El Consejo Europeo celebrado los días 18 y 19 de diciembre en Bruselas no fue una cumbre más en el calendario comunitario. Bajo una apariencia técnica y con conclusiones cuidadosamente calibradas, los jefes de Estado y de Gobierno afrontaron una decisión de fondo: demostrar si la Unión Europea estaba preparada para actuar como un actor geopolítico con autonomía estratégica o si seguiría condicionada por vetos internos y presiones externas en un escenario internacional crecientemente hostil.
Aquí Europa, medio de Prensamedia, grupo de medios al que pertenece The Diplomat en Spain, ha tenido acceso exclusivo a información obtenida a través de fuentes comunitarias que han participado directamente en la preparación, el desarrollo de las negociaciones y la conclusión de los acuerdos alcanzados en esta cumbre. A partir de estos elementos, este Backstage reconstruye una reunión que, más allá de sus conclusiones formales, marcó un punto de inflexión en la forma en que la UE afronta su papel en el mundo, especialmente en relación con Ucrania y el equilibrio estratégico global.
Ucrania 2026-2027: el mensaje que debía enviarse
Para la Unión Europea era trascendental garantizar la financiación de Ucrania en los años 2026 y 2027. No se trataba únicamente de una cuestión presupuestaria, sino de lanzar un mensaje político inequívoco en dos direcciones clave.
En primer lugar, a la Rusia de Vladímir Putin, dejando claro que no existe marcha atrás: la UE seguirá respaldando a Ucrania en el proceso de paz, en la reconstrucción del país y en su horizonte de adhesión como futuro Estado miembro.
En segundo término, a los Estados Unidos de Donald Trump, subrayando que Europa no aceptará quedar al margen ni del diseño del final del conflicto ni del reparto posterior de poder, influencia y reconstrucción.
Las cifras explican la magnitud del desafío. El Banco Mundial estima en torno a 147.000 millones de dólares las necesidades de Ucrania para los próximos años. Con las decisiones adoptadas, la UE se aproxima de manera sustancial a cubrir esas necesidades en el bienio 2026-2027.
Dos opciones sobre la mesa… y un veto incómodo
Consciente de la trascendencia del momento, la Comisión Europea, encabezada por Ursula von der Leyen, llegó al Consejo con dos propuestas claramente estructuradas.
La primera, considerada prioritaria, era la utilización de los activos rusos congelados como consecuencia de las sanciones impuestas por la UE. La segunda, planteada como alternativa, consistía en un préstamo mancomunado de 90.000 millones de euros en forma de eurobonos.
El bloqueo no fue jurídico, sino político. Bélgica vetó la utilización de los activos congelados. Un veto que, según fuentes comunitarias, no respondía tanto a la falta de garantías legales —plenamente cubiertas por la UE— como al hecho de que dichos activos se encuentran depositados en territorio belga y, hasta hace poco, en una entidad financiera que ha obtenido notables beneficios por su custodia.
En los círculos negociadores de la Comisión se daba por hecho que el primer ministro belga acabaría retirando el veto. No fue así.
El factor Meloni y la ruptura del consenso
La sorpresa mayor llegó con la posición adoptada por Giorgia Meloni. Contra lo esperado, la jefa del Ejecutivo italiano decidió respaldar la postura belga y con ello rompió el consenso existente entre el resto de socios comunitarios sobre el uso de los activos congelados.
Este movimiento dejó sin recorrido político la primera opción y obligó a activar la segunda: el préstamo mancomunado. En Bruselas, la lectura predominante es que la jugada de Meloni responde a una lógica de equilibrios externos, vinculada a su relación con Washington y a la voluntad de mantener una interlocución privilegiada con Trump. Sin embargo, su objetivo final no se cumplió: la UE avanzó igualmente y lo hizo sin Italia.
Cooperación reforzada: avanzar sin unanimidad
Para sacar adelante el préstamo, la Unión recurrió a la fórmula de la cooperación reforzada, ante la negativa de Hungría, Chequia y Eslovaquia a sumarse al instrumento financiero.
Este mecanismo permite que un grupo de Estados miembros —al menos nueve— avance en una iniciativa común dentro del marco institucional de la UE, sin necesidad de unanimidad. No fragmenta la Unión, pero evita que los vetos de una minoría paralicen decisiones estratégicas.
Su utilización en este Consejo no es menor. Abre una vía para la madurez geopolítica del proyecto europeo: cuando los intereses estratégicos están en juego, la UE puede actuar sin quedar rehén de gobiernos alineados con Moscú o de cálculos nacionales de corto plazo.
En esta ocasión, los aliados internos de Putin demostraron su incapacidad real para bloquear una decisión clave.
Los activos congelados siguen siendo una carta estratégica
Las conclusiones del Consejo dejan además un elemento de gran calado: los activos rusos congelados no desaparecen del horizonte europeo. Si Rusia no resarce económicamente a Ucrania por los daños causados cuando se alcance la paz, la UE se reserva explícitamente el derecho a utilizarlos.
Esto otorga a Europa un amplio margen de maniobra para participar activamente en la reconstrucción de Ucrania con recursos propios de gran volumen. Un escenario que choca frontalmente con el interés de Trump de liderar unilateralmente el proceso y acceder a activos estratégicos ucranianos —materias primas, gas, grano o infraestructuras—.
El mensaje político es inequívoco: no habrá paz diseñada sin la UE ni reconstrucción sin Europa.
Mercosur: una victoria táctica
Meloni desempeñó también un papel relevante en el segundo gran dossier abordado en el Consejo: el acuerdo con Mercosur. En este caso, se alineó con Emmanuel Macron, sometido a una fuerte presión interna por parte de agricultores y ganaderos franceses y con un gobierno políticamente debilitado.
Ambos lograron retrasar la firma del acuerdo hasta enero. Una victoria táctica para París, pero no estratégica.
Las conclusiones del Consejo dejan claro que el texto negociado por la Comisión sigue plenamente vigente. De hecho, la Comisión mantuvo conversaciones confidenciales con Luiz Inácio Lula da Silva, que llegó a afirmar públicamente que esta era la última oportunidad para cerrar el acuerdo.
A Lula se le ofrecieron garantías claras de firma en enero. Por el momento, el tratado no peligra. El aplazamiento responde a una decisión táctica destinada a dar tiempo a Francia para preparar el escenario político interno de aprobación.
Una Comisión al límite y una UE que avanza
El balance final del Consejo Europeo es revelador. La Comisión ha maniobrado al máximo en un contexto político extraordinariamente fragmentado, bajo intensas presiones externas —Estados Unidos, China y Rusia— que buscan abiertamente la división interna de la UE.
Todo ello coincide con el auge de fuerzas eurófobas dentro de varios gobiernos europeos, justo cuando más necesario resulta actuar como un actor geopolítico relevante.
Este Consejo no resolvió todas las tensiones. Pero dejó una constatación clave: cuando la UE decide avanzar, puede hacerlo. Incluso sin unanimidad. Incluso bajo presión. Incluso contra sus propias inercias.
Por eso, más que una cumbre ordinaria, fue el Consejo Europeo en el que la Unión empezó a comportarse como un actor geopolítico adulto.

