Pedro González
Periodista
Los rebeldes hutíes de Ansar Allah no han cesado de hostigar a Arabia Saudí con el lanzamiento de proyectiles, los últimos el pasado 25 de diciembre sobre la región de Jizán, en el sur de Arabia, limítrofe con Yemen. El príncipe heredero Mohammed Bin Salman (conocido como MBS) ha anunciado de inmediato “una operación militar a gran escala”, sobreentendiéndose que pretende ser la que aseste un golpe definitivo a una guerra que se apresta a entrar en el octavo año, y que se ha cobrado ya, según la ONU, más de 370.000 muertos y una gigantesca catástrofe humanitaria, que se proyecta sobre Europa a través de los cientos de miles de refugiados, que huyen de su país, de 30 millones de habitantes, de los que un 80% depende de la ayuda humanitaria internacional.
Al frente de una coalición internacional, cuyo otro pilar fundamental son los Emiratos Árabes Unidos (EAU), Arabia se implicó en la guerra del Yemen en 2015, con objeto de revertir la ofensiva hutí de Ansar Allah, alzado en armas contra el régimen de Ali Abdullah Saleh en el contexto de las revueltas árabes de 2011.
Pero, siete años de guerra y una descomunal inversión en material bélico, que han convertido a Arabia en la sexta potencia mundial en gasto armamentístico, no han logrado el principal objetivo, que MBS había cifrado en su día en no más de unas pocas semanas. Peor aún, el embrollo de la guerra en Yemen ha devenido en uno de los grandes escenarios de la confrontación con Irán, cuyo régimen islamista apoya abiertamente a los rebeldes hutíes. La guerra ha visto consolidar el dominio de los hutíes sobre Sanáa, la capital, y una desaforada fragmentación del territorio, que se ha traducido consiguientemente en una multiplicidad de centros de poder.
Un detallado análisis geopolítico del Real Instituto Elcano (RIE) afirma que “el mapa político actual de Yemen está más lejos que nunca de un Estado viable y soberano, donde Ansar Allah tiene un dominio casi completo del norte del país, mientras que el gobierno de Abdrabbuh Mansur al-Hadi, de crisis en crisis, lidia con las aspiraciones secesionistas del Consejo de Transición del Sur (CTS), y los intentos de integrarlo en su alianza con el partido Islah (organización islamista de estructura laxa y con una relación histórica con los Hermanos Musulmanes)”.
Una apuesta definitiva a todo o nada
El fracaso de los augurios de MBS en concluir en esas pocas semanas el conflicto y la multiplicación de todo tipo de incidentes, escaramuzas y ataques de los hutíes a instalaciones e intereses saudíes, parece haber llevado a Riad a la conclusión de que hace falta asestar un golpe definitivo en vez de prolongar indefinidamente una guerra letal pero de baja aparente baja intensidad, y sobre todo, en la que no se divisa un desenlace a corto plazo caso de seguir con esa estrategia yerma de resultados.
Aunque Teherán desmienta estar en el origen de los diversos cargamentos de armas, con destino presuntamente a los rebeldes hutíes, pero aprehendidos por las fuerzas de la coalición, Riad tiene suficientes evidencias que demostrarían la cooperación entre Ansar Allah e Irán. Esa alianza, unida asimismo con el movimiento libanés Hezbolá, es considerada por Arabia Saudí como una amenaza permanente a su seguridad y estabilidad.
Por otra parte, la intervención en Yemen era para el reino saudí una oportunidad para alimentar el fervor nacionalista y un medio de expresar la lealtad de los ciudadanos hacia sus dirigentes. Según el informe del RIE, “pretendía, además, servir de demostración del liderazgo regional de Arabia Saudí, caracterizado como una aspiración legítima y el proyecto personal del príncipe heredero”. En consecuencia, si la nueva “operación militar a gran escala” decidida por MBS no alcanzara sus objetivos de concluir prácticamente con esta guerra, Riad y el propio MBS sufrirían una sensible merma de su prestigio y autoridad moral internacional.
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