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Ricardo Ruiz de la Serna: ‘Europa debe mirar al Ártico con la misma atención que al Este’

Redacción The Diplomat
20 de octubre de 2025
en Mundo, Opinión
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Ricardo Ruiz de la Serna: ‘Europa debe mirar al Ártico con la misma atención que al Este’
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Ricardo Ruiz de la Serna es profesor colaborador de Historia del Mundoa Actual en las titulaciones internacionales de Facultad de Humanidades y Ciencias de la Comunicación de la Universidad CEU-San Pablo de Madrid. Ha sido profesor visitante e investigador en diversas universidades europeas y colabora escribiendo sobre historia en medios de comunicación.

 

Aquí Europa- ¿Cuáles cree que son las tareas primordiales de la presidencia danesa del Consejo de la UE?

Ricardo Ruiz de la Serna- Por un lado, está el gran tema de nuestro tiempo, que es la cuestión de Rusia y la guerra en Ucrania. El apoyo de la Unión Europea a Ucrania ha sido fundamental, pero recientemente han surgido acusaciones graves relacionadas con el uso de drones y las injerencias o accesos no autorizados al espacio aéreo, no solo de Dinamarca, sino también de otros países, como Estonia, por ejemplo. Este tema, en particular, representa un reto clave en la política regional y global de la UE.

Sin embargo, existen otros aspectos igualmente importantes. Uno de ellos es el desafío tecnológico, específicamente el auge de la inteligencia artificial, y qué papel desempeñará la Unión Europea en este ámbito. Otro desafío relevante es la posible ampliación de la Unión Europea, especialmente en relación con los Balcanes Occidentales. En este contexto, la cuestión de Ucrania también es crucial: ¿existirá una vía rápida para su acceso a la UE? Esto, a pesar de la oposición que ha generado, sobre todo en países como Hungría, que, previsiblemente, no será el único.

En última instancia, hay una cuestión fundamental: la presidencia del Consejo de la UE tiene una naturaleza política, centrada en la fijación de la agenda. No es tanto un cargo jurídico ejecutivo. Es importante ver si la oposición, que hasta ahora han planteado ciertos países, será suficiente para bloquear o ralentizar el acceso de Ucrania a la Unión Europea.

Aquí Europa- ¿En qué medida cree que van a facilitarle las cosas a Ucrania?

Ricardo Ruiz de la Serna- La cuestión es que, en la medida en que Ucrania… yo no usaría la expresión «tener ocupada a Rusia», porque podría dar la impresión de que estamos hablando de una guerra convencional. La función de Ucrania, más que ocupar, es defender su territorio y recuperar lo que pueda. Dicho esto, es cierto que hoy Ucrania es un socio necesario por diversas razones. Por ejemplo, es el único ejército europeo con experiencia real de combate en el campo de batalla.

Sin embargo, también parece un “socio complicado”. Desde el punto de vista agrícola, Ucrania es una potencia, pero algunos países europeos lo perciben como una amenaza en este sector. Además, hay cuestiones internas de cohesión social en Ucrania que aún no están claras, sobre todo en lo que respecta a la estabilidad interna de la sociedad ucraniana.

Para que Ucrania pueda integrarse plenamente, se tendrían que dar una serie de condiciones previas. Pero, además, hay otros países que también están llamando a las puertas de la Unión Europea. Por ejemplo, Turquía lleva más de 50 años solicitando la adhesión. Justificar una vía rápida para Ucrania y no para otros países resulta complejo.

Un caso evidente es el de Moldavia. También está Georgia, aunque, tras las últimas elecciones, la relación de Georgia con la Unión Europea ha cambiado un poco, ya que parece que la UE está algo más alejada de Georgia. Es difícil decirle a países como Montenegro, Serbia, Bosnia y Herzegovina, o Moldavia, que deben esperar, mientras

se le ofrece a Ucrania una vía rápida que podría liberarla de cumplir muchos de los compromisos y requisitos que otros países deben cumplir para acceder a la Unión.

Aquí Europa- Con la importancia que está tomando Groenlandia, especialmente para los Estados Unidos o más bien para el plan de Trump, ¿cuáles cree que son las claves por las que Trump quiere darle relevancia a esta zona? Y, en caso de una posible invasión, ya sea militar o económica, ¿cómo cree que reaccionaría Dinamarca?

Ricardo Ruiz de la Serna- No me atrevería a especular sobre cómo reaccionaría el gobierno danés ante una hipótesis de invasión, y en realidad, me parece un escenario difícil de concebir. Dinamarca y Estados Unidos siguen siendo aliados, y el gobierno danés ha mantenido hasta ahora una postura muy medida y fría ante el estilo político de Trump, que tiende a ser más activo y provocador.

El verdadero fondo de la cuestión de Groenlandia está en si Dinamarca está en condiciones de garantizar la seguridad del territorio frente a una guerra que ya no se limita solo a movimientos de tropas en el campo de batalla, sino que involucra el ciberespacio y las comunicaciones. Desde esta perspectiva, Groenlandia tiene una importancia estratégica por varias razones. En primer lugar, es una base logística y operativa clave. La presencia de una base estadounidense allí, cuya importancia estratégica data de la Guerra Fría, se justifica por la necesidad de un centro para el aprovisionamiento de aeronaves, entre otras cosas.

Además, Groenlandia es crucial como base para la inteligencia de señales: interceptación de comunicaciones, cables submarinos, escuchas satelitales, etc. La verdadera rivalidad no es tanto entre Estados Unidos y Rusia, sino entre Estados Unidos y China, y Groenlandia juega un papel estratégico en el control de las rutas del Ártico. Este es un territorio que, históricamente, ha tenido menos relevancia para países como España, debido a su lejanía, pero que ahora ha adquirido una importancia crucial. Los recursos naturales que yacen en el Ártico y las rutas comerciales que el deshielo está abriendo, lo hacen fundamental. El acceso al Ártico ofrece rutas mucho más rápidas hacia el Extremo Oriente y Norteamérica que las tradicionales.

Hoy en día, no hay país—Noruega, Dinamarca, Estados Unidos, Rusia, China, Japón, Canadá— que no tenga un interés estratégico en el Ártico.

Por otro lado, hay otro factor a tener en cuenta: la relación entre Estados Unidos y sus aliados, que ha cambiado bajo la administración de Trump. Esta relación rompe con algunos de los consensos de la Guerra Fría. Entre 1945 y 1949, el consenso básico de la Guerra Fría era que Estados Unidos sostendría a cualquier gobierno que detuviera el avance del comunismo. El mundo estaba dividido en dos bloques: uno democrático, anticolonialista y anticapitalista, y otro antidemocrático, capitalista, imperialista y colonialista. Estos consensos que estructuraron los dos bloques se han resquebrajado.

Hoy, Estados Unidos ya no apoyará a cualquier país sin más; exigirá que sus aliados hagan sacrificios, concesiones y reformas internas. Esto implica transformaciones en el plano político de los países aliados, lo que hace que sea difícil concebir un escenario en el que Estados Unidos envíe un ejército y ocupe Groenlandia en contra de la voluntad de Dinamarca.

Lo que podría ocurrir es que la realidad sobre el terreno lleve a presionar a Dinamarca para autorizar una mayor presencia militar estadounidense, bajo el argumento de que las fuerzas armadas danesas no son capaces de controlar el territorio ni garantizar la seguridad, no solo de Dinamarca desde Groenlandia, sino también la seguridad de Estados Unidos en la región.

Aquí Europa- Sobre la violación del espacio aéreo, no solo en Dinamarca, sino también en varios países de la Unión Europea. ¿Cree usted que existe un deseo de enfrentamiento bélico entre Rusia y Europa?

Ricardo Ruiz de la Serna- Ahora bien, visto desde una perspectiva más objetiva, lo que podría considerarse un «enfrentamiento» ya existe, pero no necesariamente de la forma tradicional en la que solemos entenderlo. Desde el punto de vista de los intereses que chocan, las medidas y contramedidas económicas y comerciales, ese enfrentamiento ya está en marcha.

Si nos referimos a un enfrentamiento de naturaleza híbrida, aún no ha ocurrido de manera generalizada, aunque sí hay indicios de operaciones y heridas en las fronteras de algunos países de la Unión Europea. Por ejemplo, países como Polonia y Lituania han denunciado operaciones híbridas en su contra. Este tipo de enfrentamiento, lo que en la doctrina soviética se llamaban «medidas activas», incluye desestabilización, sabotaje y la creación de problemas internos para distraer fuerzas y desmoralizar al adversario. Y cabe decir que todos los países juegan esa carta, no solo Rusia.

Ahora bien, un enfrentamiento militar directo es otra cosa. Las fuerzas armadas de la Federación Rusa, desde la invasión de Ucrania, no han podido conseguir todos sus objetivos militares, lo cual, por un lado, demuestra la enorme capacidad de Rusia para sostener un esfuerzo bélico – llevan más de dos años de guerra sin dar signos claros de agotamiento- pero por otro lado, también muestra la gran capacidad de resistencia de Ucrania, que cuenta con el apoyo de Estados Unidos y de la Unión Europea.

Planteado en estos términos, un enfrentamiento militar directo en el corto plazo me parece difícil. La OTAN, a pesar de las diferencias que puedan existir entre sus miembros, sigue siendo la mayor alianza de democracias del mundo, con un poder militar formidable. Además, varios países nucleares, como Estados Unidos, el Reino Unido y Francia, tienen una enorme capacidad de despliegue de tropas y han modernizado sus ejércitos en un corto plazo. De hecho, dos países se han unido a la OTAN como consecuencia de la guerra en Ucrania.

En el medio plazo, la situación es más incierta. Si el conflicto de Ucrania termina «congelado» o «crionizado», es decir, si el conflicto no se resuelve y se mantiene en un estado latente, es difícil prever qué podría suceder dentro de cinco o siete años. Desde las primeras operaciones híbridas en el Donbás, hasta la invasión abierta de Ucrania, la llamada «operación especial» desde la perspectiva rusa, pasaron casi diez años. Son muchos años de evolución, por lo que es difícil prever qué ocurrirá dentro de una década. Algunos análisis sugieren que dentro de diez años, el enfrentamiento con Rusia no solo no se habrá apaciguado, sino que se habrá intensificado.

Es importante notar que esto se ve de manera diferente dependiendo de la perspectiva de los países de la Unión Europea. Desde los países limítrofes con la Federación Rusa, la situación es realmente preocupante, y existe un temor palpable a movilizaciones y conscripciones. Por otro lado, desde una perspectiva más mediterránea o del sur de

Europa, las cosas se ven de otra manera. Es difícil imaginar desde España, Italia, Grecia o Portugal una invasión de la magnitud que podríamos asociar con las invasiones de Napoleón o las operaciones militares de la Segunda Guerra Mundial, con divisiones avanzando sobre el territorio.

Sin embargo, la guerra en el siglo XXI no se limita a esa forma tradicional. En este sentido, los países del sur de Europa deben prestar atención a la desestabilización en el Sahel. Un precedente interesante es la expulsión de Francia de la mayor parte de los países en los que había mantenido bases militares y una fuerte influencia política, económica y diplomática. Esta retirada ha tenido un impacto notable en la región. Francia, una potencia nuclear con una presencia histórica en África, fue expulsada a pesar de su relación histórica y su apoyo durante la Segunda Guerra Mundial, cuando tropas africanas lucharon por ella.

Hoy, tras esa retirada, la influencia rusa ha ganado terreno en la región. Por lo tanto, en la Unión Europea se debe prestar mucha atención a lo que ocurre en nuestro «extranjero próximo», en regiones como el Sahel, el Magreb y el norte de África. Esto es algo que debe preocuparnos de cara a la geopolítica global.

Aquí Europa- ¿Y qué posibilidades reales ve usted de que Rusia pueda intervenir en la región?

Ricardo Ruiz de la Serna- ¿En qué plazo? Si lo analizamos en el corto plazo, no. El Estado marroquí es fuerte, muy fuerte en la última década y media. Argelia, que es una aliada histórica de Rusia, no parece haber intervenido en operaciones de desestabilización en la región. Desgraciadamente, Libia sigue sumida en una guerra civil que no ha podido resolverse. Sin embargo, la presencia europea en la orilla norte del Mediterráneo, con países como España, Francia, Italia y Grecia, sigue siendo un factor de estabilidad.

Ahora bien, es muy difícil predecir lo que podría pasar dentro de diez años. Incluso hace dos años era complicado anticipar lo que estamos viendo hoy. Por ejemplo, hay una población joven en África con un fuerte deseo de emigrar a Europa. Además, las tecnologías de la información y las redes de comunicación están transformando el continente africano. Proyectos como la línea de alta velocidad en Egipto o el notable crecimiento económico de Etiopía demuestran un África en constante cambio.

Tánger, por ejemplo, está en camino de convertirse en el mayor puerto del Mediterráneo. Sin embargo, intentar prever un escenario de desestabilización en esa región dentro de diez años es muy incierto.

Aquí Europa- Tal vez no se trate tanto de un enfrentamiento militar directo, sino más bien de influir en los gobiernos, como lo ha hecho Estados Unidos, pero con Rusia tratando de poner presidentes afines a sus intereses económicos. ¿Es esta una posible estrategia?

Ricardo Ruiz de la Serna- Lo que ocurre es que no es lo mismo intentar eso hoy que en la época de la Guerra Fría. Hoy, los costos de esas maniobras han cambiado, y las redes sociales han transformado el panorama. No me gusta recurrir al «recurso fácil» de las redes sociales, pero la verdad es que han alterado radicalmente la forma en que nos movilizamos y organizamos.

La experiencia de la Primavera Árabe es clave aquí. Nos muestra cómo, con tecnologías baratas como los teléfonos móviles y las redes sociales, se pueden organizar movilizaciones masivas, tanto a favor como en contra de un gobierno. En la Guerra Fría, para derrocar a un régimen, como el de Mossadegh en Irán, se requerían enormes recursos: propaganda, movilización callejera, y un gran despliegue de servicios de inteligencia de países como Estados Unidos y el Reino Unido. A pesar de esto, el derrocamiento de Mossadegh fue muy costoso para los intereses occidentales, y las consecuencias se pagaron con la Revolución Islámica de 1979.

¿Se podría repetir esta situación hoy? Creo que sí. Los jóvenes de las sociedades árabes, que son la mayoría, a menudo están divididos entre la esperanza de un cambio y la desesperación por la falta de avances. Este descontento puede generar movilizaciones que dificulten la consolidación de gobiernos percibidos como ilegítimos.

En ese sentido, se podría colocar un gobierno afín a los intereses externos, pero ese proceso necesitaría una legitimación interna. No se trata solo de imponer algo desde fuera; tendría que haber un proceso revolucionario o de reforma que otorgue legitimidad al nuevo gobierno. Esto es lo que está ocurriendo en el Sahel, por ejemplo. Las transformaciones que están teniendo lugar en esa región necesitan ser legitimadas institucionalmente si se quiere tener éxito.

La tecnología está acelerando todo este proceso. El cambio que la Primavera Árabe trajo consigo fue el acceso a las redes sociales y a tecnologías de bajo costo. En aquellos días, las plataformas de comunicación se empezaron a adaptar al árabe y al persa, y el acceso a internet se expandió. Hoy, la cobertura de telefonía móvil y los dispositivos son mucho más baratos y accesibles, lo que permite a los jóvenes africanos y árabes tener acceso a redes sociales como Facebook, Twitter o Telegram. Y muchas de estas plataformas permiten la comunicación de forma gratuita.

Este fenómeno tiene implicaciones geopolíticas importantes. Quien tenga influencia sobre esta tecnología y sobre los algoritmos que manejan las redes sociales tendrá un poder político que en la Guerra Fría hubiera sido casi impensable. Los modelos de propaganda que existían en ese tiempo, como el macartismo en Estados Unidos o la agitación de la Unión Soviética, eran mucho más limitados y costosos. Hoy, la influencia digital puede ser mucho más sutil y eficaz.

De hecho, plataformas como Telegram han introducido funcionalidades que permiten una mayor libertad de comunicación. Esto es algo que preocupa a la Unión Europea, que está prestando mucha atención a la privacidad en las comunicaciones y a la dificultad de acceder a ellas sin el consentimiento adecuado. Dentro de diez años, es posible que el control sobre estas tecnologías sea aún más crucial para la geopolítica global.

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