<h6><strong>Ángel Collado</strong></h6> <h4><strong>Después de un semestre de fracasos y parálisis, de las mociones de censura a las reformas pendientes, Pedro Sánchez ha venido a reconocer la severa crisis del gobierno, cambiar a la mitad de sus ministros y asumir la cuota de los cinco comunistas o populistas nombrados por Pablo Iglesias.</strong></h4> El jefe del Ejecutivo forma <strong>un gabinete aún más sanchista</strong>, con políticos de escaso recorrido y un peso menor en el PSOE que deben su meteórico ascenso al favor presidencial, con el que intenta recuperar la iniciativa. La continuidad con ascenso a vicepresidenta primera de <strong>Nadia Calviño para dar confianza en Bruselas</strong> a la hora de asegurar las ayudas europeas a la recuperación económica (70.000 millones) es la principal apuesta de Sánchez para aguantar toda legislatura en el Palacio de la Moncloa. Cambiar a medio equipo en el primer tercio del mandato es la mejor prueba de la<strong> urgencia del presidente del Gobierno en salir del bloqueo de proyectos y la descoordinación interna</strong> que reinaban en su gabinete. Los salientes, desde la vicepresidenta <strong>Carmen Calvo</strong> al jefe de gabinete Iván <strong>Redondo</strong> o la titular de Asuntos Exteriores, <strong>Arancha González Laya</strong>, <strong>pagan los errores propios o de su superior</strong>, como ocurre en estos casos para que el jefe suelte lastre y pueda seguir. Los deméritos de todos los caídos eran conocidos y subrayados por la oposición, así como las responsabilidades superiores de su gestión. Aunque a Redondo se le atribuyan todas las maniobras políticas contra el PP como las operaciones de censura en las autonomías y la campaña contra Isabel Díaz Ayuso, es evidente que contaban con la aprobación de Sánchez. La clave de los ministros igualmente quemados ante la opinión pública pero que siguen en el cargo es también la supervivencia del jefe del Ejecutivo. Destaca en ese capítulo el titular de Interior, <strong>Fernando Grande-Marlaska</strong>, responsable de los acercamientos de los terroristas presos de de ETA al País Vasco y de la entrega del control de las cárceles al gobierno nacionalista vasco. El apoyo de los herederos político de la banda (5 escaños en el Congreso) y del PNV (otros 6) es fundamental para la estabilidad parlamentaria del Gobierno. <strong>Sánchez tampoco ha querido o podido tocar la cuota de ministros de Podemos pactada en su día con Pablo Iglesias.</strong> Yolanda Díaz fue designada heredera del dirigente populista al salir del Gobierno y como vicepresidenta y ministra de Trabajo sigue. Lo mismo ocurre con los otros cuatro titulares de extrema izquierda, incluida Irene Montero, y después de imponer sus proyectos más ultrafeministas frente a las pegas de Carmen Calvo. El jefe del Ejecutivo ha preferido desairar a las feministas del PSOE antes que meterse en líos con sus socios podemitas. Pero <strong>la principal apuesta de Sánchez para aguantar lo que queda de legislatura es la política económica</strong> para apuntarse un periodo de recuperación en los próximos años. Asciende a vicepresidenta primera a la ministra de Economía, Calviño, la encargada de asegurar la llegada a España de las ayudas contra la crisis. Tiene que poner orden en el equipo económico y convencer a Bruselas que, ahora sí, el Gobierno se tomará en serio la tarea acometer las principales reformas pendientes: el sistema de pensiones, la legislación laboral y la fiscal para frenar la escalada del déficit público. En esas nuevas leyes o cambios normativos presupuestarios se juega Sánchez los 70.000 millones que desde su gabinete repartirá para la recuperación económica, los fondos que le tienen que asegurar la continuidad en el Palacio de La Moncloa, como mínimo, hasta finales de 2023. El jefe del Ejecutivo ha logrado eludir hasta ahora la concreción en los recortes de pensiones y en la “no derogación” de la legislación laboral de 2013, la que aplicó Mariano Rajoy que complació entonces a Bruselas.