suministro energético y ahora con la amenaza de una gran ofensiva en primavera para cuya defensa se requieren armas más modernas y potentes. Los aliados, Alemania incluida, han respondido a la llamada del gobierno de Ucrania con un compromiso de aportación de tanques Abrams (Estados Unidos), Challenger (Reino Unido) y Leopard (Europa), así como de misiles Patriot, entre otros recursos. Momento en el cual el presidente Zelensky ha solicitado además aviones de combate.
Si bien no puede hablarse todavía de una escalada bélica, los movimientos de los contendientes si permiten contemplar un cambio de escenario estratégico donde se refuerza la posibilidad de que el conflicto armado aumente su magnitud y de que se amplíen los teatros de operaciones. Aunque el trasfondo de estos movimientos políticos y tácticos también pudiera tener como objetivo el fortalecimiento, tanto de la amenaza rusa, como de la capacidad de disuasión ucraniana, para provocar en el enemigo la aceptación de una negociación en términos de inferioridad. Una de las dos opciones, la escalada o la amenaza disuasiva, y de una tercera, la negociación, tomarán ventaja en los próximos meses sobre las otras dos.
Al cumplirse un año de conflicto, llega la hora de retomar el sentido esencial de un discurso fúnebre para compartir el sufrimiento de las víctimas, de sus seres queridos, del pueblo ucraniano y de los jóvenes soldados de ambos bandos que han desperdiciado su juventud o perdido la vida. Y también para hacer algunas valoraciones sobre el sentido de la guerra en el corazón geopolítico de Europa Central y sobre las consecuencias que ha tenido la decisión rusa de invadir el territorio de Ucrania y que puede tener la prolongación del conflicto hasta un punto de no retorno que puede alcanzarse en cualquier momento.
En febrero de 2022, Rusia dio un paso adelante en el Donbás para provocar un paso atrás del orden liberal y ganar una posición geopolítica más estable para sus intereses económicos y de seguridad. Pero como tantas veces ha ocurrido en la historia, la estrategia de fortalecer la seguridad de manera unilateral ha derivado en la proyección de una amenaza de inseguridad en los países vecinos, que ha reforzado la unidad de sus rivales occidentales y concienciado a los europeos sobre la necesidad de afrontar una política de defensa mejor coaligada y más comprometida en términos de recursos y en el establecimiento de nuevos objetivos compartidos. Como cualquier decisión militar conlleva, la guerra ha provocado la revisión de las estrategias de los contendientes y de los países afectados. Entre otras, la ampliación de la OTAN hacia el Norte, la aprobación de un Nuevo Concepto Estratégico y la puesta en marcha de mecanismos de defensa multidominio y de acción política multidimensional.
Algunas potencias no aliadas, China o India, han reaccionado desde la neutralidad. Pensando que la distancia política tendría el efecto inmediato, o a medio plazo, del fortalecimiento geopolítico e internacional de sus intereses. Pero después de un lastimoso año de enfrentamientos armados, el resultado de los objetivos previstos no ha producido un debilitamiento de la Alianza Atlántica, ni un avance en las posiciones militares, ni tampoco una mayor capacidad de influencia desde los polos de atracción ruso, chino o de cualquier otra potencia regional. Nadie es más fuerte de lo que era, y todas las potencias han salido debilitadas en términos económicos y de liderazgo. Con la excepción, si acaso, de Estados Unidos que ha aprovechado la coyuntura para pasar la página a su etapa bélica en Oriente Medio, y que ha reelaborado una estrategia de seguridad y defensa solvente, más coaligada con sus aliados y mejor definida gracias a la información obtenida y a la práctica aprendida en el territorio ucraniano.
Tras el primer año de guerra en el Peloponeso, Pericles pronunció un discurso demagógico y emocional que llamaba a los atenienses a seguir combatiendo en un conflicto de incierto y lejano final. Zelensky y Putin advierten hoy sobre la posibilidad de un escenario de mayor hostilidad. Aún cuando las evidencias indican que, si las estrategias se bloquean sobre el terreno, los objetivos de una ofensiva militar no son alcanzables. Y quizá haya llegado el tiempo de recurrir a la negociación diplomática para no prolongar el sufrimiento y alcanzar un acuerdo lo suficientemente satisfactorio y asumible para las partes implicadas.
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