Hay una palabra que lleva demasiado peso para ser utilizada con ligereza en los círculos geopolíticos: “OTAN”. Pero últimamente, analistas, diplomáticos y hasta altos mandos militares comienzan a usarla sin demasiados matices cuando se refieren a la nueva constelación de alianzas que EE.UU. está tejiendo en Asia-Pacífico. Japón, Corea del Sur, Filipinas, Australia e incluso India, aparecen cada vez más sincronizados en maniobras, discursos y objetivos estratégicos que parecen tener un blanco común: contener el ascenso chino.
¿Estamos, realmente, ante el germen de una OTAN asiática? ¿O se trata más bien de una nebulosa de acuerdos bilaterales y foros de cooperación sin una estructura común real? La respuesta, como casi todo en política internacional, es ambivalente. Pero una cosa está clara: la región se ha convertido en el tablero donde se dirime la competencia hegemónica del siglo XXI.
De QUAD a mini-OTAN
La proliferación de alianzas en Asia no es nueva. El Diálogo de Seguridad Cuadrilateral (QUAD), que reúne a EE.UU., Japón, Australia e India, ha ganado protagonismo desde que en 2017 se relanzara como un contrapeso suave al poder de Pekín. Pero más allá del QUAD, lo verdaderamente significativo es la creciente bilateralización de los pactos militares.
Japón y Corea del Sur, tras décadas de relaciones frías, han comenzado a compartir inteligencia y coordinar ejercicios navales junto a Estados Unidos. Filipinas, tradicional aliado de Washington, ha reactivado con fuerza su colaboración estratégica con EE.UU., permitiendo el acceso a bases clave a cambio de garantías de defensa frente a las presiones chinas en el mar del Sur de China. Australia, por su parte, se ha comprometido con el acuerdo AUKUS para desarrollar submarinos nucleares junto a Reino Unido y EE.UU., lo que implica una profunda reconfiguración de su doctrina de defensa.
A falta de una estructura formal común, los engranajes empiezan a encajar como piezas de un mecanismo de disuasión regional. Y eso es precisamente lo que preocupa a China.
La trampa de la disuasión colectiva
Desde Pekín, esta intensificación de los lazos militares se percibe como un cerco. Y no sin razón: buena parte de estas alianzas giran en torno al estrecho de Taiwán, el mar de China Meridional y otras zonas donde los intereses marítimos y comerciales chinos colisionan con los de sus vecinos. La estrategia china, basada en la “coerción sin conflicto” (amenazas, presión económica, maniobras militares), se ve cada vez más desafiada por una presencia naval aliada que reduce su margen de maniobra.
Lo paradójico es que muchos de estos países no buscan —al menos, no públicamente— una confrontación directa con China. Japón y Corea del Sur tienen como prioridad proteger sus rutas comerciales, no sumarse a un bloque ideológico al estilo Guerra Fría. India mantiene una posición ambigua: coopera con el QUAD, pero sigue rechazando cualquier atisbo de alianza formal. Y Filipinas, pese a sus roces con Pekín, sigue siendo dependiente de la inversión china.
¿Es, entonces, esta red una verdadera “OTAN del Pacífico”? Técnicamente, no. No hay cláusula de defensa mutua como el famoso artículo 5 de la Alianza Atlántica. No hay cuartel general común. Ni hay voluntad explícita de crear una organización formal. Pero la cooperación operativa, la interoperabilidad militar y la planificación estratégica conjunta son más profundas que nunca.
Europa, en la orilla de un conflicto lejano pero inevitable
Para Europa, la consolidación de este nuevo orden en Asia plantea más preguntas que respuestas. Por un lado, la UE defiende una “visión Indo-Pacífica” propia, más centrada en la diplomacia, el comercio y la estabilidad regional. Por otro, no puede ignorar que su principal aliado, EE.UU., está cada vez más volcado en el Pacífico y menos en el Atlántico. La retórica de la “autonomía estratégica europea” pierde fuelle cuando los Estados miembros no logran definir un rumbo común ante la transformación del orden global.
Además, un conflicto en Asia —por Taiwán, por ejemplo— tendría consecuencias devastadoras para la economía europea. La mitad del comercio mundial pasa por el Indo-Pacífico. Los chips taiwaneses son vitales para la industria europea. Y una crisis en esa región arrastraría al resto del mundo a una recesión en cuestión de semanas.
Así, la UE se encuentra atrapada entre su vocación normativa y su dependencia estructural de EE.UU. No puede competir en influencia militar, pero tampoco puede permitirse ser irrelevante. De ahí que cada vez más países europeos —Francia, Alemania, Países Bajos— desplieguen buques en la región o firmen acuerdos de defensa con Japón o Australia. No por gusto, sino por miedo a quedarse fuera de la mesa donde se reparte el poder.
¿Y si no es una OTAN?
Quizás el problema no está en si estamos ante una “OTAN asiática” o no. Quizás el error está en seguir pensando en bloques al estilo siglo XX. Lo que emerge en Asia es algo más líquido, más flexible, más adaptado a un mundo multipolar: una arquitectura de seguridad en red, basada en intereses convergentes más que en tratados formales.
Es, en el fondo, una señal de los tiempos. Las alianzas ya no se basan solo en valores compartidos, sino en amenazas compartidas. Y en el Indo-Pacífico, la amenaza percibida tiene nombre y apellido: la República Popular China.
¿Será esto suficiente para contener a Pekín? ¿O estamos simplemente posponiendo un conflicto inevitable? Nadie lo sabe con certeza. Pero lo que sí está claro es que el mundo se está reconfigurando, y el Indo-Pacífico es su epicentro. Europa, aunque lejos, haría bien en no mirar hacia otro lado.