Alberto Rubio
¿Qué hacían los embajadores de Estados Unidos y de Alemania en el mismo hotel de San Sebastián en agosto de 1943, en plena II Guerra Mundial? ¿Se espiaban? ¿Negociaban? Nada de eso, sólo se trataba de una curiosa ironía del destino.
En agosto de 1943 los aliados progresaban en Italia a pesar de la dura resistencia que oponían los ejércitos alemanes. Pocos días antes había caído Mussolini. Mientras, la España del general Franco mantenía su conocida “no beligerancia” frente a las presiones de ambos bandos.
Ese año, el general Franco recuperó la tradición instaurada por la Reina María Cristina durante su regencia, en los últimos años del siglo XIX, de trasladar el Ministerio de Asuntos Exteriores a San Sebastián durante el mes de agosto (ver The Diplomat). Con el llamado “Ministerio de Jornada” en la capital donostiarra, los embajadores también se veían obligados a desplazarse a la ciudad norteña para tratar asuntos urgentes.
Es en ese contexto donde coinciden los entonces embajadores de Estados Unidos, Carlton J. Hayes, y de Alemania, Hans-Heinrich Dieckhoff, como describe el propio Hayes en sus memorias “Misión de Guerra en España”. No sólo ellos se encontraban en el mismo hotel donostiarra, también era huésped el entonces embajador italiano, el marqués Giacomo Paulucci di Calboni, que se mantenía “discretamente” apartado de su colega alemán.
Hayes, un profesor universitario reclutado por la Administración Roosevelt para ejercer como embajador en España, relata cómo le llega una curiosa oferta: “Un funcionario del hotel me brindó hacer una derivación del teléfono del embajador alemán para mi cuarto”. Hayes declinó el ofrecimiento porque “sabía que ni él ni yo utilizaríamos el teléfono para transmitir secretos”.
Por contra, parece que su colega alemán no tuvo tantos remilgos: “Pronto descubrí que era mi teléfono el que estaba interferido”, señala el embajador norteamericano, que termina el relato con un irónico sentido del “fair-play”: “Aparentemente el funcionario del hotel había sido completamente imparcial, pero el embajador tudesco le había resultado más condescendiente que yo”.
Curiosamente, Hans-Heinrich Dieckhoff, fue el último embajador alemán en Estados Unidos. En noviembre de 1938 fue llamado a Berlín, en respuesta a la retirada del embajador de Estados Unidos en Alemania como protesta por la “Noche de los cristales rotos”, y nunca regresó. Fue también el último embajador de la Alemania Nazi en España.