Antonio Hualde
Abogado e investigador de la Fundación José Ortega y Gasset-
Se dice que la Primera Guerra Mundial fue la última entre caballeros -nada que ver, desde luego, con las salvajadas que hoy se cometen por doquier-. Brutal, sí, como todas, pero hubo allí historias que en la actualidad, por desgracia, serían inconcebibles. Entre ellas, destaca una que no es precisamente bélica, y que ocurrió de verdad. Fue en Ypres, al sur de Bélgica, allá por 1914. Alemanes y británicos se preparaban para pasar las Navidades en unas trincheras anegadas e insalubres. El panorama que tenían ante sí era de lo más desolador: frío, hambre, enfermedades y el riesgo de caer muerto por una bala enemiga…o peor aún, malvivir de por vida con las secuelas de haber respirado gas venenoso.
A ello había que añadir la horrible monotonía diaria: a un toque de silbato, salir campo a través corriendo hacia el enemigo y, ante la imposibilidad de avanzar, dar marcha atrás, procurando llegar de una pieza. El resto del tiempo se pasaba entre barro y penurias, echando de menos a los seres queridos y escuchando el devenir cotidiano de unos y otros, dada la proximidad de las líneas. Pero era Navidad, con que todos recibieron presentes de sus respectivas familias: pequeños árboles para decorar y apfelstrudel para los alemanes, whisky y Christmas pudding para los británicos. Si ya de por sí estas fechas resultan especiales, lo son aún más ante la posibilidad de que no haya un mañana por alguna bala perdida. Si a cualquiera de nosotros nos dieran a elegir entre pasar la Navidad en amor y compañía o matar a nuestros semejantes, la respuesta sería unánime. Sucedió que el destino dio a aquellos hombres la posibilidad de que eligieran. Y así lo hicieron.
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«En la primer Guerra Mundial hubo historias que en la actualidad serían inconcebibles»
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Son muchos los testimonios que se guardan de aquel “momento-milagro”, como lo definió un oficial alemán. La lectura de las numerosas cartas escritas por los soldados que lo vivieron es estremecedora. En una de ellas, publicada en The Times, un suboficial galés relata que, en mitad de la noche, oyó una voz desde la trinchera enemiga que decía “¡Soldado inglés, feliz Navidad!”. Ante la sorpresa inicial, alguien contestó a los alemanes en los mismos términos, y durante esa noche “no hubo disparos, sino esperanza”.
El amanecer fue aún mejor. Tímidamente, algunos soldados ingleses y alemanes se dejaron ver con las manos en la cabeza. Avanzando hacia aquellos a los que hace bien poco iban a matar, poco a poco fueron ganando terreno, hasta situarse a tiro de un apretón de manos. De la desconfianza inicial se pasó a los abrazos y camaradería de quienes antes que guerreros eran personas. “Escribimos nuestros nombres y nuestras direcciones en tarjetas del servicio militar, y las cambiamos por tarjetas alemanas. Cortamos los botones de nuestros abrigos y recibimos a cambio las Armas Imperiales de Alemania. La Navidad había convertido en amigos a irreconciliables enemigos”.
La tregua duró un día entero, e incluso hay noticia de un partido de fútbol, al parecer ganado por los alemanes. Pero el momento más entrañable, magníficamente plasmado en la película Joyeux Noel, fue el de los villancicos. Los ingleses no se sabían muy bien la letra de Noche de Paz, pero sí en cambio la de Adeste Fideles. Cabe imaginar la escena: soldados de ambos bandos, cantando juntos al son de las gaitas escocesas. Aquel momento mágico sirvió para hacerles olvidar que en breve volverían a matarse, pero no ese día; era Navidad. De ahí que la cruz conmemorativa de Ypres no sea por los caídos en la Gran Guerra, sino por aquellos que mostraron al mundo la grandeza del ser humano, capaz de unir en franca amistad a enemigos acérrimos.
24/12/2017. © Todos los derechos reservados