En la madrugada del 22 de junio de 2025, la operación “Midnight Hammer”, desplegada por Estados Unidos, desencadenó un ataque aéreo de gran escala contra Irán. Bombarderos B‑2 Spirit y misiles Tomahawk destruyeron instalaciones nucleares clave en Fordow, Natanz e Isfahán. El Pentágono aseguró que aquel bombardeo “anuló” la capacidad de Irán para avanzar hacia una bomba atómica; sin embargo, su jefe del Estado Mayor, Dan Caine, reconoció que todavía es pronto para verificar esa afirmación. Mientras tanto, el expresidente Trump, exaltado, calificaba la acción de “respuesta contundente”, y sectores demócratas advertían que la operación podría carecer de base legal sin aprobación congresual.
Este bombardeo representa un hito: no se trata ya de que Israel intervenga con ataques selectivos, ni de que EE. UU. actúe discretamente desde su retaguardia. Se trata de un choque directo, coordinado entre Tel Aviv y Washington, que cristaliza lo que muchos medios y analistas definen como el tercer paradigma geopolítico en Oriente Medio. Primero intentó Israel aislar a Irán mediante acuerdos de paz (la última apuesta era Annapolis, 2007); luego Occidente lideró la integración de Irán vía el acuerdo nuclear de 2015. Ambos fracasaron. Tras los ataques de Hamas el 7 de octubre de 2023, seguidos por bombardeos israelíes a Hezbollah y repuestas iraníes con misiles en marzo y abril de 2024, se armó una espiral. Ahora, EE. UU. se involucra abiertamente y de forma militar contra Irán.
Una de las piezas estratégicamente más delicadas de este tablero es el estrecho de Hormuz. Por allí transita cerca del 20 % del petróleo mundial (unos 21 millones de barriles diarios) y proporciones similares de gas natural licuado, especialmente desde Qatar y los Emiratos Árabes Unidos, que carecen de rutas alternativas. Aunque la navegación sigue fluyendo, se ha registrado un aumento en las interferencias electrónicas y el sobrevuelo de buques comerciales que prefieren mantenerse alejados del epicentro . El riesgo es que el cierre, real o percibido, de este canal estratégico produzca un impacto demoledor en los mercados: Deutsche Bank y Rystad sitúan el barril entre 120 y 150 USD si la escalada se mantiene . Un cierre prolongado podría disparar el precio hasta los 200–300 USD, con efectos recesivos globales .
La respuesta iraní ha sido inmediata y de gran resistencia retórica. El CGRI sostiene que todos los objetivos estadounidenses están a su alcance y que Irán defenderá su “dignidad” usando misiles, milicias proxy (Hezbollah, Houthis, grupos chiíes de Irak), sabotajes en el Golfo, salidas del Tratado de No Proliferación y ciberataques . Autoridades de think tanks como el CFR (Ray Takeyh), Carnegie (Karim Sadjadpour) y el Atlantic Council (Jonathan Panikoff) advierten que Irán podría responder de forma desproporcionada para restaurar su reputación estratégica, iniciando una espiral que “podría salirse del control”.
Más allá del choque directo, en el terreno de la tecnología militar han aflorado estrategias híbridas. Según informes verificados, meses antes del bombardeo estadounidense, Israel, con apoyo de Mossad, infiltró drones explosivos dentro de Irán para neutralizar defensas antiaéreas e infraestructura misilística. Luego siguieron ataques selectivos a lanzaderas Shahab, Dezful y Sejjil, alcanzando más de 30 emplazamientos en Kermanshah, Tabriz, Teherán y Esfahán. Esta combinación entre guerra encubierta y bombardeos masivos de alta precisión —como el uso de bombas “MOP” para penetración profunda— señala una evolución militar hacia una guerra tecnificada preventiva y asimétrica.
La dinámica regional se recalca por alianzas estratégicas aún en formación. Los países sunitas del Golfo —Arabia Saudí, Emiratos y Bahréin— respaldan tácitamente a EE. UU. e Israel, alertados ante un Irán reafirmado; Rusia se mantiene fuera de la refriega militar, limitándose a condenas verbales; China adopta una postura cautelosa, consciente de su dependencia energética de la región . En cambio, Europa vive una tensión interna: el Reino Unido activó su mecanismo Cobra, Francia aboga por la moderación y Bruselas busca una voz unificada, pero teme el impacto en sus finanzas : el repunte del petróleo afectará la factura energética de los hogares y presionará a sus economías .
Las consecuencias económicas, por ende, ya empiezan a sentirse. El precio del crudo ha subido desde principios de junio alrededor de 10 USD, llegando a picos de 78 USD por barril antes de estabilizarse en 72–77 USD . Analistas de SEB predicen nuevos repuntes de 3 a 5 USD, especialmente si Irán disruptiva el paso por Hormuz. Esto se traducirá en mayores primas de riesgo para el transporte marítimo, encarecimiento en aseguradoras compatibles con conflictos, y, a medio plazo, presiones inflacionistas en el comercio internacional.
Frente a este panorama, surgen tres escenarios plausibles. Uno implica una escalada abierta, con Irán respondiendo con misiles y bloqueos, arrastrando a EE. UU. a ampliar el conflicto y tensando aún más las economías globales. El segundo contempla una guerra de baja intensidad, marcada por sabotajes, ciberguerra y bombardeos quirúrgicos, donde se mantiene la tensión sin entrar en un conflicto total. El tercero, el más deseado, sería una tregua negociada, donde EE. UU. e Irán reanuden el diálogo indirecto, probablemente bajo presión europea, aunque esta vía parece agotada tras el ataque .
Lo que está claro es que estamos ante un momento fundacional. El estrecho de Hormuz se ha transformado en un arma geopolítica capaz de desencadenar una crisis energética global. El nuevo paradigma militar combina armas hi‑tech, operaciones encubiertas y bombardeos preventivos con alcance estratégico. Y en su centro, EE. UU. ha optado por intervenir directamente, abandonando un papel mediador y adoptando una postura beligerante bajo presión de Tel Aviv y el riesgo nuclear.
Europa, por su parte, debe decidir si quiere ser un actor capaz de detener esta deriva o si será un espectador que termine siendo golpeado por la espiral energética, inflacionista y geopolítica que se avecina. En poco tiempo resultará evidente si la diplomacia continental logra decir la última palabra o si la nueva era del Oriente Medio intervendrá determinante en su futuro.
