El reciente fallo judicial que ha condenado a Marine Le Pen, líder del partido de ultraderecha francés Rassemblement National (RN), a una inhabilitación de cinco años, ha desatado una ola de reacciones entre sus seguidores. Aproximadamente 15,000 personas se congregaron en París el pasado domingo para protestar contra lo que muchos consideran una persecución política. Más allá del choque de ideologías, la cuestión que subyace es la erosión de la confianza en las instituciones democráticas, particularmente en el sistema judicial. ¿Este evento marca un punto de inflexión en el papel del Estado en la vida política de Francia y Europa? ¿Estamos siendo testigos de una crisis de legitimidad que favorece el ascenso de fuerzas ultraderechistas?
El poder judicial y la pérdida de confianza
El juicio que ha llevado a Marine Le Pen a ser apartada de la contienda presidencial de 2027 se basa en una condena por malversación de fondos europeos, acusación que la propia Le Pen califica de políticamente motivada. Durante el mitin en París, Jordan Bardella, presidente del RN, denunció que el sistema judicial francés se ha convertido en una herramienta para «aplastar la disidencia», acusando a las élites políticas de utilizar la justicia para frenar su ascenso. Desde la perspectiva de muchos de sus seguidores, Le Pen representa la figura de la lucha contra un establishment corrupto y desconectado de la realidad de los ciudadanos.
Este desencanto con las instituciones tradicionales no es exclusivo de Francia, sino que se ha generalizado en muchas democracias occidentales. El poder judicial, en particular, se ha visto cada vez más envuelto en la polémica, ya que diversos sectores de la sociedad lo perciben como un ente alejado de la justicia imparcial. El propio Le Pen, en su discurso, hizo una referencia explícita a Martin Luther King Jr., reclamando el derecho a una «lucha no violenta y democrática». Sin embargo, más allá de las palabras, lo que esta situación pone de manifiesto es un fenómeno sociológico de creciente desconfianza en los mecanismos del Estado.
La percepción de que el poder judicial está contaminado por intereses políticos es uno de los principales factores que alimentan el sentimiento antielite, un sentimiento que ha sido cultivado por la propia narrativa de la ultraderecha. Esta narrativa, que insiste en que las instituciones democráticas están manipuladas por una «casta» privilegiada, ha logrado sembrar dudas sobre la legitimidad de los órganos encargados de aplicar la ley, creando una especie de brecha entre el pueblo y el poder.
El auge de la ultraderecha en Europa: una perspectiva sociológica e histórica
El fenómeno Le Pen no es un caso aislado. En Europa, la ultraderecha ha experimentado un auge significativo en los últimos años, alimentado por la insatisfacción con los partidos tradicionales y las políticas de la globalización. A nivel sociológico, los movimientos de ultraderecha en Europa se han beneficiado de una serie de factores que han recalado en un malestar generalizado entre amplios sectores de la población. La inmigración, el miedo a la pérdida de identidad cultural, y la crisis económica que se desató tras la recesión de 2008 han sido los catalizadores de un malestar que ha empujado a muchos votantes a refugiarse en propuestas radicales.
Este auge no es un fenómeno nuevo en la historia europea. En muchos sentidos, el resurgir de los partidos de ultraderecha remite a períodos de crisis económica y desilusión con el orden establecido, como ocurrió en la década de 1930, cuando los movimientos fascistas en Europa se alimentaron de un profundo descontento popular ante las consecuencias de la Gran Depresión. Sin embargo, lo que resulta novedoso en este contexto es la forma en que la ultraderecha contemporánea ha logrado reapropiarse del discurso democrático, presentándose como una alternativa legítima al sistema, y no como una postura que rechaza el mismo.
El ascenso de Marine Le Pen y otros líderes de la ultraderecha, como Viktor Orbán en Hungría o Matteo Salvini en Italia, ha llevado la política a un terreno en el que las promesas de «renovar» el sistema parecen encontrar eco en una ciudadanía que siente que ha sido olvidada. Este fenómeno responde también a un proceso de desafección con las instituciones tradicionales de la democracia liberal, que se perciben como incapaces de abordar los problemas reales de la población, como el desempleo, la inseguridad y la pérdida de soberanía nacional ante instancias supranacionales como la Unión Europea.
La ultraderecha ha sido muy eficaz en conectar con las emociones de los ciudadanos, apelando a una visión nostálgica de un pasado mejor, en la que los valores nacionales y tradicionales eran respetados y las comunidades se sentían seguras. En este sentido, figuras como Le Pen son percibidas no solo como representantes de una ideología, sino como los defensores de un cambio radical que propone devolver al pueblo su voz frente a las instituciones percibidas como elitistas y ajenas a sus preocupaciones cotidianas.
¿Una crisis de legitimidad?
La pregunta que surge a partir de los eventos en París es si este tipo de protestas y acusaciones contra el sistema judicial francés son un reflejo de una crisis de legitimidad más profunda dentro del Estado. Si bien los sistemas democráticos han enfrentado históricamente momentos de crisis y desconfianza, la situación actual es singular. Hoy, los partidos de ultraderecha no solo cuestionan la validez del poder judicial, sino que también ponen en entredicho las bases mismas de la democracia representativa.
Desde una perspectiva histórica, la legitimidad de las instituciones del Estado se ha basado en la creencia de que estas funcionan para todos los ciudadanos, no para un sector o grupo específico. Sin embargo, la creciente polarización política y el énfasis en las narrativas de «nosotros contra ellos» están erosionando esta creencia común. En lugar de ver al sistema judicial como un árbitro imparcial, muchos de los seguidores de la ultraderecha perciben que este se ha convertido en una herramienta de los poderosos para suprimir cualquier forma de disidencia.
Este fenómeno es, en gran medida, el resultado de un cambio sociopolítico que ha desestabilizado las estructuras tradicionales. En este contexto, el poder judicial se enfrenta a la misma crisis de legitimidad que otros pilares del Estado democrático, como los partidos políticos o los medios de comunicación. En lugar de actuar como un contrapeso, los tribunales son ahora vistos como parte de una maquinaria de control que está alineada con el poder establecido, lo que alimenta aún más la desconfianza.
Conclusión: La ultraderecha y el futuro de Europa
El caso de Marine Le Pen y el apoyo que sigue cosechando entre sectores importantes de la sociedad francesa reflejan una realidad más amplia que afecta a Europa en su conjunto: el ascenso de la ultraderecha es también un síntoma de una crisis de confianza en las instituciones democráticas. Esta situación plantea serias preguntas sobre el futuro de la democracia liberal en Europa. La desconfianza en el poder judicial y la creciente polarización política abren un camino incierto para el continente, uno en el que los equilibrios entre el Estado, las instituciones y la sociedad se verán puestos a prueba de forma más radical que nunca.
En este sentido, la política europea se encuentra en una encrucijada: o bien las instituciones tradicionales logran renovar su legitimidad ante los ciudadanos, o bien el camino hacia un autoritarismo de ultraderecha se consolidará, marcando un giro que podría reconfigurar el continente para las próximas décadas.