La presente oración va seguida casi siempre de otra sentencia. Sostiene que las personas que no tienen casi nada serán despojadas de lo poco que guardan. Algunos autores relacionan el “al que tiene” con una riqueza moral y un compromiso universal, de marca religiosa porque se dice que la expresó Jesús no sé dónde. Pero ese sentido no lo compartimos mucha gente.
Sea como fuere me sirve para enlazar la crítica posición de los países pobres y sus demandas frente al deseo (sic) de los ricos en atenderlas. A poco que miremos en las noticias confirmaremos que nos encontramos ante una crisis de ayuda humanitaria. Apunta el Real Instituto Elcano que: “hará falta una mayor transparencia sobre lo que se define como ayuda al desarrollo y lo que no, sus objetivos y modalidades (desde la solidaridad a la promoción de las inversiones)”. Ahí está la cuestión: si lo de solidaridad con los de fuera no se entiende, cómo se van a promocionar inversiones (no exentas de dependencias futuras). Harán falta acuerdos globales, que siempre cuestan y muchas veces se incumplen. Por eso, junto con la firma de cualquier compromiso, se necesitará un marco de seguimiento más sólido y una imprescindible rendición de cuentas.
El mismo artículo alerta de que peligra la ayuda al desarrollo –habría que concertar qué entendemos por desarrollo pero será objeto de otro artículo-. La irrupción en escena internacional del señor Trump ha supuesto el descenso enorme de la aportación a USAID (Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional. También adelgaza la Millennium Challenge Corporation (MCC), casi independiente hasta ahora. El mal ejemplo ha cundido cual mecha explosiva. Los grandes proveedores del Comité de Asistencia para el Desarrollo (CAD) de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) se están planteando una reducción de sus presupuestos de ayuda exterior. No es pequeño: las dos terceras partes. Lo plantean países que en tiempo fueron ejemplo de solidaridad: los Países Bajos, Finlandia, Francia, el Reino Unido, Suiza y Alemania. La alerta gravosa nos la cuenta la OCDE: “la ayuda oficial al desarrollo (AOD) cayó un 7,1% en términos reales en 2024 después de cinco años consecutivos de crecimiento”.
Sepamos todos, dirigentes y dirigidos, que la ayuda internacional salva vidas. Lo confirma un reciente artículo publicado en The Lancet. Recalca la positiva acción de USAID, que contribuyó a salvar 91 millones de vidas en los 20 años entre 2001 y 2021. De hecho, Estados Unidos aportaba anteriormente más del 40% de la financiación humanitaria global, Por contra, las proyecciones indican que, si se mantienen los recortes anunciados de aquí al año 2030, las muertes adicionales podrían incrementarse en más de 14 millones. En estas cifras se incluyen más de 4,5 millones de menores de cinco años, lo que supone la sonrojante y dramática cifra de unos 700.000 fallecimientos infantiles adicionales por año. De ahí que la alarma mostrada por todos organismos internacionales de ayuda (Unicef, Save the Children, Oxfam, Cruz Roja, Cáritas Internacional, UNEP, UNESCO, ONU, etc.). Señalemos que España aún sigue comprometida, al menos de palabra pues da la impresión de que los dineros sufren algún tipo de retención. Aquí se expresa aquello que seguía a la frase del titular: y al que poco tiene se le quitará, provisionalmente o para siempre.
Nadie duda de la batalla, declarada tras la irrupción de la ultraderecha, en la gestión de las ayudas a los que menos tienen en varios países, en algunos gobiernos. Odian al diferente, sea persona o país. La reciente diatriba lanzada por una representante de la ultraderecha española, que quiere eliminar de golpe a los 8 millones de no nacidos en nuestro país, o hijos de extranjeros, apunta a la despiadada valoración de la pureza de la raza, unida al odio al diferente en color de piel o religión. Nos recuerda experiencias catastróficas por todo el
mundo. En Europa no se había visto nada igual –excepción hecha de lo sucedido en la ex Jugoslavia- desde la II Guerra Mundial. ¡Cómo puede sostenerse la que algunos llamamos “desmigración” en 2025!; ellos lo endulzan con el concepto malvado de “remigración”. Habrá que señalar a esa señora y a quienes la escuchan que, al lado de la insolencia ética que supondría, traería una debacle económica. Si no fuera una cosa tan seria, difundida por medios de comunicación españoles y europeos respetables, diríamos que es una noticia de El Mundo Today. La actualidad de mañana”. De parecida forma a esa señora se expresaba recientemente el señor Trump, que se ha convertido en el oráculo de la mentira y el racismo al que escucha mucha gente. También en Alemania, Holanda, Dinamarca, etc.; países que fueron ejemplo de solidaridad hace unas décadas. Y lo que es peor: el efecto dominó contra humanitario va a pervertir las relaciones globales con alcance desconocido. ¡Qué decir del genocidio israelí con Gaza!
Para centrar el grave problema, para deshacer los incumplimientos se celebró una conferencia en Bonn en junio pasado. Se trataba de reinterpretar el estado de protección en torno al Cambio Climático, un claro ejemplo de desigualdades por sus afecciones a la ciudadanía. Uno de los puntos más debatidos se refería a que el actual proceso de acreditación hacia la transición es “lento, engorroso y difícil de navegar, lo que limita el impacto del GCF (Fondo Verde para el Clima) sobre el terreno”. Algunas voces que utilizan la ética como forma de vida lanzaban una idea novedosa y no excesivamente gravosa para los poseedores de grandes sumas de dinero bajo una premisa esencial: “No existe una brecha de financiación climática, solo una brecha de soberanía fiscal”. El análisis de la Red de Justicia Fiscal (Tax Justice Netwoork) ha demostrado que si los gobiernos aplicasen simplemente un modestísimo impuesto al patrimonio del 0,5 %, se podrían recaudar en torno a 2,6 billones adicionales de euros al año. Esta cantidad cubriría con creces las necesidades globales de financiación climática. Aún más, quedaría un remanente para invertir en atención sanitaria, educación y empleos verdes a nivel nacional. Al que no tiene se le daría.
En la reunión de Bonn, la acusación de los países pobres a los países ricos de intentar eludir sus responsabilidades estuvo a punto de provocar una desbandada; parece que a los ricos no les gusta verse retratados en la pobreza mundial. ¿Pero se puede dudar, con los datos que conocemos hoy, que el cambio climático ha sido acelerado por la vida global y las producciones –globalizaciones del mercado- de los países ricos? Hay que actuar en consecuencia: desechar ambigüedades y quedarse con lo realmente importante, para, a partir de ahí, comenzar las transiciones necesarias. No podemos dilatar su inicio.
La ONU convocó recientemente en Sevilla la IV Conferencia de Financiación para el Desarrollo. Allí se habló mucho del problema de la vivienda en todo el mundo. La directora ejecutiva del Programa de las Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos (ONU-Habitat), la economista Anacláudia Rossbach, alertó de que unos 1000 millones de personas viven en asentamientos precarios y casi 2 000 millones sin acceso a agua. De la conferencia parece que se concreto un poco más la idea de “Una apuesta por el multilateralismo y la cooperación global”. En el Documento Final se resalta que el imprescindible sentido unificador debe centrarse en soluciones que reafirmen los compromisos asumidos en Addis Abeba hace una década. También se renueva la esperanza en acercase a los ODS. Como medio de mostrar y demostrar que la cooperación multilateral sigue siendo importante y funcionará.
Comprender y superar la crisis de la ayuda humanitaria es imprescindible y beneficiará a todos, aunque los ricos no lo crean. Coincidiendo con la clausura de la Conferencia ONU Sevilla, el Director de la Fundación Alternativas, Diego López Garrido, expresaba en el artículo “El fantasma de la deuda recorre el mundo” publicado en elDiario.es, que “dos de cada cinco habitantes del planeta están prisioneros de una deuda incontrolable y esperan la solidaridad
del resto. Esto no es, pues, un problema simplemente financiero. Es una cuestión de derechos de la Humanidad”. Alertaba de que “cerca de 3 400 millones de personas viven en países que gastan más en el pago de intereses de la deuda que en educación o sanidad”. ¿Cómo salir desde ahí adelante? Señalaba que este débito asfixiaba a los llamados países en vías de desarrollo –a los que no tienen se les impedirá que tengan-, tanto que les resulta imposible salir de la penuria social. Ven frenado o imposibilitado ese desarrollo a causa del peso que en ellos tiene la deuda contraída con capitales occidentales –a quienes más tienen se les dará-. Desgranaba en el artículo una serie de acciones para revertir la situación a niveles humanitarios manejables: todos saldremos ganando. A nosotros se nos ocurre una sencilla: la condonación de una parte de la deuda, o toda en algunos países. Para animarles a volver a creer en la justicia universal.
ACNUR siempre recuerda que allá donde es vista la pobreza debe acudir enseguida la solidaridad. La humanidad toda necesita algo en lo que creer. Se podrían clasificar como Derechos Humanos Universales. Nos gustaría terminar con un cambio de lema: Quienes tienen mucho darán suficiente- para ellos poco- para que quienes menos tienen –para ellos mucho-superen el estadio de desigualdad que sufren.
Carmelo Marcén Albero
Investigador ecosocial y analista de la Fundación Alternativas
Maestro y Doctor en Geografía. Ha sido profesor de Educación Primaria, Secundaria y Formación del Profesorado. Autor de artículos e investigaciones sobre medioambiente y educación recogidos en revistas especializadas como Cuadernos de Pedagogía, Investigación en la Escuela o Aula de Innovación educativa.
Premio Nacional “Educación y Sociedad” 1992 y 1993 por sus propuestas didácticas en torno al río y el paisaje vividos. Ha publicado varios libros sobre estas temáticas. Investigador colaborador del Dpto. de Geografía de la Universidad de Zaragoza y de la Fundación Alternativas de Madrid. Es miembro del Consejo de Ecodes (Fundación Ecología y Desarrollo).