<h6><strong>Ángel Collado</strong></h6> <h4><strong>Más allá de la pugna directa entre el PP y los partidos de la izquierda por el poder, en las elecciones autonómicas de Madrid está también en juego el futuro de los principales movimientos populistas en España. Ambos extremos del arco parlamentario, Podemos y Vox, han buscado el choque en la campaña y se retroalimentan en su pelea particular para no quedar últimos en el reparto final de escaños.</strong></h4> <strong>Pablo Iglesias</strong> <strong>apuesta su carrera política</strong> para salvar a sus menguadas fuerzas en la Comunidad de Madrid mientras que <strong>Santiago Abascal ensaya el mensaje de Le Pen</strong> por la seguridad ciudadana y contra la inmigración con el fin de mantener su reducida parcela electoral frente al empuje de la candidata de los populares, <strong>Isabel Díaz Ayuso</strong>. El líder de Podemos se puso al frente de la candidatura autonómica del partido en Madrid para garantizar su supervivencia parlamentaria, superar ese cinco por ciento de los votos que exige la ley para entrar en el reparto de escaños, pero también para aglutinar a toda la extrema izquierda. Nada más anunciar su descenso a la política regional cosechó su primera derrota: la escisión madrileña de Podemos encabezada por su examigo<strong> Íñigo Errejón</strong> (Mas Madrid) confirmó que mantenía candidatura propia, la de<strong> Mónica García</strong>. Ese fracaso se acrecentó después con las encuestas al indicar que los escindidos doblaban en porcentaje de intención de voto a los podemitas. Pese al protagonismo alcanzado en la campaña y en los medios por ambos extremos, los mensajes más populistas siguen sin calar en Madrid, especialmente el de Iglesias. <strong>Hace solo dos años Podemos se quedó en un 5,6 por ciento de los votos, al borde de desaparecer de la asamblea</strong>. La candidatura de Errejón, menos extremista y de cara más amable, sumó un 14 por ciento. Ahora se presenta al alza y disputando ya espacio al PSOE. Salvo una inesperada carambola de resultados y pactos de última hora a favor del bloque de izquierdas, <strong>la irrupción de Iglesias en la política autonómica tiene visos de despedida</strong>. Si era difícil esperar que se conformara con ser el último de la fila en una asamblea regional, las noticias sobre sus negociaciones para dar el salto a los medios de comunicación confirman que prepara su retirada de la primera línea. La carrera de Iglesias sería en ese caso muy exitosa para su vida personal y patrimonial, pero muy corta como líder, aglutinador o heredero del 15-M, movimiento diluido luego en Podemos que le llevó a disputar la supremacía de la izquierda al PSOE de<strong> Pedro Sánchez</strong>. Estuvo hace cinco años a solo 1,5 puntos del porcentaje de voto de los socialistas en las elecciones generales. <strong>La historia de Vox en Madrid tiene cierto paralelismo con la de Podemos</strong>. Siempre por debajo de sus expectativas en las encuestas, los de Santiago Abascal alcanzaron el 15 por ciento de los votos en los comicios legislativos de 2019, pero en las autonómicas de Madrid se quedaron como penúltimo partido (solo por delante de los podemitas) con un 8,8 por ciento de los votos y 12 escaños en una asamblea de 129 diputados. Son los resultados que ahora defienden para no perder espacio frente al fenómeno de la reunificación del voto del centro derecha que dirige Díaz Ayuso. En vez de hacer campaña como en anteriores comicios contra “la derechita cobarde” en el objetivo de liquidar al PP,<strong> los de Abascal (encabezados por Rocío Monasterio) han preferido defender su parcela de electorado con mensajes de corte lepenista</strong> y muy limitados: seguridad ciudadana, rechazo a la inmigración y anticomunismo básico aprovechando la presencia de Iglesias. En el mejor de los casos <strong>para Vox, su futuro en Madrid será servir de complemento a una mayoría relativa de Díaz Ayuso</strong>, y siempre desde fuera del poder, no como hace Sánchez con Podemos. Los extremos se retroalimentan pero retroceden, al menos en Madrid.