Roberto Veiga González
Abogado y politólogo / Colaborador de la Fundación Alternativas
Donald Trump emplea el instrumento de la “guerra comercial” en su estrategia geopolítica y esto podría modificar el futuro ahora posible para Cuba. Esta política de la Casa Blanca pretende imponerse a otros países afectando su bienestar, si bien, por el contrario, actualmente sólo parece posible conseguir una influencia de tal índole ofreciendo oportunidades. De modo que muchos países procurarán utilizar otros recursos de la geopolítica con el propósito de alcanzar estabilidad y fortalecer sus intereses internos. Esto, en algunos casos, pudiera beneficiar a China.
En América Latina, la estrategia-Trump pretende hacer que en países importantes colisionen los intereses propios, los de China y los de Estados Unidos, con el propósito de desplazar al gigante asiático. China ha mostrado un interés creciente en esta región como parte de su estrategia global de expansión económica y política, pues ésta es rica en recursos naturales y representa un mercado importante para los productos chinos. Incluso, durante la primera administración de Trump, las relaciones entre Estados Unidos y América Latina se tensaron debido a políticas proteccionistas y conflictos comerciales, lo cual ensanchó las oportunidades de China para fortalecer su presencia en la región. Sin embargo, ante la actual estrategia de la Administración estadounidense, China necesitaría además levantar un enclave comercial competidor en una zona del hemisferio americano donde no estén establecidos intereses económicos estadounidenses.
Cuba, que además posee una privilegiada posición geográfica para el desarrollo del transporte marítimo y el comercio regionales, sería el único país con una “ubicación política” que podría facilitar a China una zona del hemisferio para levantar ese enclave comercial competidor. Seguramente los estrategas del poder cubano ya advierten esta ventaja potencial.
En este caso, La Habana quizá estaría dispuesta a ofrecer ciertas condiciones que hagan atractiva esta colaboración para China, como, desarrollar el marco legal y económico para la inversión extranjera, incentivos fiscales y aduaneros, encauzar el desarrollo de la infraestructura logística y portuaria, y ofrecer a China acceso preferencial a sus puertos, como el de Mariel, que ya cuenta con una Zona Especial de Desarrollo (ZED), el que pudiera convertirse en un centro logístico clave para la distribución de productos chinos hacia América Latina.
Con ello, evidentemente, Cuba podría obtener varios beneficios significativos, como, inversiones de China en infraestructura, carreteras, ferrocarriles, puertos, zonas económicas especiales, logística, telecomunicaciones, tecnología, energía solar y eólica, y manufactura ligera, así como la generación de empleos en estos sectores. También la exportación de productos cubanos, por ejemplo, tabaco y productos farmacéuticos, en mercados latinoamericanos, así como la integración en cadenas globales de suministros, y un fortalecimiento de la posición de Cuba en la región y en el escenario internacional, capaz de abrir nuevas oportunidades económicas y consolidar su papel como un actor clave en las relaciones internacionales.
Esto tendría implicaciones significativas en las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, especialmente acerca de una posible negociación con la Administración de Donald Trump. Si China fortalece su presencia en Cuba, esto podría ser percibido como una amenaza a los intereses estadounidenses en el hemisferio occidental. El uso de Cuba como un puente comercial por parte de China podría aumentar la percepción de Cuba como un actor estratégico en la región, y en lugar de ser vista únicamente como un adversario político, podría ser considerada un punto clave en la competencia global entre Estados Unidos y China. Las inversiones de China en Cuba reducirían el impacto de las sanciones estadounidenses, lo que debilitaría la posición de negociación de Trump.
También, de conjunto con esta alianza China-Cuba, La Habana estaría en mejores condiciones para avanzar en otras dos cuestiones estratégicas. Me refiero a una cooperación militar efectiva con China y Rusia capaz de elevar la cualidad actual de sus fuerzas armadas, y el desarrollo de las capacidades para brindar una mayor cooperación en la lucha contra el crimen organizado en el hemisferio.
Frente a todo esto, la estrategia-Trump tendría que escoger entre la reducción de sanciones y permitir que empresas estadounidenses inviertan en la Isla para contrarrestar la influencia China; o la política de «máxima presión» que incluiría mayores sanciones económicas y restricciones comerciales. Aunque, en ese eventual nuevo contexto, la «máxima presión» hacia la Isla reforzaría a China.
Preciso asimismo que de acontecer todo lo anterior, probablemente La Habana no lo asumiría como mera táctica para buscar unas mejores relaciones con Estados Unidos, ni percibiría una posible negociación con la Casa Blanca como un reto dicotómico entre China y su vecino del norte. Con seguridad, esta estrategia quedaría asentada como garantía de desarrollo y estabilidad interna de Cuba y de su importancia para Estados Unidos y el mundo.