Sergi Rodríguez López-Ros
Vicerrector de la Universitat Abat Oliba CEU de Barcelona
Este verano todos hemos asistido, medio perplejos, medio tristes, medio indignados, al abandono de Afganistán a su suerte, tras mostrarles la democracia occidental se la hemos escamoteado, siguiendo a Estados Unidos en su abandono del país a manos de los yihadistas. Hay que decir que las Fuerzas Armadas españolas han realizado una auténtica proeza logística, con nuestra ministra y nuestro embajador al frente, desalojando en tiempo récord a los afganos y sus familias que más habían colaborado en la misión diplomática y militar de nuestro país allí.
La actitud de Biden, que lamentablemente recordó al abandono vergonzante de Vietnam en 1975, ha dejado claro lo que él mismo verbalizó días más tarde: no más “grandes operaciones militares para rehacer otros países. Aún más, me niego a continuar una guerra que ya no sirve a nuestros intereses vitales de la seguridad nacional de nuestra gente”. Podríamos reflexionar mucho sobre la decisión, pero no sobre su ejecución: atropellada, torpe, dramática. Fuentes bien informadas aseguran que más de 175.000 afganos que formaban parte del sueño americano se han quedado atrapados, pese al compromiso de libertad para ellos que los talibanes habían formulado.
En cualquier caso, resulta evidente que existe un cambio de ciclo histórico en Estados Unidos que se deriva de la crisis de su liderazgo económico mundial, cada vez más disputado por China. Estados Unidos parece evitar atascarse en una operación militar que no le reporta nada económicamente. No en vano, la deuda del país superó el 1 de marzo de 2021, por primera vez en su historia, los 28 billones de dólares; es decir, la suma de toda la deuda pendiente del gobierno federal. Recordemos que en la época Reagan, en 1988, la deuda era solo la mitad de la producción económica de Estados Unidos. De ahí su carrera militar para ahogar a la Unión Soviética. Ahora aproximadamente dos tercios de la deuda son propiedad de la Seguridad Social norteamericana, cuyo colapso podría poner al gigante al borde del conflicto interno.
Esta Doctrina Biden (2021) supone una disrupción con la Doctrina Truman (1947), por la que Estados Unidos apoyarían militarmente a “pueblos libres que están resistiendo los intentos de subyugación por minorías armadas”, básicamente como freno al comunismo. Sin embargo, también contra la Doctrina Kirkpatrick (1985), por la que sostendría a dictaduras anticomunistas del Tercer Mundo. De las palabras del propio Biden (“una guerra que ya no sirve a nuestros intereses”), se colige eso sí la vigencia de la Doctrina Monroe (1823), de no injerencia de las potencias europeas en el continente americano, y la Doctrina Roosevelt (1904), de defender los intereses económicos norteamericanos en el mundo. Dicho de otra forma: los Estados Unidos ya no lucharan por llevar la democracia sino para mantener su economía.
De ahí la alianza que recientemente ha construido con el Reino Unido, a quienes ingenuamente muchos europeístas daban por desahuciados tras el Bréxit, y Australia, que se convierte en el mediocampo de la lucha geopolítica y geoeconómica mundial al ser la mayor democracia liberal y economía capitalista cercana a China. Esa alianza supone un jaque –no mate– a la OTAN, que ve surgir una escisión para crear una Liga de Campeones en su seno, y a la Unión Europea, que queda fuera de juego por no tener un ejército propio ni una política exterior uniforme. Ese es el motivo por el que ha seguido a Estados Unidos en su retirada, respuesta que militarmente en España ha dado de forma ejemplar.
Sin embargo, y eso es lo más preocupante, supone un gran paso hacia el mundo bipolar: Auskus –y pronto India– frente a China y Rusia. El objetivo es evitar que China configure el Mar del Sur como un Mare Nostrum. Recordemos que por el Estrecho de Malaca pasa el 25% del comercio mundial. Pero eso no cortocircuita la nueva Ruta de la Seda, que tiene su paso interior a través de Rusia, Asia Central, Oriente Medio y Turquía. Frente a ello, Estados Unidos va sin suda a intensificar su presencia en América central y meridional para evitar que esta proporcione a China los granos indispensables para su ganadería y la alimentación de su población.
Nos esperan tiempos de turbulencias. El aleteo de Afganistán va a provocar un escenario global bipolar en el que muchas poblaciones quedarán expuestas a regímenes autoritarios, con Oriente Medio, Asia Central y Asia-Pacífico van a ser el centro del tablero de juego. Estados Unidos se lo juega casi todo: volver a la casilla inicial, la de 1898.
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