Japón vive un periodo peculiar: mantiene su estatus como potencia en ciencia, tecnología, cultura y desarrollo —está previsto que mantenga en 2025 el quinto puesto mundial por PIB nominal y PPP (~ 3,7 % del PIB global; PIB per cápita PPP ~ 54 678 USD)— pese a afrontar profundos desafíos demográficos, sociales y económicos.
La caída de nacimientos alcanzó en 2024 un mínimo histórico de 686 061 bebés, con una tasa de fertilidad de apenas 1,15, mientras los matrimonios subieron ligeramente a 485 063, el punto más bajo desde 1917. El descenso del habitante natural en 2024 fue de 898 000 personas, sobrepasando incluso las previsiones y dando lugar a lo que el primer ministro Shigeru Ishiba denominó “emergencia silenciosa”.
Actualmente Japón tiene cerca de 123,8 millones de habitantes (octubre de 2024), sufriendo su 14.ª reducción anual consecutiva, con más del 29 % de la población mayor de 65 años (edad media de 48,4 años). Se espera que para los años 2050–2070 la población caiga entre un 30 y un 40 %, llegando a 87 millones y con más del 40 % mayores de 65. Ese descenso está llevando a la desaparición de municipios y la proliferación de viviendas abandonadas en zonas rurales, mientras que ciudades como Tokio concentran cada vez más población interna.
Japón transita una economía renormalizándose tras décadas de estancamiento y deflación. La inflación ha superado la meta del 2 % ya por más de dos años, el desempleo está bajo y el mercado laboral se encuentra en tensión. Según el Bank of Japan, se proyecta una inflación de alrededor del 2,5 % en 2025 y del 2 % en 2026. Pero este nuevo panorama se enfrenta a amenazas múltiples: la incertidumbre comercial global, especialmente por las políticas arancelarias de EE. UU., genera riesgos a la baja apreciables. El vicegobernador del BOJ, Shinichi Uchida, advirtió sobre la necesidad de flexibilidad respecto a futuros ajustes de tasas de interés, condicionando su orientación a la evolución del entorno externo.
Asimismo, un informe de Reuters confirma que dos tercios de las empresas japonesas sufren escasez laboral, lo que ha provocado un aumento del 32 % en quiebras relacionadas con recursos humanos en 2024 y empuja a más empresas a subir precios e incrementar salario mínimo para retener talento. La estructura misma del tejido productivo japonés se ve comprometida por una combinación de envejecimiento, rigidez contractual y baja presencia femenina en el mercado laboral.
Aunque las mujeres representan el 45 % de las graduadas universitarias, apenas ocupan el 18 % del empleo y sufren de importantes brechas salariales (más del 25 % de diferencia en ingresos según datos de la OCDE). La falta de incentivos, estructuras de empleo rígidas y normas fiscales han condicionado esa brecha durante décadas.
Al mismo tiempo, Japón arrastra todavía los efectos de su llamada “Generación Perdida”, formada durante la década de 1990 y atrapada en empleos precarios o inestables. Muchos de sus miembros viven aún con sus padres ancianos, fenómeno conocido como problema 8050, y sufren aislamiento social, precariedad emocional y exclusión del sistema productivo. Esta disfunción representa un síntoma grave de malestar persistente en el modelo japonés.
El debate sobre inmigración y diversidad se ha hecho más visible en los últimos años, aunque con claros límites políticos. Japón sigue impulsando iniciativas de DEI (diversidad, equidad e inclusión) como freno al estancamiento demográfico, pero resiste aún a aceptar inmigración a gran escala. La retórica de partidos como Sanseito, que obtuvo 14 escaños en la Cámara Alta en julio de 2025, promueve un nacionalismo límpido y una política de “Japón Primero”, rechazando la inmigración y fomentando la automatización como reemplazo de mano de obra extranjera. Masafumi Usui, profesor de psicología social, explica que ese discurso capitaliza el miedo cultural frente a la percepción de declive nacional.
En contraste con los retos crónicos, Japón sigue desplegando capacidad innovadora en sectores como la inteligencia artificial, robótica, energías verdes y agricultura local. El Foro Económico Mundial destaca proyectos que combinan tecnologías modernas con cultivos autóctonos para construir resiliencia económica y cultural. La inversión empresarial se orienta cada vez más hacia la automatización y eficiencia, ante un mercado laboral limitado.
La atención al capital humano, a través de reformas educativas en universidades —más prácticas, más exigencia académica para prepararse al mercado de trabajo— también aparece en voces como la de Yoshifumi Fukuzawa, que defiende una universidad que sí forme profesionales listos para contribuir al I+D y al crecimiento japonés.
Para el resto de 2025 y más allá, la clave política estará en si el gobierno logra conjugar medidas efectivas: reformar pensiones, flexibilizar el mercado laboral (incluyendo mayor inclusión femenina), replantear migración y atender las raíces de la crisis de natalidad. El Fondo Monetario Internacional recomendó reforzar expectativas inflacionarias, reconstruir márgenes fiscales y acelerar las reformas laborales para mantener el crecimiento potencial.
El ascenso de partidos populistas y conservadores como Sanseito plantea riesgos tanto para la cohesión interna como para la imagen global de Japón como país abierto y avanzado. La tentación de encerrarse en el orgullo nacionalista frente a los desafíos puede ser políticamente rentable en el corto plazo, pero profundamente costosa en términos de sostenibilidad estructural.
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Conclusión: ¿crisis terminal o metátesis estratégica?
Japón exhibe el rostro dual de un país que conserva su estatura internacional en ciencia, cultura y economía, mientras la lógica estructural lo empuja hacia una erosión interna insidiosa: declive demográfico, tensiones sociales profundas, fragilidad fiscal y polarización política. Sin embargo, no se trata de un Titanic inexorable; en medio de las ruinas emergen respuestas inteligentes: innovación tecnológica, impulso a la diversidad (limitada, pero existente), reformas académicas, automatización. A condición de que esas palancas se activen con visión estratégica.
El futuro de Japón dependerá de si sus líderes entienden que no basta con reactivar el I+D o subir salarios: hay que reinventar el contrato social, dar espacio a la diversidad, liberar talento femenino y reconfigurar su relación con el mundo. Solo entonces, su actual fragilidad podría convertirse en plataforma de renovación. De lo contrario, la gran nación del sol naciente podría languidecer bajo su camuflaje de orden y prosperidad aparente.