Introducción
Oriente Medio vuelve a ser el tablero donde se cruzan todas las crisis globales. La guerra entre Israel y Hamás, los ataques cruzados con Irán y la recomposición diplomática en torno al Golfo Pérsico han transformado el equilibrio regional. Lo que en 2024 parecía una escalada coyuntural se ha convertido, en 2025, en un reordenamiento estratégico de largo alcance. Estados Unidos intenta contener la región sin volver a intervenir directamente, mientras Rusia y China amplían su influencia en la sombra. Europa, atrapada entre su dependencia energética y su falta de iniciativa política, observa un escenario que amenaza con volver a incendiar su vecindad sur.
- Irán e Israel: de la confrontación militar a la guerra de sombras
El enfrentamiento entre Irán e Israel ha pasado de la retórica a la acción. Los ataques con misiles y drones, los ciberataques y las operaciones encubiertas en Siria, Líbano e Irak han configurado una guerra híbrida permanente. Ninguna de las dos potencias busca una guerra abierta, pero ambas necesitan mantener la tensión para reforzar su legitimidad interna.
Teherán continúa desarrollando su programa nuclear bajo mínimos de supervisión internacional, mientras mantiene su red de milicias aliadas —Hezbolá, los hutíes y diversas facciones iraquíes— como instrumentos de presión. Israel, por su parte, se encuentra dividido internamente: la fractura política derivada del conflicto en Gaza ha debilitado al Gobierno y ha multiplicado las voces críticas con su estrategia militar.
La guerra de sombras entre ambos países se ha convertido en un sistema de equilibrio inestable, donde cada ataque busca calibrar la respuesta sin cruzar el umbral del conflicto abierto.
- Arabia Saudí y el retorno del pragmatismo
En medio del caos, Arabia Saudí emerge como el nuevo eje de contención regional. Riad ha pasado del enfrentamiento con Irán a una diplomacia pragmática que busca garantizar estabilidad y proteger su transformación económica bajo el plan Visión 2030. El restablecimiento de relaciones diplomáticas con Teherán —mediado por China— marcó un cambio de era: la rivalidad religiosa dio paso a una coexistencia basada en intereses energéticos y seguridad mutua.
El reino saudí intenta mantener una posición equidistante entre Washington, Pekín y Moscú. Colabora en seguridad con Estados Unidos, vende petróleo a China y negocia con Rusia en el marco de la OPEP+. Esa versatilidad diplomática refuerza su peso regional y lo convierte en un interlocutor imprescindible tanto para Irán como para Israel.
Europa, que tradicionalmente había marginado su relación con Arabia Saudí por motivos de derechos humanos, redescubre su valor estratégico: energía, inversiones y capacidad de mediación.
- Estados Unidos: la contención sin compromiso
La política estadounidense en Oriente Medio atraviesa un momento de redefinición. Tras dos décadas de sobreexposición militar, Washington busca mantener la influencia con el mínimo coste. El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca ha consolidado esta doctrina de “contención sin compromiso”: apoyo a Israel, presión sobre Irán, pero sin intervención directa ni gasto prolongado.
Esta estrategia, sin embargo, tiene un precio. La percepción de retraimiento estadounidense ha abierto espacio a otros actores: Rusia ha intensificado su cooperación con Irán en defensa y energía; China, con su mediación saudí-iraní, ha demostrado que puede llenar vacíos diplomáticos que antes eran exclusivos de Washington.
La región ya no orbita exclusivamente en torno a Estados Unidos. El nuevo equilibrio multipolar permite a los países árabes negociar con todos sin alinearse plenamente con nadie. Para Europa, esto implica navegar un tablero donde la influencia estadounidense ya no garantiza estabilidad.
- Europa y su silencio estratégico
La Unión Europea sigue sin una política propia hacia Oriente Medio. Dividida entre la prudencia diplomática y la dependencia energética, Bruselas ha optado por una presencia de bajo perfil: apoyo humanitario, defensa de la solución de los dos Estados y llamados genéricos a la contención. Pero la falta de liderazgo europeo ha dejado el terreno libre a potencias con agendas más definidas.
España, Francia e Italia mantienen canales bilaterales activos —particularmente en Líbano, Egipto y el Golfo—, pero carecen de una estrategia común. La Política Exterior y de Seguridad Común apenas se traduce en iniciativas concretas. La UE se ha convertido en un donante sin influencia, atrapada entre sus principios y su parálisis institucional.
El reto para Europa no es solo reaccionar a las crisis, sino recuperar un papel político en una región de la que depende su seguridad energética, su estabilidad migratoria y, en gran medida, su credibilidad global.
- La nueva geometría regional
El Oriente Medio de 2025 ya no se articula en torno a bloques ideológicos, sino a intereses convergentes. Irán y Arabia Saudí compiten dentro de una estabilidad controlada; Israel busca redefinir su legitimidad interna y su margen diplomático; Turquía equilibra su influencia entre el Cáucaso y el Mediterráneo; y las potencias globales —EE. UU., China y Rusia— intervienen de forma selectiva.
En este nuevo escenario, la diplomacia se impone al dogma. Los acuerdos son tácticos, las alianzas reversibles y los equilibrios frágiles. Europa y España deben asumir que su seguridad comienza más allá del Estrecho y que la estabilidad del Mediterráneo depende, en gran medida, de lo que ocurra entre Tel Aviv, Teherán y Riad.
El orden que emerge es menos occidental y más transaccional. Un mundo de pactos temporales donde la influencia se mide no por los principios proclamados, sino por la capacidad de permanecer en la mesa.
Claves del tema
Contexto:
La tensión entre Irán e Israel ha derivado en una guerra híbrida sostenida que afecta a toda la región. Arabia Saudí adopta una diplomacia pragmática, mientras EE. UU. reduce su implicación y China amplía su presencia.
Implicaciones:
La nueva geometría regional desplaza el centro de gravedad del poder hacia el Golfo. La UE, sin estrategia, pierde relevancia. España y Europa deben redefinir su papel en la vecindad sur y reforzar su política energética y de seguridad.
Perspectivas:
Si se consolida el equilibrio entre Irán, Arabia Saudí e Israel, la región podría entrar en una fase de estabilidad relativa. Si no, Oriente Medio seguirá siendo el epicentro de un desorden global que Europa observa, pero aún no sabe gestionar.
Copyright todos los derechos reservados grupo Prensamedia.

