Eduardo González
“Es costumbre madrileña comer doce uvas al dar las doce horas en el reloj que separa el año saliente del entrante”. Así contaba la prensa local en enero de 1897 una práctica que, aunque nueva por entonces, ya había arraigado lo suficiente como para convertirse en una de las tradiciones más características de la Nochevieja.
Sobre cuándo comenzó la tradición de las uvas en Madrid y en el resto de España, las versiones abundan. Según cuentan los periódicos de la época, en el siglo XIX las clases acomodadas madrileñas habían empezado a imitar la costumbre de comer uvas y beber champán para recibir el Año Nuevo. “La costumbre ha sido importada de Francia, pero ha adquirido entre nosotros carta de naturaleza”, contaba el diario El Imparcial en 1894.
El 1 de enero de 1896, el diario La Correspondencia de España relataba cómo, en la “hermosa residencia del presidente del Consejo de Ministros (el general Martínez Campos), saludaron los ministros la llegada del nuevo año comiendo ricas uvas y bebiendo Champagne”, además de entonando “entusiastas y patrióticos brindis” por el ejército que “tan valientemente pelea en Cuba”.
En todo caso, lo que empezó como una mera costumbre aristocrática (y se hizo habitual entre la burguesía madrileña a finales de siglo) vivió su propia versión popular en 1882 gracias a un bando del alcalde de Madrid, José Abascal, por el que se imponía el pago de un duro a todo aquel que participara, en la noche del 5 de enero, en la llamada “recepción de los Reyes Magos”. El objeto de la medida era acabar con los desenfrenos y las borracheras habituales en esa celebración.
En protesta por esa “alcaldada”, que causó un profundo malestar popular, unos cuantos madrileños decidieron organizar un acto burlesco en la Puerta del Sol, donde se encontraba el edificio del Ministerio de la Gobernación, en el que representaron, en el frío de la noche, una sátira sobre lo que hacían los aristócratas en el calor de sus mansiones: comer uvas al ritmo de las campanadas del reloj.
La chanza arraigó y se convirtió en una costumbre que, en pocos años, se extendió a muchas otras ciudades españolas que supieron encontrar sus propios escenarios para comerse las uvas. “Hay enfermo que confía más en las uvas que en todos los específicos del mundo”, lamentaba un periódico de la época contra estas “supersticiones que el diablo inspira”.
El episodio que más contribuyó a la propagación de la costumbre se produjo en 1909, cuando los viticultores de Alicante y Murcia, en su afán por dar salida a los excedentes de una cosecha particularmente buena, financiaron una campaña por toda España en la que animaban a comer una uva por cada una de las doce campanadas para recibir el año.
La costumbre de comer uvas en Nochevieja existe en otros países de habla hispana, como Argentina, Chile, Colombia, Ecuador, México, Perú o Venezuela. En Grecia se suele comer un pastel llamado Vassilopitta en cuyo interior se introduce una moneda y en Italia se prepara un plato de lentejas estofadas, una tradición romana propiciatoria de fortuna.