Rogelio Núñez
Investigador senior asociado del Real Instituto Elcano
Colombia se va a convertir, tras la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de este domingo, en un nuevo ejemplo latinoamericano del síndrome de las tres “íes”: incertidumbre, ingobernabilidad e inflación.
Incertidumbre porque se prevé un resultado muy ajustado en una segunda vuelta que enfrenta a dos candidatos que encarnan un triple voto de castigo: al sistema, al gobierno y a las élites hegemónicas. Un empresario y exalcalde independiente de Bucaramanga (Rodolfo Hernández) frente al líder de una izquierda (Gustavo Petro, exalcalde de Bogotá) que nunca ha alcanzado el poder en Colombia. A esta segunda vuelta no ha pasado, por primera vez en dos décadas, ni un candidato uribista ni uno de los partidos tradicionales que gobernaron desde 1958 a 2000. Ambos se encuentran empatados en intención de voto tras una campaña para el balotaje en la que Hernández (77 años) parece haber perdido su inicial ventaja: Petro, el más votado en primera vuelta (40% vs 28%), empezó por detrás de Hernández con vistas a la segunda cita en las urnas. Sin embargo, el temor que despierta Petro, su talón de Aquiles, ha perdido peso específico a medida que se acumulaban los errores de estrategia del exalcalde Bucaramanga.
La incertidumbre va a dar paso, tras la jornada del domingo, a la ingobernabilidad nacida de la mezcla de polarización y extrema fragmentación. Colombia debe elegir entre un populista y un demagogo que representan dos agendas-país incompatibles que no garantizan la gobernabilidad futura. Ninguno de los dos posee suficiente fuerza en el legislativo y sus respectivos caracteres (soberbio en el caso de Petro e irascible y poco dado al pacto en el de Hernández) se alzan como obstáculos para conformar coaliciones que otorguen estabilidad institucional. Es cierto que Petro es un viejo zorro político que sabe cómo pactar y transar. Y que Hernández, pese a su campaña permanente contra la clase política a la que acusa de corrupta, tiene posibilidades de tender puentes con los partidos tradicionales. Sin embargo, la elevada polarización que a su paso provoca Petro (una parte de la sociedad colombiana lo teme y lo aborrece mientras que otra -los jóvenes- parecen idolatrarlo) y el carácter irascible de Hernández adelantan tiempos de pugnas y peleas más que de acuerdos y consensos. La oposición, aventando el fantasma del miedo, haría la vida imposible a un futuro gobierno de Gustavo Petro quien es consciente de la “petrofobia” y del “clima político de odio y sectarismo” que lo rodea. Por su parte, Hernandez solo sabe gobernar a la contra.
La incertidumbre sobre el resultado electoral y la ingobernabilidad que se avizora se da en un contexto de complejas perspectivas económicas nacionales e internacionales, presiones inflacionarias y, sobre todo, de ausencia de reformas desde hace más de dos décadas lo que ha dejado al país en la periferia de la nueva economía emergente. Es un fenómeno latinoamericano: gobiernos sin mayoría en el legislativo se ven imposibilitados de sacar adelante las reformas necesarias para modernizar las estructuras económicas. Esa ha sido la historia de Colombia desde 2010: ni las “cinco locomotoras” de Juan Manuel Santos ni la “revolución naranja” de Iván Duque han logrado impulsar el cambio de la matriz económico-productiva colombiana.
Tras el 19 de junio, el verdadero riesgo para Colombia es la ingobernabilidad. Mucho más que un hipotético (y poco realista) “gobierno comunista” -como señalan los enemigos de Petro al que ven todavía en su rol de antiguo guerrillero- o un ejecutivo trumpista (Rodolfo Hernández). El escenario más probable es que toda esta situación desemboque en un nuevo cuatrienio perdido: de parálisis, en el mejor de los casos, cuando no de regresión económico-social e institucional. Un caldo de cultivo para la expansión del narcoterrorismo y el incremento de la inseguridad ciudadana, el estancamiento económico y de un malestar social generalizado capaz de poner en cuestión a la segunda democracia más antigua de América Latina.
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