Durante años, los equilibrios geopolíticos del Indo-Pacífico han sido el epicentro silencioso de una transformación que, en la última década, ha adquirido contornos más nítidos y confrontacionales. Hoy, con la consolidación de alianzas, el rearme estratégico y la disputa por las rutas marítimas, el Indo-Pacífico ya no es solo un concepto geográfico: es el teatro donde se esboza el nuevo orden mundial. A medio camino entre la contención y la competencia, Estados Unidos y China están redefiniendo las reglas de juego internacionales, y los actores regionales navegan entre la autonomía y el alineamiento estratégico.
La arquitectura emergente: AUKUS, QUAD y la diplomacia de bloques
Uno de los fenómenos más ilustrativos del nuevo tiempo es la aparición de alianzas minilaterales como AUKUS (Australia, Reino Unido y Estados Unidos) y el renacimiento del QUAD (Estados Unidos, Japón, India y Australia), mecanismos que, más allá de la cooperación militar o tecnológica, representan una arquitectura alternativa a los esquemas multilaterales tradicionales.
El acuerdo AUKUS, firmado en 2021, simboliza un salto cualitativo en la militarización de la región. Washington se compromete a compartir con Australia tecnología de submarinos nucleares, un gesto que, en palabras del experto en defensa Rory Medcalf, “marca el fin de la ambigüedad estratégica en el Pacífico Sur”. Este tipo de acuerdos rompe con décadas de prudencia occidental en la exportación de capacidades militares avanzadas y señala un cambio de paradigma: el Indo-Pacífico es hoy la prioridad absoluta de la política exterior estadounidense.
El QUAD, por su parte, ha dejado de ser una iniciativa informal para convertirse en una plataforma política con vocación de permanencia. En palabras del ex primer ministro japonés Shinzo Abe, uno de sus principales impulsores, se trata de “una red de democracias marítimas que comparten valores y objetivos estratégicos”. La narrativa común que atraviesa estas alianzas no es otra que la contención del ascenso chino y la defensa de un “Indo-Pacífico libre y abierto”, una fórmula que ha ganado espacio en la retórica diplomática pero que esconde una creciente división ideológica.
La respuesta china: inversiones, bases y disuasión
Frente a esta reconfiguración de alianzas, China ha intensificado su estrategia de consolidación de poder, alternando entre una diplomacia económica expansiva y una postura militar cada vez más asertiva. Su iniciativa estrella, la Franja y la Ruta (BRI), ha consolidado redes de influencia a través de inversiones masivas en infraestructura portuaria y logística desde el Índico hasta el Pacífico. A ello se suma la creación de instalaciones militares en puntos estratégicos, como Djibouti o la controvertida expansión en islas artificiales en el Mar de China Meridional.
El teniente general retirado He Lei, vinculado al PLA Academy of Military Sciences, ha sido claro: “China no aceptará una estructura de seguridad liderada por Occidente en su periferia marítima”. Esta posición se traduce en maniobras militares frecuentes, zonas de identificación aérea unilateralmente declaradas y una creciente presión sobre Taiwán, cuyo estatus se ha convertido en una línea roja para Pekín.
En ese contexto, la disuasión ha dejado de ser una abstracción para convertirse en una política tangible. El presupuesto militar chino ha crecido de manera sostenida durante las dos últimas décadas y en 2024 alcanzó los 230.000 millones de dólares, según el SIPRI, lo que lo posiciona como el segundo mayor del mundo. Aunque sigue por debajo de Estados Unidos, la brecha tecnológica se ha reducido en sectores clave como los misiles hipersónicos, la inteligencia artificial y la guerra cibernética.
Entre el alineamiento y la ambivalencia: actores regionales en movimiento
El nuevo orden del Indo-Pacífico no puede entenderse sin analizar la posición de actores regionales como la India, Japón, Corea del Sur, Filipinas o Vietnam, que juegan a múltiples bandas entre la autonomía estratégica, la dependencia comercial y el realismo geopolítico.
India, por ejemplo, se ha consolidado como una potencia regional en ascenso. A pesar de su membresía activa en el QUAD, Nueva Delhi mantiene una política exterior no alineada que le permite cooperar con Washington sin renunciar a sus lazos con Moscú ni a una tensa pero estable relación con Pekín. Como apunta la analista Tanvi Madan (Brookings), “India no se ve como un pilar del orden estadounidense, sino como una potencia por derecho propio”.
Japón, por otro lado, ha abandonado progresivamente su tradicional pacifismo constitucional para asumir un rol más activo en defensa. En diciembre de 2022, el gobierno de Fumio Kishida aprobó un histórico aumento del gasto militar y una nueva estrategia de seguridad nacional que asume explícitamente la amenaza de China y Corea del Norte.
Vietnam y Filipinas, tradicionalmente más prudentes, han estrechado sus vínculos con Washington en respuesta a las presiones chinas en el Mar de China Meridional. En 2023, ambos países celebraron ejercicios navales conjuntos con EE. UU., una señal de que la región se inclina hacia la bipolaridad estructural, aunque sin caer aún en la lógica de bloques cerrados.
Hacia una bipolaridad con características asiáticas
El Indo-Pacífico está dejando atrás la multipolaridad flexible de principios de siglo para avanzar hacia una bipolaridad imperfecta, donde EE. UU. y China lideran dos esferas cada vez más definidas, pero con márgenes de autonomía para actores intermedios. A diferencia de la Guerra Fría, el sistema actual no se organiza exclusivamente en torno a alianzas militares cerradas ni bloques ideológicos homogéneos, sino que incorpora grados de interdependencia económica que dificultan una ruptura total.
Sin embargo, esta interdependencia no ha impedido la proliferación de zonas de fricción. Taiwán, el Mar del Sur de China, el estrecho de Malaca o la península de Corea son espacios donde el error de cálculo o la escalada no deseada podrían detonar crisis mayores. En ese sentido, el riesgo no es tanto un conflicto directo inmediato como la consolidación de un orden dual que fragmente el sistema internacional en dos esferas rivales de normas, tecnologías y alianzas.
Conclusión: ¿confrontación o gestión de la rivalidad?
La gran cuestión es si este nuevo orden puede gestionarse dentro de marcos estables o si inevitablemente desembocará en una confrontación más abierta. La competencia ya no es solo militar o diplomática: también se libra en el terreno del comercio, la regulación tecnológica, los estándares medioambientales y la influencia normativa.
En palabras del académico Kishore Mahbubani, “la única certeza del siglo XXI es que Estados Unidos y China seguirán compitiendo, pero el desafío será hacerlo sin destruir el sistema que ambos necesitan para prosperar”. Esa tensión entre rivalidad sistémica y necesidad mutua es, quizá, el rasgo más distintivo del Indo-Pacífico contemporáneo.
En suma, el Indo-Pacífico se ha convertido en el espacio geopolítico clave para entender el siglo XXI. Lo que allí se define no afectará solo a sus actores inmediatos, sino al conjunto del orden global. El desafío no es evitar la competencia, sino dotarla de reglas, canales de diálogo y mecanismos de gestión que eviten que el tablero del Indo-Pacífico se convierta, una vez más, en el epicentro de una guerra global.