Augusto Manzanal Ciancaglini
Politólogo
Kenneth Waltz explica claramente cómo se construye una rivalidad duradera: “La tensión constante y la oposición mutua, en una plétora de pequeños conflictos en la periferia, previenen conflictos mayores al dejar clara la intención de resistir la agresión”.
Israel e Irán han ido desarrollando esta dinámica, el primero partiendo de una base incisivamente defensiva y el segundo intentando rodear a través de subsidiarios. No obstante, el desgaste sufrido por los grupos árabes patrocinados por Irán y el abandono ruso a sí mismo en esta región han permitido traspasar una línea anteriormente infranqueable: los ataques directos, al menos si de misiles se habla.
Más difícil de imaginar era que Estados Unidos hiciera lo mismo: sus bombarderos y submarinos causaron severos daños al potencial nuclear iraní. Así entonces, Washington subraya lo que venía haciendo Israel, cuyos ataques además habían matado a cargos altos de la Guardia Revolucionaria Islámica y a destacados científicos nucleares.
La guerra de los Doce Días entre Irán e Israel, como parte de un conflicto bastante más dilatado y con la participación de Estados Unidos, se ha desarrollado a través de medios quirúrgicos y simbólicos; las armas hablaron y en la mayoría de los casos avisaron previamente para advertir.
El mensaje parece ser que Irán tendrá que elegir por fin entre petróleo y uranio, como si fuera entre ayatolá y sah de Persia. A fin de cuentas, la isla de Kharg sigue intacta y el estrecho de Ormuz se mantiene fluido.
Teherán sale tocado en cuanto a lo militar y a su orgullo exterior, pero al mismo tiempo con algo de aire en lo político. La amenaza de sus dos grandes enemigos se hace física: la invitación a que calme su ímpetu, ante una competición difícil de ganar, podría cohesionar a la población persa de cara a un antagonismo más real.
Nasser, mucho más humillado que Alí Jamenei, luego de la derrota en la guerra de los Seis Días con Israel, permaneció en el poder de un Egipto menos influyente. Aunque aquel fue otro junio, en esa contienda Israel creció y en esta intenta avanzar hacia una presencia más amplia y segura en una región muy distinta, en donde al debilitamiento persa se suman los Acuerdos de Abraham y la idea del Corredor Económico India-Oriente Medio-Europa.
Sin embargo, el Estado judío, aún enredado en el deterioro de su reputación en Gaza y en la inexorable culpabilidad exclusiva que tantos le otorgan, debe recordar que, a pesar del aparente cambio en el ambiente y su innegable superioridad militar o tecnológica, no es inmune a la paradoja del almirante (por las peculiaridades que hicieron a Cristóbal Colón líder en el mar y lo perjudicaron como político en tierra firme): las mismas características y capacidades que le permiten distinguirse, podrían impedirle ejercer un liderazgo regional.