Desde la andanada,
Yago González, CEO de Prestomedia Grupo:
Los coches ya pitan, los niños ya lloran y las reuniones empiezan a las nueve y cuarto con puntualidad cruel. Todo ha vuelto a su sitio, menos la calma. Porque este septiembre no suena a rutina: suena a tambor de fondo. A algo que no acaba de romper, pero que inquieta.
No hay datos que lo expliquen. No hay titulares que lo anuncien. Pero en los pasillos, en los chats, en las decisiones que se posponen sin motivo, se nota. Es ese silencio previo a la faena, cuando el toro no se mueve y nadie sabe si va a embestir o se va a quedar clavado. No es miedo todavía. Es el miedo al miedo.
Y lo peor es que ese miedo no aparece cuando hay señales. Aparece cuando no las hay. Porque ya hemos visto demasiadas veces cómo llega la cornada sin previo aviso. Y ahora, aunque todo parezca tranquilo, el tendido está en tensión.
A veces lo peor no es el miedo, sino el miedo al miedo. Esa sensación sorda de que algo va a pasar, aunque no sepamos muy bien el qué. Esa inquietud vaga, casi animal, que recorre despachos, cafés, timelines y conversaciones de septiembre. Se huele. Se siente. Como si todos supiéramos, sin decirlo, que viene algo feo.
Lo curioso es que los datos no lo dicen. Ni el PIB, ni el empleo, ni la inflación. Ni siquiera los indicadores que los gurús suelen mirar cuando quieren ponerse apocalípticos. Y sin embargo, ahí está: esa sensación de que vamos directos a un precipicio invisible. No es racional. Es emocional. O mejor dicho: es histórica.
Porque claro, ¿cuándo avisaron los datos de la crisis del 2008? ¿O de la pandemia? ¿O de que Lehman Brothers se desangraba mientras los analistas aún hablaban de “corrección técnica”? Nunca. Y eso se nos ha quedado grabado. Como un trauma mal cerrado. Así que ahora, aunque los números digan A, el cuerpo nos grita B. Y como el cuerpo no miente, hemos empezado a desconfiar del Excel.
El problema no es que venga o no venga una crisis. El problema es que muchos ya se comportan como si estuviéramos en ella. Empresas que frenan contrataciones sin motivo claro. Proyectos congelados por si acaso. Inversiones pospuestas porque “no es el momento”. Y así, poco a poco, la profecía se cumple sola. A fuerza de temerla, la construimos.
No ayuda tampoco que hayamos creado una industria entera del catastrofismo. Consultoras, economistas, tuiteros, opinadores… Siempre hay alguien dispuesto a predecir que lo peor está por venir. Lo bueno no vende. Lo estable, menos. Vivimos en la era del titular nervioso. Y la ansiedad colectiva se ha convertido en contenido.
Desde la andanada, uno aprende a mirar el ruedo sin dejarse llevar por cada bufido del toro. Hay tardes que parecen fatales y se salvan en el último muletazo. Y otras que pintan gloriosas y acaban con pitos. Pero si hay algo peor que que te coja el toro, es quedarte quieto por miedo a que te coja.
El miedo es libre, sí. Pero el miedo al miedo siempre llega antes que los hechos… y se queda más tiempo.