El espectáculo vs la gobernanza seria, y su relato inconexo

Foto: Gage Skidmore from Surprise, AZ, CC BY-SA 2.0

Las maneras de gobernar del mandatario norteamericano desnudan demasiados valores colectivos. Su estilo, insólito desde su base, cala en otros mandatarios. Los mensajes que uno y otros lanzan a las redes sociales suelen esconder las verdades, según cuándo se dicen y el asunto del que tratan; en otras ocasiones las adornan con exabruptos, lo que es peor. Lo evidente es que el mundo tiembla, de norte a sur, y de este a oeste. Lo de ahora mismo parece ayer, y quizás mañana ya no será. La oscuridad emocional se hace colectiva y se adensa. Para despojarla del desmesurado discurso hay que acudir a muy diversos argumentos éticos y diversas poéticas morales. Tanto es así que si uno escucha o lee los medios de comunicación no es extraño que se pregunte si la historia comienza a partir de ahora. ¿Será este el año cero de lo que vendrá después?

Da la impresión de que ejercer el poder se toma en ocasiones como un escenario de humillación. Ese estilo de iniquidad ritual que los autócratas (Mao, Stalin o Hitler serían excelentes representantes) han usado durante mucho tiempo para enaltecerse y divertirse, y de paso intimidar a todos los demás, reaparece en gobernantes actuales. Lo cual les parece gracioso y se supone que enaltece su ego; mientras tanto los aplaudidores les hacen la ola reverente. Pero ni estos se salvan de degradaciones momentáneas o definitivas. Y lo que es peor, muchos medios de comunicación afines se encargan de publicar sus ocurrencias o maldades. La prensa internacional lo recoge en las hemerotecas de todo el mundo.

Pongamos el ejemplo del cambio climático. Por la descompostura de algunos gobernantes actuales, el mandatario norteamericano sirve de ejemplo, también valdrían otros, fomenta el enrarecimiento respiratorio de la población mundial; después vienen enfermedades y muertes. Claro que para sostener sus ocurrencias tienen a su servicio las redes sociales que expanden falsedades a chorro.

Llegados a este punto nos peguntamos si las maneras despreciativas no han aumentado en la gestión de los estados, y de lo que podríamos llamar genéricamente mundo compartido. Cada vez que pensamos en maneras torcidas nos da por cuestionar si eso es democracia. En este desordenado mundo son más necesarios que nunca políticos y gobernantes creíbles; ¿quién no recuerda al uruguayo Pepe Mújica?

Se podría decir que el mundo de hoy lo ordena un desorden internacional, algo que no es nuevo. Se viene generalizando desde hace años. Tras los acuerdos de París sobre la actuación climática de los estados, muchos no han hecho nada más que devaluar los acuerdos y los compromisos firmados. Mientras tanto, las apetencias multilaterales que nos dominan nos llevan por unos caminos que fomentan una multipolaridad incierta y temible; no para ellas claro. La emergencia climática, ya no solo cambio sino también crisis, viene al mismo tiempo que se menosprecian varios derechos humanos. Los regímenes/partidos autocráticos basan su discurso en el negacionismo medioambiental, a la vez que expanden una presencia religiosa que cuestiona la laicidad civil –nos referimos aquí a las democracias, no a las dictaduras- y (se) nos enfrascan en una lucha continuada por reconfigurar la confesionalidad del Estado.

Menospreciar a quienes sufren los mayores rigores vitales del cambio climático, teniendo la menor parte de culpa, da muestras de la ausencia de toda compasión humanitaria. Es más, de facto, se rechazan los principios y exigencias de sostenibilidad; la responsabilidad social de los grandes tenedores de dineros y de las empresas se desvanece. Si tomamos en conjunto todas estas maniobras no podemos menos que exclamar: se difunde, como mancha fluida de aceite, una regresión reaccionaria sobre los valores morales y las conquistas sociales de la modernidad. No solo eso, sino que retomar la ética global (el buen hacer de los gobernantes) parece una tarea prácticamente imposible. Riesgos que en el globalizado mundo de intereses y desastres llevan a los más pobres, países e individuos, a situaciones límite. Una tragedia que poco debería tener de espectáculo o charlatanería.

El circo político se empeña en señalar las emigraciones como el origen del desajuste en los países de acogida. La marca Trump no es nueva. A la chita callando o de forma ostentosa –con ceremonias incluidas-, muchos países ya se ensañaban no solo con los desiguales que tienen dentro de sus fronteras, sino que agreden sin pudor a quienes llegan de fuera. Deberían escuchar a menudo la canción Clandestino de Manu Chao. A ver si así se les mueve alguna neurona del pensamiento compensatorio. La indignación selectiva, en palabras del sociólogo neerlandés Hein de Haas, se aprecia en “la inmigración de trabajadores poco cualificados procedentes de Marruecos, América Latina y otros países no europeos, a menudo se presenta como indeseable; cuando es un secreto a voces que en realidad realizan todo tipo de trabajos «esenciales» en sectores como la agricultura, la construcción, los servicios domésticos y los cuidados”. Añadimos: que los naturales del lugar desprecian.

Leemos que en Argentina se lleva desde hace décadas “la política show”. En Europa venimos asistiendo a episodios similares en demasiados países, tanto que habría que señalar en aquellos donde no sucede así. “La política convertida en un circo” podía ser una serie muy vista en las plataformas televisivas. Porque esa política es una intoxicación de la realidad, un sometimiento de la ciudadanía a la cautividad, de forma física y emocional. Nos sirve de ejemplo lo dicho durante la pandemia pasada, de la cual opinaba hasta el emblema de cada lugar. El Parlamento español se ha apuntado a esta tendencia.

La misión informativa de los medios de comunicación ha cambiado. Ha adoptado unos formatos de plató que han acabado convirtiendo la actualidad política en algo menos objetivable y más opinable; las verdades no se pueden consensuar, ni en el supuesto de que estén avaladas por la ciencia o la crudeza de los hechos. En esta formulación –maniquea o simplemente ocupada en capturar niveles de audiencia- prima el debate espectáculo entre unos personajes que se reparten los papeles a favor o en contra. Es decir, los opinadores mediáticos o tertulianos investidos como portavoces de la opinión pública que, bien adiestrados como figuras televisivas en el arte del combate dialéctico, se convierten en profesionales de la disputa bronca y breve. Así lo recogía Ethic.

Los nostálgicos sin poder manipulador nos acordamos de aquel maravilloso programa de la televisión pública española llamado “La clave”, que como su nombre indica nos proporcionaba llaves (herramientas mentales) para construir nuestro pensamiento razonado. Ahora poco encontramos de eso; así no debe extrañarnos que la información –con excepciones- se haya convertido en “infra información y entretenimiento superficial”.

En el fondo, las acciones de los gobernantes no deberían diferir de lo que la “Justicia” marca. Habrían de estar sometidas al escrutinio judicial, pero no podemos estar seguros. Se dice que los tribunales también parece que sucumben a la intimidación de los medios de comunicación generadores de dudas, incluso atienden demasiado a lo que se expande por las redes telemáticas. Daña la convivencia escuchar a menudo que tal o cual caso lo juzgará alguien “conservador o progresista”. ¿La justicia con apellidos de ética? Pero cuidado, si el poder judicial también cede, se provocará la hecatombe existencial de las democracias europeas. De ella no nos salva ni el Tribunal de la Haya.

Pero siempre hay que mantener encendido el piloto de la esperanza: buenas mujeres y hombres caminan por el mundo político. Hay noticias –generalmente emitidas por medios independientes de los poderes fácticos- que nos mantienen en la creencia de que puede existir el buen hacer de la Justicia, tal que anime a los gobernantes a salirse del espectáculo.

 


Carmelo Marcén Albero
Investigador ecosocial y analista de la Fundación Alternativas

Maestro y Doctor en Geografía. Ha sido profesor de Educación Primaria, Secundaria y Formación del Profesorado. Autor de artículos e investigaciones sobre medioambiente y educación recogidos en revistas especializadas como Cuadernos de Pedagogía, Investigación en la Escuela o Aula de Innovación educativa.

Premio Nacional “Educación y Sociedad” 1992 y 1993 por sus propuestas didácticas en torno al río y el paisaje vividos. Ha publicado varios libros sobre estas temáticas. Investigador colaborador del Dpto. de Geografía de la Universidad de Zaragoza y de la Fundación Alternativas de Madrid. Es miembro del Consejo de Ecodes (Fundación Ecología y Desarrollo).

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