Luis Ayllón
Editor de The Diplomat
El 18 de julio de 1991 se hacía realidad en la ciudad mexicana de Guadalajara una aspiración que, sobre todo, los Gobiernos de España y México habían impulsado: convocar en una cumbre a todas las naciones iberoamericanas, es decir a los países de habla española y portuguesa a ambos lados del Atlántico.
Desde entonces, cada año (a partir de 2014 cada dos años) los jefes de Estado y de Gobierno de los países americanos, más España y Portugal, y desde hace algún tiempo también Andorra, se han dado cita para abordar la situación de un espacio que tiene una gran cantidad de cosas en común, unos lazos históricos muy sólidos y un potencial de actuación todavía infrautilizado.
Es cierto que veinticinco años después a quienes hemos seguido muy de cerca el desarrollo de las cumbres, nos hubiera gustado ver un número de resultados más concretos, que los que hoy se pueden apreciar. Hubiera sido deseable contar con más acuerdo prácticos como el Convenio multilateral de Seguridad Social, que permite sumar las cotizaciones hechas en diversos países iberoamericanos.
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«Hoy por hoy siguen siendo un elemento válido del que nadie quiere prescindir»
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Sin embargo, lo cierto es que las cumbres han servido de catalizador para acelerar otros procesos de integración regional que no existían, como recordaba recientemente la secretaria general iberoamericana, Rebeca Grynspan, aludiendo a Celac, Unasur, el Alba o la Alianza del Pacífico. Ni siquiera se había puesto en marcha la Cumbre de las Américas, de la que forma parte también Estados Unidos.
Hoy por hoy, las cumbres iberoamericanas siguen siendo un elemento válido, del que nadie quiere prescindir, por más que algunos hayan tratado de ningunearlo enviado a representantes de menor nivel, como ha sucedió en ocasiones con frecuencia con Cuba y Venezuela. Aunque sólo fuera como foro para encuentros bilaterales de los distintos mandatarios, las Cumbres seguirían siendo válidas.
En cualquier caso, desde la perspectiva española, el mantenimiento de las cumbres es una necesidad. No hay ninguna región en el mundo en el que España tenga tantos vínculos históricos, ni una zona en la que la apuesta económica d ellas empresas españolas haya sido tan grande. Tal vez se pueda culpar a los últimos gobiernos de este país de no haberse involucrado todo lo que hubiera sido necesario en el acompañamiento del progreso de América Latina, pero aún se está a tiempo de corregirlo. Mucho más, ahora que la incertidumbre planea sobre algunos países de la región, como Brasil o Venezuela, aunque sea por motivos distintos.