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thediplomatinspain
Home Análisis

Análisis |Washington y Bogotá: la nueva tensión entre Trump y Petro

Departamento de Análisis del grupo Prensamedia

Departamento de Análisis Prensamedia
28 de octubre de 2025
en Análisis
0
Felipe VI asiste a la toma de posesión de Gustavo Petro como presidente de Colombia

El presidente de Colombia, Gustavo Petro, en su toma de posesión.

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Introducción

Las relaciones entre Estados Unidos y Colombia atraviesan uno de sus momentos más tensos en décadas. La vuelta de Donald Trump a la Casa Blanca ha sacudido los equilibrios diplomáticos del continente y ha puesto a prueba la resistencia de una alianza histórica. Frente al discurso ideológico y confrontativo del nuevo presidente estadounidense, el Gobierno de Gustavo Petro reivindica una política exterior autónoma, con prioridades centradas en la paz, el clima y la integración latinoamericana. Detrás de los gestos y las declaraciones, se libra una pugna más profunda: la de dos visiones opuestas sobre el papel de América Latina en el orden mundial.

  1. De aliados naturales a interlocutores incómodos

Durante más de veinte años, Colombia fue el principal socio de Estados Unidos en América Latina. Desde el Plan Colombia de comienzos de siglo, la cooperación militar y económica convirtió a ambos países en aliados casi automáticos. Washington veía a Bogotá como un bastión de estabilidad en un continente convulso; Colombia encontraba en la alianza la garantía de recursos, seguridad y proyección internacional.
La llegada de Gustavo Petro en 2022 cambió el tono y el marco. Su apuesta por la “paz total”, su crítica a la guerra contra las drogas y su acercamiento a gobiernos considerados incómodos por Washington —como los de Venezuela o Cuba— abrieron un nuevo ciclo de desconfianza. Trump, en su segundo mandato, ha recuperado la retórica del control hemisférico y de la “mano dura” contra el narcotráfico y la migración irregular.
Lo que durante la Administración Biden se resolvía con diálogo y matices, se ha transformado en un pulso ideológico. Para la Casa Blanca, Petro encarna un progresismo díscolo; para Bogotá, Trump representa el regreso de un intervencionismo que América Latina intenta superar.

  1. Drogas y migración: los nuevos campos de batalla

El narcotráfico vuelve a ser el eje de fricción. Trump ha acusado públicamente a Colombia de “fracasar” en la erradicación de cultivos de coca y ha amenazado con recortar los programas de cooperación antidrogas. Petro replica que la estrategia militar estadounidense ha sido un fracaso y que insistir en ella perpetúa la violencia rural y el desplazamiento.
El debate no es técnico, sino político: Trump exige resultados medibles en hectáreas erradicadas; Petro reivindica políticas de sustitución voluntaria, desarrollo alternativo y atención a los campesinos. Esta divergencia expresa dos visiones contrapuestas de la seguridad: una centrada en el control y otra en la inclusión social.
El segundo frente es la migración. Estados Unidos presiona para que Colombia refuerce los controles en el Tapón del Darién, paso crítico hacia Centroamérica, mientras Bogotá denuncia que la región asume sola la carga humanitaria. Petro insiste en que “no se trata de detener personas, sino de ofrecer oportunidades”, un discurso que irrita a una Casa Blanca obsesionada con el cierre de fronteras.
Ambos temas —drogas y migración— han reemplazado al terrorismo como núcleo del vínculo bilateral, pero sin un consenso sobre el diagnóstico ni los objetivos.

  1. Venezuela, el punto de ruptura simbólico

Ningún asunto ilustra mejor la distancia entre Trump y Petro que la política hacia Venezuela. Bogotá apostó por la normalización diplomática y el diálogo con el régimen de Nicolás Maduro, con el argumento de que “sin Caracas no hay estabilidad regional”. Estados Unidos, en cambio, ha reinstaurado sanciones económicas y bloqueado la participación venezolana en foros multilaterales.
Trump ha acusado a Petro de “blanquear dictaduras” y de legitimar al chavismo; Petro responde que “el aislamiento solo prolonga la crisis”. Esta divergencia tiene consecuencias prácticas: cooperación en materia de seguridad reducida, menor coordinación de inteligencia y bloqueo de iniciativas conjuntas en foros como la OEA o la Cumbre de las Américas.
Colombia ha intentado mantener un difícil equilibrio, mediando en procesos de negociación entre el Gobierno y la oposición venezolana, pero Washington ha dejado claro que no reconoce esos esfuerzos como legítimos. El resultado es un distanciamiento político que, sin ruptura formal, erosiona la confianza mutua que caracterizó la relación bilateral durante décadas.

  1. Comercio, China y el nuevo tablero global

La tensión no se limita a la política regional. En el terreno económico y geopolítico, Colombia busca diversificar sus alianzas para reducir la dependencia estructural de Estados Unidos. China se ha convertido en su segundo socio comercial y en un actor creciente en infraestructura, energía y tecnología.
El Gobierno colombiano defiende que esta apertura es “complementaria”, no sustitutiva, pero en Washington se percibe como una amenaza. Trump, en línea con su política de “America First 2.0”, ha advertido que revisará los acuerdos comerciales con países que “se abran demasiado” a la influencia china.
En el trasfondo, se libra una batalla por el control de los flujos de inversión y las cadenas de suministro en América Latina. Pekín ofrece financiación y tecnología sin condiciones políticas; Washington ofrece seguridad y acceso al mercado, pero exige alineamiento diplomático. Petro intenta jugar en los dos tableros, apostando por una política exterior “multipolar” que reivindica la autonomía latinoamericana.
Esa estrategia tiene respaldo en parte de la región —Brasil, México, Argentina—, pero despierta recelos en el Departamento de Estado. Para la administración Trump, el problema no es solo Colombia, sino el contagio político que su discurso puede generar en otros gobiernos progresistas del continente.

  1. Diplomacia en tiempos de desconfianza

Pese a las tensiones, ni Washington ni Bogotá pueden permitirse una ruptura. Estados Unidos sigue siendo el principal destino de las exportaciones colombianas y el primer inversor extranjero; Colombia, el aliado militar más fiable de EE. UU. en Sudamérica. La interdependencia obliga a mantener canales abiertos, aunque la comunicación política sea áspera.
El embajador estadounidense ha intentado rebajar el tono, centrando la cooperación en áreas técnicas —desarrollo rural, energías limpias, educación— mientras la Casa Blanca reserva las decisiones políticas más duras para el Consejo de Seguridad Nacional.
Petro, por su parte, utiliza la tensión con Washington para reforzar su discurso interno de independencia. Su mensaje es claro: Colombia no quiere ser “peón de nadie” y aspira a construir una voz propia en la política latinoamericana.
Sin embargo, el margen es limitado. Las presiones comerciales, la reducción de ayuda militar y el enfriamiento diplomático afectan a sectores clave de la economía. En este contexto, la diplomacia colombiana se mueve con pragmatismo: no romper puentes, pero tampoco ceder en los principios.
En el fondo, la relación atraviesa una fase de redefinición inevitable. Trump representa la vieja lógica hemisférica del control; Petro, la nueva narrativa de la autonomía. El desafío será encontrar un punto intermedio entre la subordinación y el aislamiento, capaz de preservar la cooperación sin sacrificar la soberanía.

Claves del tema

Contexto:
El regreso de Donald Trump a la presidencia de EE. UU. ha tensado la relación con el Gobierno de Gustavo Petro. Las diferencias sobre drogas, migración, Venezuela y la influencia china han sustituido la cooperación fluida por un diálogo áspero y desconfiado.

Implicaciones:
Colombia pierde margen de maniobra ante Washington y se expone a represalias comerciales o financieras, mientras busca diversificar sus alianzas con China y América Latina. La tensión refleja el declive del tradicional eje EE. UU.–Colombia como pilar de la seguridad regional.

Perspectivas:
Si ambas partes logran separar la cooperación técnica de las discrepancias políticas, podrán evitar una crisis duradera. Pero si la retórica electoral de Trump domina la relación, el vínculo podría degradarse hasta un nivel inédito en la historia reciente. La próxima cumbre interamericana será la prueba de fuego: allí se verá si Washington y Bogotá aún pueden hablar el mismo idioma diplomático.

Copyright todos los derechos reservados grupo Prensamedia.

Tags: ColombiaEE.UU.PetroTrump
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