Me permito la licencia, al no ser persona entendida en el asunto, de simplificar el posible devenir de muchas cosas en múltiples lugares. Llegará el tiempo, quizás muy pronto, en el cual el “negocio” de las adaptaciones climáticas cotice en los grandes índices bursátiles, desde Nueva York hasta Tokio. Sucederá así porque los llamados fondos de inversión habrán visto que los países, y cada vez más gente, han entendido que emplear recursos actuales en la adaptación al cambio climático traerá indudables beneficios en el futuro. Y como huelen su negocio a grandes distancias, ahí estarán como proveedores de adaptaciones que se convertirán en mitigaciones. Pero cuidado: habrá que estar atentos para que no nos engañen.
¿Qué es si no la incrementada fabricación y compra de coches híbridos o eléctricos, entre otras prácticas domésticas de adaptación? O esos millones de hogares por todo el mundo que observan que una cara inversión de reducción del gasto energético en su casa le va rentando ahorro económico mes a mes. Lo mismo escuchamos decir a los regidores municipales de nuestro pueblo o ciudad, que van sustituyendo los vehículos del mejorado transporte público -junto con las restricciones a la movilidad contaminante en algunas calles- por otros de mínimo gasto energético; antes lo hicieron con la luces LED en el alumbrado público y nos reforzaron el interés individual. Personalmente, ya me he sumado al deseo: tengo en mi tejado paneles fotovoltaicos que me reducen la factura en unos 18 euros mensuales.
Pero en este asunto no está todo ganado. Estamos acostumbrados a ver que la financiación para enfrentarse a los posibles impactos climáticos es descaradamente insuficiente. ¿Por qué sucede así? Me temo que esas medidas son como una forma de evitar posibles pérdidas climáticas puntuales, en lugar de formar parte de una oportunidad de inversión más amplia. Pensemos en las últimas inundaciones que destrozaron amplias zonas del Levante español. De haber habido una cultura de adaptación, se hubieran evitado muchos daños materiales y una buena parte de las pérdidas humanas. Porque las políticas públicas de adaptación ante los riesgos climáticos llevan consigo protocolos de acción en sus diversas fases. Pensemos solamente en lo económico. Hemos encontrado documentos como Strengthening the Investment Case for Climate Adaptation. Cuenta que se evaluaron 320 proyectos en 12 países. La conclusión principal es que las inversiones en adaptación aportan mucho más que pérdidas evitadas; también pueden generar fuertes retornos económicos, sociales y ambientales. Copiamos textualmente: “Los investigadores descubrieron que cada dólar invertido en adaptación genera más de diez dólares en beneficios a lo largo de diez años. En los proyectos analizados —que abarcan agricultura, agua, salud e infraestructura—, la rentabilidad anual promedio fue del 27 %, y algunos sectores, como la salud, mostraron una rentabilidad superior al 75 %”.
El estudio de WRI (World Resources Institute) desvela que el mundo sufrió 58 grandes desastres el año pasado, según cuenta Natural Catastrophe 2024 de Gallagher Re’s. Los cuales causaron daños económicos por más de mil millones de dólares cada uno. Es indudable que, a escala mundial, la escasa financiación no puede afrontar ni responder a estos impactos; muchos los soportan países pobres y no solo nos referimos a Bangladesh. Por eso hay que decir en voz alta, para ver si se enteran quienes gobiernan la eco-sociedad mundial, que la brecha entre lo gastado y las necesidades puede superar los 350 mil millones de dólares.
Siempre hemos hablado de adaptación y mitigación. Por lo que cuenta este proyecto, hecha una evaluación completa, es que los beneficios fueron múltiples. No solo se evitaron pérdidas por los impactos climáticos. Hubo ganancias económicas y, además, lo cual es muy importante,
fueron considerables los beneficios eco-sociales –al menos en la reducción de emisiones y en la mejora de la salud colectiva-.
Es más, ciñéndonos solamente al ámbito agrícola y de comunicaciones, muy castigado por las inundaciones citadas del Levante español. Unas inversiones adecuadas acumulan beneficios aun en el caso de que durante esos años no haya impactos climáticos. Los beneficios se acumularán porque las infraestructuras construidas rebajarán las primas por seguros, favorecerán operaciones comerciales, los mejorados y preventivos sistemas de riego serán mucho más eficientes y reducirán costos y consumo de agua. Si además se construyen “refugios climáticos”, podrán emplearse como centros comunitarios cuando no se necesiten para su función básica. Sobre todas estas medidas de adaptación planea una idea global que dice una y otra vez que adaptar la vida eco-social a las soluciones basadas en la naturaleza puede brindar beneficios ecológicos y sociales, incluso recreativos. Por si lo olvidamos, las mejoras en adaptación también reducen emisiones al aire, con lo que el clima no soporta tantos condicionantes.
Uno se pregunta cuántas de esas prevenciones había en marcha en las zonas castigadas por el desastre de octubre del año pasado, en donde las muertes –de valor incalculable- superaron los dos centenares. Hemos de creer de verdad que hay que prever mecanismos y protocolos para cuando se vea que la adaptación no es suficiente. Ahí están las alertas tempranas que las administraciones envían a sus ciudadanos. Este sí que es un buen fondo de inversión. Lo viene anunciando la Unión Europea, que incluso sostiene desde hace años, 2021, una Plataforma para la Adaptación al Cambio Climático, accesible desde AdapteCCa.es. Pero, mala suerte, la Agencia Europea de Medio Ambiente (AEMA) denunció (10/06/2025) en un nuevo informe que los planes de adaptación ignoran a las personas más vulnerables.
Me quedo esperando que las investigaciones para la adaptación coticen en bolsa. Es más me pregunto si no deberían ser consideradas como una parte del PIB, que más pronto que tarde habrá de contemplar las variables sociales y no solo las macro cifras. Pues, la brecha financiera para la adaptación no es solo un déficit, sino una oportunidad perdida. Cada año que pasa sin abordarla tiene riesgos incalculables. Y estos fenómenos destructivos no se limitan al ejemplo que hemos comentado por tenerlo cerca. Si lo desean, solamente deben estar al tanto de lo que dice la prensa de mirada internacional. Termino con un titular contundente de otro de los artículos de WRI en el pasado mes de mayo: “No nos estamos adaptando al cambio climático con la suficiente rapidez”. La ciencia del comportamiento podría ayudar. Pero claro, aquí tropezamos con la incredulidad o el retraso perceptivo de las instituciones y empresas, y la resistencia de buena parte de la ciudadanía; toda aquella que no puede dedicar recursos –debería contar con ayudas públicas- y otra parte a la que le sobran y no le importa despilfarrarlos por no haber adaptado su vida a los nuevos tiempos.
Carmelo Marcén Albero
Investigador ecosocial y analista de la Fundación Alternativas
Maestro y Doctor en Geografía. Ha sido profesor de Educación Primaria, Secundaria y Formación del Profesorado. Autor de artículos e investigaciones sobre medioambiente y educación recogidos en revistas especializadas como Cuadernos de Pedagogía, Investigación en la Escuela o Aula de Innovación educativa.
Premio Nacional “Educación y Sociedad” 1992 y 1993 por sus propuestas didácticas en torno al río y el paisaje vividos. Ha publicado varios libros sobre estas temáticas. Investigador colaborador del Dpto. de Geografía de la Universidad de Zaragoza y de la Fundación Alternativas de Madrid. Es miembro del Consejo de Ecodes (Fundación Ecología y Desarrollo).