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Alaska: donde la paz se mide en dividendos

Los presidentes de Estados Unidos y Rusia buscan salir de la reunión sobre Ucrania con beneficios

gonzalezbarcos
14 de agosto de 2025
en Opinión
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Alaska: donde la paz se mide en dividendos
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Javier Saldaña Sagredo

Coronel de Ejército de Tierra (Ret.)

Ambos, Trump y Putin, pretenden acorralar a Zelenski en la negociación en Alaska y sacar tajada de la reunión. Lo de Putin es lógico, después de tres largos años de guerra; lo de Trump, en cambio, resulta vergonzoso. Su objetivo es desempeñar el papel de mediador interesado para cobrar sus réditos del conflicto, algo que ya demostró en el acuerdo de paz firmado entre Azerbaiyán y Armenia en la Casa Blanca, donde, gracias a su “mediación”, Estados Unidos obtuvo el beneficio de explotar el corredor comercial que atravesará ambos países.

Para Ucrania, el objetivo de Trump no será distinto: su avidez mercantilista se traducirá en “los dividendos de la paz”. Hace unos meses ya intentó quedarse con la explotación de los metales raros ucranianos y ahora, probablemente, incluirá en su botín algunos de los ingentes recursos naturales rusos. Putin cederá, consciente de que necesita a Trump para lograr una paz “vencedora”.

En este contexto, Trump dejará de considerar a Rusia un enemigo irreconciliable. Su estrategia podría basarse en sentar las bases de grandes acuerdos comerciales, ofreciendo a Moscú una salida digna del conflicto. Se habla incluso de negociaciones para reparar y abrir el Nord Stream II, de modo que EE.UU. reciba gas ruso para venderlo a Europa. Con ello, Trump convertiría a Rusia en socio comercial, relajando sus inquietudes de seguridad y abriendo grandes oportunidades de negocio gracias a sus vastos recursos naturales.

Esta reinterpretación podría traer un reposicionamiento global de EE.UU., algo en lo que coinciden republicanos y demócratas: la prioridad internacional estadounidense en la última década ha sido contener a China, la superpotencia rival en ascenso. Trump atacará donde más le duele: la guerra comercial, obteniendo pingües beneficios allí donde intervenga. Ucrania será un ejemplo, en paralelo con la actual “guerra de aranceles”. En mi opinión, Trump sabe que no puede vencer a China en términos comerciales, pero sí neutralizarla. El as que podría guardarse es Taiwán, aunque esa será otra historia una vez termine la pesadilla ucraniana.

Así, el acercamiento/confrontación de EE.UU. con Rusia se integra en una estrategia que prioriza sus propios intereses sobre cualquier compromiso internacional que interfiera con sus dos líneas de acción descritas. Para ello, empleará (y ya lo hace) un enfoque transaccional: aranceles, sanciones, visados o recortes en la ayuda si el interlocutor no se pliega a sus exigencias, como ocurrió con Zelenski en el Despacho Oval.

Paralelamente, Trump ha enarbolado la bandera del unilateralismo. La toma de decisiones de carácter internacional la realiza sin contar con la opinión y mucho menos la aquiescencia de aliados y/o socios. Ejemplos palmarios son las conversaciones con Rusia sobre Ucrania dejando fuera a sus socios de la OTAN. De esa forma, estamos asistiendo a un auténtico proceso revisionista y reevaluación de los compromisos internacionales de los Estados Unidos.

En su nuevo mandato, a comienzos de febrero pasado, por ejemplo, Trump firmó una orden de revisión de la participación estadounidense en todas las organizaciones internacionales a las que pertenece, así como de todas las convenciones y tratados, con la intención de denunciarlos/abandonarlos si se estima que pudieran resultar negativos para los intereses de la nación o… a sus propios intereses comerciales. Su política exterior actual es incluso más intervencionista que en su primer mandato, como demuestran las constantes reuniones con potencias regionales mantenidas por su vicepresidente Vance, el secretario de Estado Marco Rubio y el secretario de Defensa Hegseth, incluso antes de su toma de posesión.

Durante su primera presidencia, ya mostró este patrón: retirada del Acuerdo Estratégico Transpacífico de Asociación Económica (TPP) y del Acuerdo de París contra el cambio climático (2017); abandono de la UNESCO (2017); ruptura del acuerdo nuclear con Irán (2018); salida del Pacto Mundial de la ONU sobre Migración y Refugiados (2017), del Consejo de Derechos Humanos de la ONU (2018), de la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos (UNRWA) (2018); modificación del Tratado de Libre Comercio para América del Norte (NAFTA) (2018) y retirada del Tratado INF sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (1987) (2019). Tras todas estas decisiones se percibía ya la fragancia del “perfume trumpista”: renegociar tratados para obtener beneficios económicos.

Un ejemplo paradigmático por el que Trump rápidamente identificó como “negocio poco rentable” para los EE.UU. y posiblemente para él fue la reconsideración de la ayuda exterior a través de la Agencia norteamericana de Ayuda al Desarrollo (USAID). La suspensión de la ayuda exterior y la orden de llevar a cabo una investigación sobre la utilización de los fondos de la agencia pudo inicialmente ser interpretado en clave de su lucha cultural contra el wokismo, pero la realidad es que ha ido contra la línea de flotación de su entramado socioeconómico, que pretende acabar con las poco rentables y a veces oscuras políticas sociales con las que se alimentan miles de ONG con fondos federales.

A pesar de ello, no debemos dejar que el ruido general que produce el líder republicano (y produce mucho), con sus gestos histriónicos y sus declaraciones sorprendentes y en muchas ocasiones contradictorias, enturbie la visión de cuanto realmente hace. Una autentico rodillo apisonador que a través de sus órdenes ejecutivas reparte “plumas de firma” a selectos invitados que asisten entusiasmados a su festival de poder. Un poder centralizado que vio cómo Trump firmaba una orden ejecutiva para centralizar las decisiones de política exterior en su figura, en un intento claro de debilitar el tradicional papel del Congreso, expandiendo su fuerza como principal negociador y jefe en asuntos diplomáticos. John Bolton, veterano asesor de seguridad de varios presidentes republicanos, dijo: “A Trump no hay que tomarlo al pie de la letra, pero sí tomárselo en serio”.

Sobre si la política exterior de Trump es la de un loco caprichoso lobista o constituye un plan premeditado para instituir un nuevo orden mundial, las opiniones están divididas. Sus detractores, especialmente en Europa, piensan lo primero, pero en los EE.UU. hay analistas que consideran que Trump persigue un nuevo orden mundial multipolar, basado en espacios de control regionales en los que los que Washington siga ostentando una primacía estratégica, pero con grandes concesiones en áreas de influencia a China y a Rusia.

De esa forma, los tres grandes se repartirían la hegemonía global, con épocas de competencia o espacios de cooperación de acuerdo con los conflictos y/o intereses que pudieran surgir y siempre zanjando sus diferencias o reclamaciones de manera que se soslaye una guerra o conflagración abierta entre ellos. Sin embargo, por más que EE.UU. desee convertir a Rusia en socio comercial preferente, no podemos olvidar que Putin (que ha tratado con cinco presidentes americanos) no renunciará a su ambición de la Gran Rusia zarista, respaldada por su fuerza militar y su arsenal nuclear. Veremos qué deja Alaska.

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