Eduardo González
Dice la tradición que la costumbre navideña de representar las escenas de Belén con figuras fue introducida en España por Carlos III desde Nápoles, donde había reinado durante 25 años. No obstante, la auténtica artífice fue la reina María Amalia, muy aficionada a los pesebres y cuya prematura muerte ha sido recordada desde entonces con el belén del Palacio Real.
La tradición de los belenes surgió en Italia de una forma, cuanto menos, curiosa. Alrededor del siglo X se empezó a extender por este país y otras partes de Europa la costumbre de representar con actores reales el episodio del nacimiento de Jesús, cuyo máximo exponente fueron los Autos de los Reyes Magos.
El problema surgió cuando aquellas escenificaciones, que se celebraban en los templos, empezaron a convertirse en auténticas juergas en las que corría el alcohol y se trataban de forma muy irreverente las historias religiosas.
En consecuencia, el papa Inocencio III prohibió en 1207 estas representaciones teatrales, y para paliarlo, se optó por sustituir a los actores de carne y huesos por figuras. La tradición cuenta que Francisco de Asís representó en 1223 en la Toscana el primer belén de la historia. Cierto o no, lo que sí es seguro es que fue en Italia donde, gracias a los franciscanos y las clarisas, empezó a extenderse la costumbre por conventos y domicilios.
El privilegio de contar con el belén actual más antiguo del mundo se lo disputan el monasterio bávaro de Flussen (con un pesebre de mediados del siglo XIII) y la catedral de Florencia (de finales del mismo siglo), pero no fue hasta el siglo XV cuando se empezaron a fabricar belenes como los actuales, con piezas sueltas.
Los primeros belenes conocidos en España aparecieron, por influencia italiana, en los territorios de la Corona de Aragón. No obstante, hubo que esperar hasta el siglo XVIII para que arraigara la costumbre.
Cuando Carlos de Borbón fue coronado rey de Nápoles en 1734 como Carlos VII, la tradición ya era bien conocida en sus nuevos reinos desde hacía al menos 400 años, pero la verdadera edad de oro del belén napolitano llegó en el siglo XVII, cuando se empezaron a realizar aquellos espectaculares pesepri cuyas escenas, de gran calidad y con todo lujo de detalles costumbristas, se modificaban cada año con un montaje diferente.
Entusiasmado con los pesebres napolitanos, Carlos y su no menos entusiasmada esposa, la reina María Amalia de Sajonia, trasladaron la costumbre del belén a Madrid cuando el monarca fue coronado rey de España en 1759 como Carlos III.
María Amalia hizo trasladar al Palacio Real del Buen Retiro las cerca de 7.000 figuras que formaban su belén de Nápoles y, como solía ocurrir en esos casos, las casas nobiliarias no tardaron en hacer suya la nueva costumbre real y en montar sus propios pesebres en sus palacios.
La reina falleció al año siguiente de tuberculosis con sólo 35 años, y Carlos III, en homenaje a su esposa, decidió montar un pesebre todos los años venideros en el Palacio Real para que el pueblo lo pudiera visitar, lo que contribuyó a extender la costumbre en los domicilios más humildes.
Con ese fin, el rey encargó a los Talleres Reales la fabricación del llamado Belén del Príncipe para su hijo, el futuro Carlos IV. Muchas de sus piezas no sobrevivieron a la Guerra de la Independencia ni a otros conflictos, pero el Belén del Príncipe, formado por figuras de estilo napolitano, genovés y español, sigue siendo uno de los conjuntos belenísticos más importantes del siglo XVIII. Fiel a la costumbre napolitana, todos los años se modifica la disposición de las piezas y cada cierto tiempo se introducen nuevas figuras procedentes de los talleres italianos.