Aroa Fandiño
Experta en Derecho europeo y colaboradora de la Fundación Alternativas.
El pasado 20 de junio, en Estrasburgo, la Campaña en Defensa de los Derechos en Europa (CURE Campaign), en colaboración con el Movimiento Europeo de Alsacia y PromoUkraïna, organizó una charla pública con la Premio Nobel de la Paz (2022) Oleksandra Matviichuk, en el auditorio del FEC Strasbourg. El evento se celebró con motivo del 75º aniversario del Convenio Europeo de Derechos Humanos. Lejos de limitarse a una conmemoración simbólica, su intervención fue una interpelación ética a Europa: un recordatorio de que la libertad no está garantizada, y que la dignidad exige acción. Haber contribuido a hacer posible este encuentro fue un verdadero privilegio.
Matviichuk habló desde su experiencia en el terreno, tras años de documentar crímenes de guerra cometidos por las fuerzas rusas en Ucrania. Desde el inicio de la invasión a gran escala en 2022, su organización ha recopilado más de 88.000 episodios de violencia y atrocidades. Uno de los relatos que compartió fue el del niño Illya, cuya madre murió congelada entre sus brazos en un sótano de Mariúpol. “El derecho ya no funciona”, afirmó, aludiendo al colapso del sistema internacional que, tras la Segunda Guerra Mundial, prometía “nunca más”. Matviichuk advirtió que el sistema de seguridad global, construido sobre la Carta de la ONU y sus instituciones, está colapsado. “El Consejo de Seguridad está paralizado”, señaló. “Y cuando el andamiaje internacional se rompe, las guerras no solo continúan, sino que se multiplican”.
Pero su mensaje fue más que una denuncia: fue una crítica profunda a una cultura democrática que comienza a vaciarse desde dentro. “Muchos en Europa y el mundo han heredado la democracia de sus padres y han comenzado a dar por sentada la libertad y la seguridad”, advirtió. “Quienes miden todo solo en términos de comodidad y rechazan los fundamentos éticos tienen un problema de horizonte. Si quieres tener el futuro en una tarjeta de crédito, recuerda que un día habrá que pagar esa deuda, con intereses.”
Frente a esa visión cortoplacista, propuso una alternativa: “La dignidad en acción”. Recuperó la historia del filósofo ucraniano Ihor Kozlovskii, encarcelado y torturado durante 700 días, quien para no perder la cordura impartía clases de filosofía a las ratas de su celda. “La base de nuestra existencia es la dignidad, no la victimización”, dijo. “No se trata solo de sentirse responsable, sino de hacer lo correcto para cambiar lo que sucede”.
Ucrania, explicó, no lucha únicamente por su soberanía, sino por el significado mismo de los derechos humanos en el siglo XXI. “Esta guerra no es entre dos países, sino entre dos sistemas: el autoritarismo, que considera a las personas objetos; y la democracia, que las sitúa en el centro”. Y advirtió que esta confrontación no es solo militar: tiene una dimensión informacional. “Esta guerra también es una batalla por los corazones y las mentes”, dijo. “Los regímenes autoritarios invierten millones en desinformación, propaganda y cinismo, no solo para justificar sus crímenes, sino para sembrar apatía en sociedades libres. Cuando dejamos de creer que la verdad existe, dejamos de luchar por ella”.
En ese contexto, no basta con observar: incluso cuando todo parece perdido, aún quedan nuestras palabras, nuestra postura, nuestras decisiones.
En tiempos en los que la verdad es manipulada y el confort anestesia la conciencia, escuchar a Matviichuk en Estrasburgo fue mucho más que un honor: fue una invitación a recuperar la brújula moral. Y cómo concluyó con claridad y convicción: “La esperanza no es creer que todo saldrá bien. Es comprender profundamente que todos nuestros esfuerzos tienen sentido”.