<h6><strong>Eduardo González</strong></h6> <h4><strong>El 10 de julio de 1995, hace justamente treinta años, comenzó el asalto a la ciudad bosnia de Srebrenica, que condujo a una matanza que no solo fue la más grave registrada en territorio europeo desde la Segunda Guerra Mundial, sino que resumió en sí misma las tragedias y miserias tanto del siglo que estaba por acabar como las del que estaba por llegar. Al asesinato de alrededor de 8.000 varones de la comunidad bosniaco musulmana a manos de las fuerzas serbo-bosnias se unieron la eterna incapacidad de la comunidad internacional para evitar lo evitable, el sacrificio de los derechos humanos en favor del cálculo político y, cómo no, el negacionismo habitual en los casos de genocidio.</strong></h4> Srebrenica, la “Ciudad de Plata”, es una pequeña localidad montañosa del este de Bosnia y Herzegovina que en 1992, el año en que el país fue alcanzado por la metástasis de la descomposición bélica de Yugoslavia, tenía un 73 por ciento de bosniacos musulmanes y un 25 por ciento de serbo-bosnios. Por su composición étnica y por su posición estratégica, la ciudad era un símbolo para todas las partes implicadas en el conflicto. Para el nacionalismo radical serbo-bosnio, una Srebrenica musulmana suponía un obstáculo físico en su intento por crear un Estado étnicamente puro e interconectado en la República Srpska (RS, la entidad serbia de Bosnia). Por consiguiente, el control de la ciudad se había convertido en un objetivo esencial para los jefes políticos y militares de la RS, que consideraban fundamental no sólo la captura, sino la purificación étnica de Srebrenica, para debilitar la resistencia militar del balbuceante Estado bosnio-musulmán. Para la comunidad bosniaco-musulmana, por evidente contraste, la ciudad representaba una esperanza para su supervivencia como pueblo y para la viabilidad de su propio Estado, tanto más cuando, a partir de 1995, empezó a convertirse en lugar de refugio para la gran mayoría de los habitantes musulmanes de la región circundante huidos del conflicto armado. Asimismo, para la comunidad internacional, Srebrenica se había convertido en la más destacada de las seis áreas de seguridad que había establecido el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas en Bosnia y Herzegovina, junto a Sarajevo, Zepa, Gorazde, Tuzla y Bihac, lo que se tradujo en el despliegue de un contingente militar de la Fuerza de Protección en Bosnia de la ONU (UNPROFOR), al principio canadiense y posteriormente neerlandés. <h5><strong>El asedio</strong></h5> Los meses previos a la tragedia ya anunciaban la inminencia de la ofensiva serbia. Entre febrero y marzo de 1995, las fuerzas serbo-bosnias impidieron el acceso de los convoyes de la ONU y en mayo, como consecuencia de ello, la UNPROFOR advirtió de que entre los civiles del enclave se habían empezado a apreciar problemas graves de malnutrición que habían causado la muerte de al menos siete personas. A principios de julio, en una evidente maniobra estratégica, las fuerzas serbo-bosnias lograron confiscar componentes vitales de los misiles anticarro TOW de las fuerzas neerlandesas destinadas en la misión de UNPROFOR en Srebrenica, e incluso lograron impedir la entrada de los nuevos relevos de soldados neerlandeses, cuyo escaso contingente se vio reducido, de esa manera, de 400 a 300 efectivos. Por esas mismas fechas, el comandante en jefe del Ejército serbo-bosnio, el tristemente célebre general Ratko Mladic, anunció su intención de atacar Srebrenica para “neutralizar a los terroristas” del Ejército bosniaco-musulmanes que utilizaban el enclave para sus operaciones contra los civiles serbios. El 6 de julio, las fuerzas de Mladic, ubicadas a menos de dos kilómetros de la ciudad, empezaron a bombardear objetivos civiles de Srebrenica. La ciudad apenas tenía combustible, los alimentos frescos se acababan y el enclave daba acogida a cerca de 40.000 personas, entre vecinos y refugiados. Para las fuerzas serbo-bosnias, el asedio resultaba particularmente fácil. Para colmo, los escasos y mal armados soldados neerlandeses de la UNPROFOR solo estaban autorizados a utilizar la fuerza para defenderse a sí mismos. Cuando empezaron los bombardeos serbios, los bosniacos musulmanes pidieron a los militares neerlandeses que les entregaran las armas que les habían confiscado los cuerpos de paz, pero la solicitud les fue denegada. En medio de la tensión, un soldado neerlandés murió por los disparos de un desesperado combatiente bosniaco. A partir de ese momento, la situación se le fue de las manos a la ONU. El 8 de julio (aunque algunas fuentes lo retrasan al 10 de julio, una diferencia no poco importante), el comandante neerlandés de la Dutchbat, el teniente coronel Tom Karremans, pidió apoyo aéreo al mando de la ONU en Sarajevo, pero la solicitud fue rechazada por un comandante de Naciones Unidas en Bosnia, el teniente general británico Rupert Smith, quien, según fuentes militares occidentales, quería evitar un recrudecimiento de la hostilidad serbo-bosnia contra las fuerzas de la ONU. El 9 de julio, cerca de 26.000 civiles se hacinaban en el extrarradio de la ciudad, que normalmente albergaba a 4.000 habitantes. En plena ofensiva, la ONU optó por retirar a sus soldados y dejar un contingente de sólo 70 efectivos. Ese mismo día, un desesperado Karremans reclamó al comandante general de la ONU y responsable militar en Sarajevo de las fuerzas de UNPROFOR, el general Bernard Janvier, el envío de ayuda aérea. Por esas fechas, el mediador de la UE, Karl Bildt, se encontraba en Belgrado para negociar con el presidente serbio, Slobodan Milosevic, el reconocimiento de Bosnia y Herzegovina como Estado. El general Janvier consideró que una ofensiva aérea contra los serbo-bosnios podría arruinar las conversaciones y decidió rechazar la petición de los militares neerlandeses. “Si Karremans puede arreglárselas sin ayuda aérea, que lo intente”, fue su respuesta. <h5><strong>Mladic: “Ha llegado el momento de vengarnos de los turcos”</strong></h5> En estas circunstancias, el ultimátum de Karremans a las fuerzas serbo-bosnias para que se retirasen antes de las seis de la mañana debió sonar a chiste. El 10 de julio comenzó el asalto. El Consejo de Seguridad lo condenó y conminó a los serbo-bosnios a rendirse. El Pentágono quitó importancia al ataque y afirmó que se trataba de una mera “venganza” por la ofensiva en Sarajevo y un simple intento de “intimidar a la ONU y desacreditar al Gobierno bosnio”. A primeras horas de la tarde, el general Ratko Mladic, acompañado de las cámaras de la televisión serbia, se paseaba por las calles de Srebrenica. “Ha llegado el momento de vengarnos de los turcos”, fueron sus declaraciones. El 11 de julio, el general Janvier se rindió (tarde) a la evidencia y accedió por fin a autorizar el envío del apoyo aéreo. Cuatro F16 norteamericanos de la OTAN consiguieron destruir un carro de combate serbo-bosnio, pero poco más. Los aviones llegaron tarde y, para colmo de despropósitos, casi sin combustible, lo que les obligó a desviarse hacia Italia para repostar. Una vez confirmada la toma de Srebrenica, entre 20.000 y 25.000 refugiados bosniacos musulmanes (en su mayoría mujeres, niños y enfermos) huyeron a la base neerlandesa de Potocari, a seis kilómetros al noreste (en territorio de la República Srpska), donde malvivieron sin apenas alimentos ni agua y con el calor propio del mes de julio en los Balcanes. Mientras, alrededor de 15.000 hombres, civiles y milicianos, intentaron escapar a través de la montaña, mientras las fuerzas serbo-bosnias secuestraron a medio centenar de soldados neerlandeses y amenazaron con bombardear Potocari. En respuesta a estas amenazas, la OTAN optó, simple y llanamente, por suspender las acciones armadas contra los serbo-bosnios. En el interior de Srebrenica, Mladic invitó a alcohol y cigarros a Karremans, ante quien se pavoneó y mostró un cerdo degollado como ejemplo de que lo que le sucedería si no se rendía a su voluntad. En un alarde de “heroísmo humanitario”, las fuerzas de paz internacionales entregaron a los serbios a nada menos que 5.000 bosniacos musulmanes que se habían refugiado en Potocari a cambio de la liberación de 14 soldados holandeses que habían sido tomados como rehenes. El 12 de julio, el entonces secretario general de la ONU, Butros Butros Gali, fue preguntado durante una rueda de prensa si Srebrenica representaba el mayor fracaso de Naciones Unidas en Bosnia y Herzegovina. La respuesta fue, cuanto menos, interesante: “No, no creo que represente un fallo. Podemos ver el vaso medio lleno o medio vacío. Seguimos ayudando a los refugiados y hemos conseguido mantener el conflicto dentro de las fronteras de la antigua Yugoslavia”. Por supuesto, no hizo la menor mención a la obligación de la ONU de proteger la “zona segura” de Srebrenica, incluidos sus habitantes. <h5><strong>La matanza</strong></h5> Una vez que las fuerzas de Mladic se hicieron con Potocari, procedieron a separar a los varones de entre 12 y 77 años de edad, a quienes trasladaron a las localidades de Bratunac, Petkovci, Kozluk, Kravica y Orohovac para “interrogarlos” sobre supuestos crímenes de guerra. El 13 de julio, dos días después de la ocupación, comenzaron las matanzas en Kravica y el 16 de julio se empezaron a dar las cifras de la masacre. Según se pudo constatar con el tiempo, muchos prisioneros prefirieron suicidarse y otros murieron hacinados en un hangar mientras eran tiroteados. Un testigo vio cómo tres camiones repletos de musulmanes y una excavadora se internaban en el bosque: los camiones volvían vacíos. Se calcula que tras la toma del enclave se ejecutó sumariamente a más de 8.000 varones musulmanes, incluidos niños de doce años de edad. El 11 de julio de 1996, justo un año después de la matanza, el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia (TPIY) dictó acta pública de acusación contra los jefes político y militar de los serbo-bosnios, Radovan Karadzic y Ratko Mladic respectivamente, por genocidio, crímenes de lesa humanidad y crímenes de guerra cometidos en Srebrenica. Fue el inicio de una larga aventura de complicidades, protecciones secretas (algunas en el contexto de los acuerdos de paz de Dayton, con implicación directa de Estados Unidos), ocultamientos, extravagantes disfraces e incluso ridículos intercambios de identidad que concluyeron con las capturas de Radovan Karadzic en julio de 2008 en Belgrado y de Ratko Mladic el 26 de mayo de 2011 en la región serbia de la Voivodina (norte). Mladic (83 años en la actualidad) y Karadzic (80) fueron condenados a cadena perpetua por crímenes de guerra y genocidio durante el conflicto, que dejó casi 100.000 muertos. Ambos continúan encarcelados en la actualidad. Los otros grandes inculpados de la masacre son el antiguo comandante serbo-bosnio Radislav Krstic, condenado a 46 años de cárcel por genocidio en 2001, y el expresidente serbio y yugoslavo Slobodan Milosevic, fallecido en marzo de 2006 en las prisiones del TPIY en La Haya. <h5><strong>La responsabilidad de Países Bajos y el negacionismo</strong></h5> Como era previsible, el caso de Srebrenica se convirtió, casi desde el principio, en un asunto especialmente delicado en Países Bajos. En 2002, el Gobierno de Wim Kok dimitió en bloque por su “corresponsabilidad en la matanza”, tras la publicación de un informe del Instituto Holandés de Documentación sobre la Guerra (NIOD), que atenuaba la responsabilidad de los ‘cascos azules’ neerlandeses encargados de proteger el enclave, pero acusaba a los políticos de haber enviado a los soldados a una “misión imposible”. No obstante, el Gobierno de los Países Bajos ha intentado durante años eludir las máximas responsabilidades, insistiendo en que sus fuerzas fueron abandonadas por la misión de Naciones Unidas, que no le suministró ningún apoyo aéreo. El 5 de julio de 2011, un tribunal de apelaciones de La Haya tiró por tierra los argumentos del Gobierno al declarar “responsable” al Estado holandés de la muerte de bosniacos musulmanes a los que había permitido salir de Srebrenica pese a saber que sus vidas corrían peligro. Finalmente, el Gobierno neerlandés pidió perdón en julio de 2022 a todas las víctimas y supervivientes del genocidio por “la incapacidad de la comunidad internacional para brindar asistencia adecuada al pueblo de Srebrenica”. En cuanto a los países y grupos más implicados en la matanza, el balance sigue siendo decepcionante. En 2010, el Parlamento serbio aprobó una declaración de disculpas por el crimen de Srebrenica, pero sin utilizar la palabra “genocidio”, y el presidente de Serbia, Aleksandar Vucic (un antiguo partidario de la “Gran Serbia” que fue ministro de Información durante la presidencia de Slobodan Milosevic), se ha aferrado insistentemente al consabido argumento de que “todos los bandos sufrieron” en las guerras de Yugoslavia. Cuando era primer ministro de Serbia, Vucic asistió en Potočari en 2015 a la conmemoración del vigésimo aniversario de la matanza, en un intento de escenificar la necesidad de serbios y bosnios de convivir y tratar de superar la guerra, pero fue atacado por la multitud. Por su parte, los dirigentes de la República Srpska siguen negándose a utilizar el término “genocidio” y su presidente, Milorad Dodik, se ha convertido en uno de los principales y más escuchados negacionistas del genocidio tanto en la RS como en Serbia. <div class="lRu31" dir="ltr"><span class="HwtZe" lang="es"><span class="jCAhz ChMk0b"><span class="ryNqvb">Tanto el Tribunal Internacional para la ex Yugoslavia (TPIY) como la Corte Internacional de Justicia (CIJ) concluyeron que los actos cometidos en Srebrenica en 1995 durante el conflicto más amplio en Bosnia y Herzegovina (1992-1995) constituyeron genocidio. </span></span></span>En julio de 2024, la Asamblea General de Naciones Unidas estableció el Día Internacional de conmemoración del genocidio de Srebrenica. La decisión fue rechazada por Belgrado (Vucic declaró, tras la votación, que Serbia está “orgullosa” porque “quienes querían estigmatizarla no lo han conseguido”) y por la República Srpska. La Hungría de Viktor Orbán fue el único Estado miembro de la UE que votó en contra de la resolución de la ONU, que recibió más de un centenar de abstenciones y a la que también se opusieron China, Emiratos Árabes Unidos y la Rusia de Vladimir Putin.</div>