Pedro González
Periodista
La página Netanyahu no estaba definitivamente pasada, es más parece que habrá que releerla con más atención ahora si cabe. Cinco elecciones en menos de cuatro años han sido necesarias para que el líder del Likud haya perfilado un bloque que esta vez sí, contará con una mínima ventaja de 61 ó 62 escaños, de los 120 que componen la Knesset, para desarrollar una legislatura normal, dentro de lo peculiar que este término significa en Israel.
Salvo inesperados vuelcos de última hora en el recuento de votos, el Consejo Electoral Central ofrecerá los resultados finales el próximo 9 de noviembre, en virtud de los cuales Benjamin, “Bibi”, Netanyahu será encargado de la formación de un Gobierno que reflejará forzosamente la radicalización operada en la política de Israel.
En ese Gabinete se sentará con toda probabilidad Itamar Ben Gvir, líder de Otzma Yehudit (Poder Judío) que, en coalición con Sionismo Religioso, aportan 15 diputados a Netanyahu, bajo un credo que se resume en la anexión sin contemplaciones de todos los territorios ocupados; mano dura con la población árabe dentro y fuera de Israel; reinstauración de la pena de muerte para los terroristas palestinos e inmunidad judicial para las actuaciones de las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF) en sus operaciones “contraterroristas”.
Considerado un ultranacionalista, opuesto a cualquier solución con los palestinos que no pase por el dominio absoluto de Israel y la expulsión de los «árabes desleales”, Ben Gvir se ha pedido incluso el control de la seguridad nacional. Demasiado pastel para que se lo conceda Netanyahu, que sin embargo no podrá despacharle con una cartera menor. Admirador y seguidor de Donald Trump, el ascenso de Ben Gvir ha ido en paralelo al hundimiento de otras formaciones ultraortodoxas, como el Hogar Judío, que lideraba la efímera ministra de Defensa Ayelet Shaked con el Gobierno de Yair Lapid.
Cancelación de reformas y un nuevo sistema judicial
Sionismo Religioso y Poder Judío tienen además en su punto de mira la reversión de las reformas, calificadas de liberales, implantadas por los Gobiernos de Naftali Bennett y Yair Lapid. Coinciden también con Netanyahu en una reforma del sistema judicial, que en el caso del previsible primer ministro le exonere definitivamente de las cuatro causas judiciales que aún tiene pendientes.
A este respecto, el electorado israelí parece haberse unido a la corriente que está impulsando a la baja el valor de la honradez como pilar de la democracia, so capa de una mayor eficacia en la gestión. Así, en apenas una semana, Brasil se ha inclinado por un Lula da Silva exonerado, que no absuelto, de sus delitos de corrupción, mientras Israel, con todas sus complejidades, ha optado por un investigado por la justicia, con grandes visos de culpabilidad. Y aún hemos estado a punto de ver el retorno en el Reino Unido de un Boris Johnson pendiente de un veredicto final sobre sus presuntas mentiras al Parlamento.
La explosión del etnonacionalismo israelí se ha visto espoleada en buena medida por la creciente violencia que, desde el verano enfrenta no solo a israelíes y palestinos de Gaza y Cisjordania, sino también a judíos y árabes israelíes. La multiplicación de incidentes ha exacerbado las tensiones y el odio latente entre judíos y palestinos prende con la menor chispa. El clima resultante favorece los extremismos y ensalza a quienes, como Ben Gvir preconizan las soluciones más radicales.
Pese a su supuesta “blandura”, el primer ministro en ejercicio Yair Lapid ha salido bien parado personalmente de las elecciones, al haber mejorado en 4 escaños sus 17 de los anteriores comicios, aunque claramente insuficientes, junto a los 37 de sus aliados, para inquietar la virtual mayoría del bloque de Netanyahu con los ultraortodoxos nacionalistas.
El viejo zorro de la política israelí tendrá oportunidad de volver a jugar un papel determinante en la política exterior del país. En primer lugar, con respecto a su inquebrantable aliado, Estados Unidos, una vez que las elecciones de medio mandato del próximo martes determinen si los republicanos y su líder, Donald Trump, reconquistan buena parte del poder perdido. Y, muy ligado a ello, qué partido tomará finalmente el Israel con Netanyahu al frente en la guerra de Ucrania, donde cada vez se hacía más incomprensible para la comunidad internacional la ambigüedad de Jerusalén hacia el presidente Vladímir Putin, indiscutible agresor y desencadenante de una guerra cuyos efectos padece todo el mundo.
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