El precio de construir algo propio

Se acabó San Isidro, así que toca mirar hacia otro lado. Y entre tanto calor, tanto ruido político y tanto titular inflamado, hay algo que me tiene observando con cierta fascinación: los primeros pasos de Xabi Alonso al frente del Real Madrid.

No es solo por lo que representa. Es por lo que ha elegido representar.

Podría haberse quedado como leyenda, encadenando banquillos de asistente o agarrando lo primero que brillara. Pero prefirió irse a Alemania, a un equipo modesto, a un idioma desconocido, a una cultura ajena. Y allí, sin focos, sin padrinos, sin portadas, creó un estilo propio. Ganó. Convenció. Y sobre todo, se hizo entrenador.

Ahora aterriza en un lugar donde casi nada es propio. Donde el traje viene con etiqueta y el despacho con historia. El club más grande del mundo. El más exigente. El más impaciente. Y la pregunta no es si estará a la altura. La pregunta es si le dejarán ser Xabi.

Porque en los entornos gigantes, pasa lo mismo que en muchas empresas: a veces te fichan por lo que has hecho, pero te piden que dejes de hacerlo. Contratan talento, pero imponen guion. Te dicen que les gusta tu estilo… pero que te adaptes al de siempre.

Y eso tiene trampa. Porque los líderes de verdad no se improvisan. Se forjan. Con errores, con decisiones impopulares, con personalidad. Los que marcan época no heredan sillas: se las construyen. Y a veces, esa silla tarda años en sostenerte.

En el mundo empresarial pasa a menudo. Se busca una figura visible, pero sin tiempo para construir. Se exige impacto inmediato, pero sin cultura de proceso. Se habla de confianza, pero se juzga por los primeros tres resultados. Como si todo proyecto que merezca la pena pudiera evaluarse con una métrica trimestral.

Por eso el reto de Xabi no es ganar partidos. Es que el club que lo ha traído entienda que el liderazgo no nace de las urgencias, sino del criterio. Que no basta con que lo respeten por lo que fue como jugador: tendrán que respetarle por lo que es como entrenador. Dejarle equivocarse. Respirar. Apostar.

Y si eso ocurre —si se lo permiten— entonces sí: quizá estemos ante algo serio. Algo que no solo devuelva títulos, sino que devuelva estilo. Identidad. Futuro.

Desde la andanada, eso es lo que se busca. En la empresa, en la política, en el fútbol. Que el que manda se parezca al que lidera. Que el que ficha sepa esperar. Y que el que llega no tenga que renunciar a sí mismo para encajar.

Salir de la versión móvil