José F. Estévez
Abogado de Cremades & Calvo-Sotelo y Académico de Bellas Artes de Santa Cecilia
Ahora sí no tengo dudas. Se nos ha ido un hombre de Estado. Su mirada azul cristalina casi glauca te avisaba. Mesura y más mesura como si la reflexión fuera un escapulario que colgara de su pecho. Carlos Robles Piquer había sido muchas cosas: ministro del primer Gobierno de la Corona – que se dice pronto- y diplomático de larga y experimentada carrera, de esos que ya apenas quedan.
Cuando le llamaron del Ministerio de Asuntos Exteriores para ser Secretario de Estado -me imagino que Adolfo Suárez le preguntó:»¿Sr. Robles de verdad acepta usted ser Secretario?»-, había sido ya ministro de Educación de otro Gobierno anterior (del poco aperturista – como se decía entonces- Arias Navarro). Ignoro su pensamiento aunque no su contestación. No lo dudó. Hizo lo que pocos hubieran hecho. Tomó posesión de su cargo en el Palacio de Santa Cruz, ese bello edificio entre barroco y herreriano que ordenara construir Felipe IV.
D. Carlos pertenecía a la Carrera Diplomática, distinguida profesión de la que él era digno sucesor de un linaje de abolengo que venía representando a España en tiempos complejos. Y sobre todo era un servidor público. Volvería al Ministerio, abandonado mejores destinos como la Embajada española en Roma.
Culto, estudioso, observador de la vida, solo tenía una nimia desventaja en su contra, a saber, haberse casado con una elegante dama, que mira tú por dónde era hermana de Manuel Fraga. Eso era mucho decir, porque ¿cómo brillar en el firmamento de personalidades en aquellos años al lado de una estrella tan egregia como la de D. Manuel? Uno de los Padres de la Constitución y progenitor de AP, ahora maltrecho PP.
Carlos Robles Piquer tenía tanta estatura política y tal talla intelectual que tenía luz y estrella propia en ese micro cosmos de grandes talentos políticos de los años previos a la transición que hicieron posible la gran transformación de España y viable la transición política. Esa generación a la que tanto debemos. Y que fue capaz de diseñar la arquitectura de nuestro Estado moderno, democrático y de Derecho bajo el liderazgo indiscutible del Rey Juan Carlos, y la sabiduría constitucional del inolvidable Torcuato Fernández Miranda.
No es muy conocida su diplomática intervención, cuando tras cumplir uno de sus compromisos en una sesión en Naciones Unidas en Nueva York concertó una entrevista con el Director del MOMA a quien delicadamente sugirió que una vez cumplidos los requisitos que –según Picasso- debería reunir el Régimen, el Guernica debería retornar a España. Como dice Javier Jiménez-Ugarte quien fuera su jefe de Gabinete, tiempo después “unos y otros se encargarían de llevarlo a cabo”. Sin embargo, las bases jurídicas y diplomáticas habían sido esbozadas por este servidor del Estado.
También ha pasado desapercibida su serena e inteligente aportación cuando en la noche en que pocos dormimos en el 23-F, tomado el Congreso y en plena confusión golpista de vuelta al Ministerio sugirió al subsecretario que convocase la Comisión de Subsecretarios y tomasen las riendas del País. Nada más acertado por su eficacia política y administrativa tal y como la Historia nos ha venido a ratificar. Don Carlos se nos ha ido discretamente como él era, un hombre tranquilo por fuera e inteligentemente inquieto por dentro. Ahora seguro que habita en el paraíso. Descanse en paz este hombre de Estado.
02/03/2018. © Todos los derechos reservados