La llamada entre los líderes de Estados Unidos y China reabre negociaciones económicas, mientras Israel afronta una crisis de gobierno y Trump impone un nuevo veto migratorio. Tres movimientos que reflejan las fisuras del orden internacional.
Una conversación para evitar la ruptura
El pasado 5 de junio, Donald Trump y Xi Jinping mantuvieron su primer contacto telefónico desde que el líder estadounidense regresó a la Casa Blanca. La conversación, calificada por Trump como “muy positiva”, se centró en el futuro del comercio bilateral y en especial, en las restricciones chinas a la exportación de tierras raras, fundamentales para la industria tecnológica y militar de Estados Unidos.
Pese al tono constructivo, no se anunciaron avances concretos. La llamada llega tras una reciente tregua de 90 días pactada en Ginebra, que permitió una moderación mutua de los aranceles. Sin embargo, el endurecimiento chino sobre el acceso a materiales estratégicos —como el neodimio o el disprosio— amenaza con dinamitar los compromisos alcanzados.
“Esta conversación ha pausado la escalada, pero no ha resuelto las tensiones estructurales”, analiza Craig Singleton, del Foundation for Defense of Democracies. Por su parte, Gabriel Wildau, experto de Teneo, cree que la comunicación evitó un colapso inmediato, pero sigue sin haber avances en asuntos clave como la competencia tecnológica o la situación en Taiwán.
Las tierras raras: el nuevo campo de batalla
China controla entre el 70 % y el 90 % del procesamiento global de tierras raras, un conjunto de minerales esenciales para vehículos eléctricos, semiconductores, armamento avanzado y tecnologías limpias. En los últimos meses, Pekín ha endurecido los permisos de exportación, provocando preocupación en Washington y Bruselas.
Mientras EE. UU. acusa a China de utilizar estos recursos como herramienta de presión geopolítica, el gobierno de Xi Jinping asegura que sus medidas responden a preocupaciones de seguridad nacional y buscan impedir el uso militar de estos materiales por parte de terceros.
Para muchos analistas, este pulso evidencia un cambio estructural en la economía internacional: la transición de una globalización basada en eficiencia a otra dominada por la seguridad estratégica.
El próximo 9 de junio, delegaciones técnicas de ambos países se reunirán en Londres para reactivar las negociaciones. Pero las expectativas son moderadas. Como recuerda el politólogo Roberto Toscano, “la diplomacia del siglo XXI no es sólo cooperación; es gestión de fracturas, internas y globales”.
Netanyahu, al borde del abismo
Mientras tanto, en Oriente Medio, el gobierno de Benjamin Netanyahu se tambalea. Dos socios clave de su coalición, los partidos ultraortodoxos United Torah Judaism (UTJ) y Shas, han amenazado con apoyar una moción de disolución de la Knesset prevista para el próximo 11 de junio. ¿El motivo? Su rechazo frontal a una nueva ley que impondría multas económicas a los estudiantes religiosos que eludan el servicio militar.
La exención del ejército para los jóvenes haredíes es una de las cuestiones más controvertidas en la sociedad israelí. En plena guerra en Gaza, el descontento popular por la desigualdad en el reparto del esfuerzo bélico ha vuelto a aflorar.
“Un gobierno que se comporta así hacia los estudiantes de Torá es vergonzoso y debe ser derribado”, ha declarado el influyente rabino Dov Landau, en un mensaje que amenaza con desencadenar una nueva convocatoria electoral.
La coalición de Netanyahu, que actualmente suma 68 escaños de los 120 del Parlamento, podría perder la mayoría si Shas y UTJ abandonan. La oposición, liderada por el centrista Yair Lapid, ya ha activado los resortes legales para precipitar elecciones.
Una fractura entre religión y Estado
La crisis refleja una tensión estructural entre la identidad secular de una parte del país y los privilegios históricos de las comunidades religiosas. Como señala Ilan Peleg, del Middle East Institute, “la población laica israelí está cada vez más frustrada por lo que considera una carga militar desigual e injusta”.
El resultado, según advierte Firas Maksad, de Eurasia Group, podría ser un freno en la estrategia israelí frente a Irán o Hamás. Un Netanyahu debilitado internamente tendría menos margen para sostener la ofensiva en Gaza o resistir presiones internacionales para negociar un alto el fuego.
Trump reactiva el veto migratorio
En otro frente, el presidente Trump firmó el 4 de junio una nueva orden ejecutiva que prohíbe la entrada a EE. UU. de ciudadanos procedentes de 12 países, entre ellos Afganistán, Haití, Irán y Somalia, e impone restricciones parciales a otros siete, como Venezuela, Cuba y Laos. La medida entrará en vigor el lunes 10 a las 00:01 (hora de Washington).
La Casa Blanca ha justificado la decisión como respuesta al atentado terrorista ocurrido el pasado domingo en Colorado, donde un ciudadano egipcio lanzó cócteles molotov contra una manifestación en solidaridad con los rehenes israelíes en Gaza.
Aunque más limitada que su famoso veto migratorio de 2017, la nueva norma ha generado un intenso debate. ONGs como Human Rights Watch y Amnistía Internacional la califican de “discriminatoria” y advierten de su impacto sobre miles de familias y solicitantes de asilo.
Seguridad nacional o populismo electoral
A diferencia de la versión anterior —que fue validada por el Tribunal Supremo en 2018—, este nuevo veto no revoca visados en vigor, pero sí suspende nuevas solicitudes. Según fuentes de la administración, se han incluido mecanismos de excepción “caso por caso”, con supervisión del Departamento de Seguridad Nacional.
Sin embargo, sectores críticos señalan que la medida tiene un trasfondo electoralista, a menos de cinco meses de las elecciones presidenciales. En palabras de la politóloga Karen Greenberg, “Trump está resucitando viejas fórmulas para activar sus bases más duras, vinculando migración con terrorismo de forma alarmante”.
Tres escenarios, una misma lógica
Aunque se desarrollan en contextos distintos, estos tres acontecimientos reflejan una tendencia común: el creciente peso de la seguridad, el nacionalismo y la fractura social en la política global.
• En el caso de EE. UU. y China, la diplomacia económica se convierte en una guerra de nervios con implicaciones para toda la cadena de suministro global.
• En Israel, la pugna entre religión y Estado amenaza la estabilidad institucional en un momento de máxima tensión regional.
• Y en EE. UU., las políticas migratorias muestran cómo la lucha contra el terrorismo puede utilizarse como instrumento electoral con impactos duraderos.
Como concluye Roberto Toscano, “las democracias del siglo XXI ya no se debaten entre libertad y autoritarismo, sino entre pluralismo real o miedo institucionalizado”. La línea que separa ambas opciones, cada vez más delgada, se juega en episodios como estos.