Foto: A.R.
Stella Cohen / Escritora sefardí
Alberto Rubio. 11/07/2017
Mujer, africana, escritora, sefardí. Stella Cohen cuenta su singular historia -fruto de seculares tradiciones, crueles fatalidades, tragedias históricas y una determinación por preservar una cultura que hunde sus raíces en la España medieval- menzclando el inglés con el español sefardí (en el texto, en cursiva) que aprendió de su familia. Su investigación sobre ese mundo remoto y fascinante la ha condensado en “Sepharadic Table”, un libro que presentó la semana pasada en el Centro Sefarad-Israel.
¿Se siente ‘embajadora’ de un mundo, quizá, olvidado?
Nunca me he visto como una embajadora, aunque ahora entro en Facebook y la gente me dice ‘Stella, eres nuestra embajadora, alimentando la voz y conocimiento de la herencia de España’. Lo cierto es que, desde niña, me fascinó la tradición de mis abuelos, que hablaban ladino, su lenguaje, su herencia, las palabras, el mundo antiguo sefardí.
En los últimos años me he dedicado a los negocios, a la filantropía, a criar a mis hijos, a mis nietos… Pero siempre ha vuelto mi necesidad de que un glorioso pasado en España no se desvanezca. Y la única forma de hacerlo fue tomar algunas recetas, cultura, dichos sefardíes en ladino, y ponerlo todo en un libro.
¿Cuánto tardó en terminarlo?
Diez años. Tuve que recuperar muchas tradiciones transmitidas de madres a hijas. Lo publiqué en Sudáfrica y creí que tendría una difusión limitada por la escasa proyección del mundo sefardí. Sin embargo, en pocos meses el libro se agotó en todo el mundo e hicimos una nueva edición. Gané cinco premios internacionales y ahí empezó mi búsqueda, que no se limitó sólo a lo sefardí o a lo judío sino a las tradiciones que se preservan en las familias.
Veo que guarda profundamente el recuerdo de aquella España.
Sí, muchísimo. Es una experiencia espiritual, mística, de mis abuelos, pero es tan fuerte, tan vibrante, que sentimos el dolor, el amor por España, la nostalgia de algo que no conocimos. Pero me siento española cuando me despierto y cuando me voy a dormir. También me siento un poquito turca, por mi madre, o griega, por mi padre. Es una mezcla, pero soy todo eso. Y ninguno es menos que los demás. Pero el vínculo más fuerte es con España.
¿La gastronomía es una buena herramienta para las relaciones internacionales?
Totalmente. La buena mesa, con la diplomacia, supera las fronteras que otras formas de comunicación no son capaces. Cuando conocí a Alicia Moral (embajadora de España en Harare, presente en la entrevista), preparamos una velada cultural sefardí. Ella invitó a 20 embajadores de países donde viven sefardíes, entre otros EEUU o Argelia, y al final muchos, como los de Turquía o Grecia, me decían que tenían esas mismas tradiciones.
Desde España a Grecia y después a Zimbabue, su familia no sólo ha hecho un viaje en el tiempo, sino por medio mundo.
Exactamente. Esa emigración es una historia de pérdida y redención. La historia de estar en el exilio desde 1492, a través del Imperio Otomano, de los campos nazis donde fue exterminada mi familia y que los pocos que sobrevivieron continuaron en África Central. Ahora mis hijos están en Nueva York y yo me uniré a ellos algún día. Seguimos moviéndonos.
¿Hablan ladino sus hijos?
Saben algunas palabras y su significado. Sobre todo hay términos cariñosos, como mi alma, querida, preciado, que decimos todos los días. En inglés no sonarían igual, no tendrían sentido.
¿Por qué emigró su familia a Zimbabue? Está al otro lado del mundo, visto desde Rodas.
Lo estaba, tiene razón. En 1936 mi padre salió de Rodas debido a la mala situación económica. Habían oído que se había descubierto oro en África Central. Merecía la pena el riesgo, no tenían nada que perder. Llegaron a un lugar que no conocían ni hablaban su lengua, y eso que mi padre hablaba nueve idiomas. Lucharon mucho. Y poco a poco crearon una comunidad que llegó a sumar 2.000 personas. Y todos hacían el mismo mazapán que sus antepasados en Toledo.
¿Por qué disminuyó esa comunidad?
Por razones políticas y económicas, después de la independencia las cosas cambiaron y muchas familias buscaron una vida más segura en Sudáfrica, Estados Unidos, Australia…
Usted sigue en Harare. ¿Por qué?
Porque todavía tengo algunas responsabilidades allí, además de que amo el lugar donde nací y viví. Cuesta arrancar esas raíces, es muy duro, pero es algo que tendré que hacer algún día.