Gonzalo Moreno-Muñoz
Directivo de la Cámara de Empresarios Hispano-Austriaca (CEHAUS)
En febrero del año 2000 Jörg Haider apareció como el primer síntoma serio de un cambio político profundo que ha acabado por globalizarse tres lustros después. Entonces, la UE se despachó con una reacción unánime y engolada imponiendo al gobierno austriaco sanciones que se declararían ilegales años más tarde. Haider pasó y murió, y su entonces partido, el FPÖ, pasó su travesía del desierto después del desgaste de tocar gobierno.
La victoria de Trump en Estados Unidos ha culminado lo que habían sido hasta ahora excepciones más o menos exóticas en otros países de Occidente. A nadie se le ocurrirá pedir sanciones a Estados Unidos por las astracanadas que ha soltado Trump. No porque no hayan sido peor –mucho peor- que las de Haider, sino porque no hay quien las pueda hacer cumplir a la todavía primera potencia mundial. La falta de previsión del caso Trump, también del Brexit, indican lo verdes que están todos los analistas en los fenómenos que empujan el cambio político estructural que estamos viviendo. Es cierto que son fenómenos muy complejos, pero también que el análisis requiere honestidad y sentido crítico en todo y con todos.
El 4 de diciembre los austriacos están llamados, por segunda vez este año, a las urnas presidenciales. Las primeras elecciones las ganó Alexander Van der Bellen por un estrechísimo margen de 30.000 votos y fueron impugnadas por candidato del FPÖ, Norbert Hofer, y canceladas después por el Tribunal Constitucional. La división del país es comparable al euroescepticismo de los británicos o al trumpismo de los americanos. Es decir, una fractura de fondo en dos mitades que toca los cimientos mismos del sistema y que puede provocar cambios políticos de mucho más recorrido que un mandato presidencial. En el caso austriaco la polarización se da, de momento, sólo en torno a la Presidencia de la República que por carecer de poderes ejecutivos tiene alcance limitado. Pero es el ensayo general de las elecciones legislativas de 2018, contando con que el gobierno de gran coalición aguante hasta entonces. Si la tendencia del FPÖ se mantiene, tiene el primer puesto asegurado.
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La división del país es comparable al euroescepticismo de los británicos o al trumpismo de los americanos
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Se repetirá entonces corregido y aumentado el caso Haider pero Europa y el mundo serán diferentes. Porque Europa cuenta ya con muchas bolsas de descontento en casi todos los países de movimiento populistas o abiertamente rupturistas. Las llamadas al orden, la seriedad gris de Bruselas, las amenazas; ya no servirán.
Los partidos políticos que hicieron la posguerra de los grandes consensos liberales y socialdemócratas; están cediendo ante movimientos de identidades nuevas, transversales, alguno de ellos peligrosos; pero que tienen mal encaje en los sistemas políticos hechos por y para la alternancia bipartidista. El antídoto contra ellos no puede ser la ignorancia o el desprecio, sino combatirlos con ideas, con prácticas y con resultados. Y en último término, si llegan al gobierno como Austria ya ha vivido, que demuestren con hechos su supuesta bondad frente a los partidos del establishment. Con instituciones fuertes, los populismos de izquierda y derecha, pueden no pasar de ser un mal catarro.
Previsiblemente Austria volverá a ser la primera. Como lo fue hace 16 años. Ya no habrá perplejidad ni sanciones sino sociedades mejor preparadas para poder hacer frente a los outsiders. El mundo habrá cambiado y habrá menos certidumbre, pero también menos pereza y arrogancia para hacer frente a un cambio que no detiene su reloj.
25/11/2016. Este artículo ha sido publicado originalmente en Red Floridablanca